Editorial
Por: Marco Antonio Valencia
El pasado fin de semana, cerca de una veintena de familias perdió sus viviendas en Guapi a causa de un voraz incendio en el barrio Puerto Cali que dejó al menos dos personas fallecidas. Es una tragedia terrible por donde se le mire.
A raíz de la situación, mucha gente viene expresando su solidaridad con los damnificados a través de aportes en dinero, ropas y alimentos, entre otros, y el Gobierno departamental ha enviado funcionarios para coordinar con la Alcaldía la ayuda necesaria en materia de salud y reubicación.
Que esta mala experiencia sea la oportunidad para llamar la atención sobre las poblaciones ribereñas del Pacífico que pertenecen al Departamento del Cauca: Poblaciones aisladas de los ojos de Dios donde todas las comodidades de la urbe son esquivas; lugares a los que llegar se siente como entrar en otro país.
El abandono histórico de la Gobernación del Cauca y su centro administrativo Popayán para con Guapi, López de Micay, Timbiquí y alrededores, da pena. Municipios que le aportan al Cauca en muchos sentidos, pero en los que no existen carreteras habilitadas para llegar ni mucho menos los servicios básicos como salud y educación, que deberían ser prioritarios por parte del Gobierno, pero que se obtienen casi de milagro.
Si queremos ver el rostro de la pobreza y del abandono, hay que ir a Guapi. Es un municipio azotado por la guerrilla, el narcotráfico y la minería ilegal que, con sus acciones y dinámicas, generan violencia permanente entre sus gentes. Y no son pocas las denuncias del microtráfico que envenena a sus adolescentes. Guapi es un pueblo donde las esperanzas de trabajo y educación son mínimas y del que las autoridades tienen más quejas que respuestas.
Que Guapí esté alejado del mundo, a espaldas de la civilización, le conviene a los delincuentes y organizaciones ilegales. Es frecuente incluso el desplazamiento de familias de sus residencias a mano de los actores armados, pero la respuesta y el respaldo del Gobierno es un eco lejano, extraño, invisible.
Se podría decir que los actores armados son un problema grave, pero lo es mucho más el abandono del Estado que permite que allí crezca, se desarrolle y gobierne la delincuencia.
El abandono en el que se hallan los guapireños sólo produce tristeza y lágrimas.
Es posible que esta semana mucha gente done dinero o bienes para ayudar a los damnificados del incendio y, con seguridad, las autoridades locales y departamentales harán presencia.
¿Pero, del abandono perpetuo, quién los ayuda?
¿A la pobreza de todos los días, quién le ofrece soluciones?
¿A la falta de vías para salir hacia la civilización, quién da respuestas?
¿De la falta de oportunidades para sus jóvenes, quién los salva?
¿De la zozobra y miedos, quién los redime?
Sí, este incendio es una desgracia, pero debe ser el punto de inicio para pensar en la situación de nuestros compatriotas que allí viven.
Sí, este incendio afectó a población pobre y vulnerable, y pronto se les reubicará, pero el tema debe servir para que el Gobierno Nacional sepa que en Colombia hay seres humanos abandonados a su suerte esperando mucho más de sus gobernantes, de su Nación.
El Cauca, como Departamento, tiene una deuda histórica con sus gentes del Pacífico: este es el momento de abrir los ojos y mirar de otra manera lo que allí sucede.