Del amor y otros afectos

Columna de opinión

Por: Diego Fernando Sánchez Vivas

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» l amor es la vida y la vida es amor» (Joaquín Dicenta)

Hay en el ámbito de la sociedad un sentimiento que por su ímpetu y la grandeza de sus dimensiones es el condimento de la vida diaria, que le da el sabor y el sentido a los afectos y se constituye en el soporte indiscutible de la convivencia interpersonal.

Nos referimos al amor, ese bello sentimiento pleno de calidez y frescura al mismo tiempo, donde la razón y la lógica son insuficientes para explicarlo y pierden toda su validez, donde los inconvenientes y obstáculos por más serios, graves y complicados que parezcan se superan con una facilidad indescriptible gracias a la grandeza del amor. Ha sido la fuente de inspiración de poetas, cantantes, novelistas y literatos. Es tal su influencia que ha sido el artífice de la creación y destrucción de reinos, imperios, renuncias y entregas, de locuras y genialidades. Parejas célebres de la historia como Marco Antonio y Cleopatra, Napoleón y Josefina, Bolívar y Manuelita Sáenz, y de la literatura como Romeo y Julieta, Ulises y Penélope, Efraín y María, han recreado el imaginario colectivo, se han instalado en la memoria popular y son recordados como paradigma del amor llevado a su más alta expresión.

El amor ha sido testigo de instantes de gozo y satisfacción, pero también de profundo dolor y sufrimiento. Es que Cupido el dios del amor es tan indescifrable en sus designios que apunta sus flechas en el momento y la hora más inesperadas y sorprende a quienes el destino brinda la fortuna o la desdicha de ser blanco de este inquieto serafín. Las mentes más lúcidas y geniales han perdido la noción de la lógica y han sucumbido ante la arrebatadora, demoledora e invencible fortaleza del amor. Si miramos el conglomerado humano, nos damos cuenta que la familia, núcleo fundamental de la sociedad, se asienta sobre la base de amor ya que es el terreno abonado y fértil donde germina el fruto del afecto de los padres que son los hijos, y debe ser la regla de oro de la convivencia social.

Muy cercana al amor se encuentra la amistad, cuyos brazos extiende desinteresadamente a quienes alcance, y si sus bases son sólidas y sinceras, permanece incólume a través del tiempo, soporta los vientos y las tempestades más fuertes. Gracias a la amistad aprendemos a entender la plenitud de la existencia con una leal compañía y a compartir nuestras alegrías y tristezas.

Son entonces el amor y la amistad un regalo de la Divina Providencia. Por ello resulta grato recordar que su celebración se debe dar todos y cada uno de los días de nuestra existencia, demostrándoles cotidianamente a quienes amamos y apreciamos, que su importancia para nosotros es vital.

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