Columna de opinión
Por Silvio E. Avendaño C.
Despertó luego de un viaje de doce horas por los valles y el espinazo de las montañas. El día anterior llegó al terminar de transporte y, pronto se encontró en un taxi que lo condujo hasta un hotel. Allí se hospedó y, por el cansancio del viaje, descanso sin sueños, ni interrupciones. Al despertarse, ducharse, tomó el desayuno y, le pidió al administrador que le indicara donde se hallaba la universidad.
– Al salir del hotel caminé hasta el parque central. Allí cualquiera le informa.
En la calle soplaba un viento fresco. Comenzó a subir la pequeña cuesta mientras observaba las construcciones de la ciudad. Casas antiguas, de tejado de barro, grandes puertas y ventanas. En la cartelera del teatro se ofrecía un concierto en el fin de semana. Pasó junto a una pequeña galería de pinturas. Y pronto, se encontró en el parque como le había indicado el administrador.
A la derecha un edificio, en la puerta los policías controlaban la entrada, de la cual salían y entraban personajes vestidos de paño y corbata. Él consideró que posiblemente era la gobernación del departamento. Enormes árboles y el monumento al héroe del lugar y más allá la basílica. A la distancia vio en una pequeña colina un edificio de concreto, perfil de acero, chimenea e imaginó que serían los laboratorios de química de la universidad. Entonces sus pasos se dirigieron hacia el lugar. Era una ciudad extraña sin avisos de negocios, ni señales de cafeterías, ni pancartas, ni indicaciones de servicios. A la derecha una iglesia de poca altura, una plazuela empedrada. Avanzó varias cuadras sin hallar signos, ni avisos, ni placas. Por fin llegó a una caseta del edificio al que se encaminaba. Dijo al vigilante:
-Vengo a una entrevista en la universidad.
-Perdón, patrón. Aquí queda la licorera. La universidad queda allá abajo.
Volteó a mirar y, se sintió despistado, pues había recorrido varias cuadras y no había encontrado señal de la universidad. Entonces comenzó la vuelta. Anduvo despacio, deteniéndose, mirando a la derecha e izquierda, buscando algo que le indicara el lugar de la institución, pero no encontraba señal que le indicara la academia. Sin saber que hacer llegó hasta la plazuela empedrada, en la cual se levantaba una fuente de piedra. No murmuraba el agua, pues la pileta estaba seca. En un rincón, en los límites del templo y el convento, en un banco de piedra, los muchachos charlaban. Desorientado buscaba algún aviso y como no encontró señal, preguntó a un hombre que pasaba por el lugar.
-Podría decirme, ¿dónde queda la universidad?
La respuesta fue una sorpresa.
-Aquí no hay universidad.
Sorprendido, no comprendía. A lo que el personaje añadió:
-Miré joven, en esta ciudad hay escuela de medicina, escuela de ingeniería, escuela de derecho, escuela de humanidades. Aquí se transmite el conocimiento. No se investiga. En lugar de llamarse universidad el nombre que le conviene es escuela técnica de aprendizajes.