Presagios y vientos de guerra

Columna de opinión

Por: Víctor Paz Otero

E

n un soleado día de agosto del oscuro año de 1945, la humanidad inauguró su entrada macabra a los rituales de la guerra nuclear. Ese día fue rasgada y destrozada la piel HERMOSA Y amarilla de HIROSHIMA. Hubo silencio y estupor en todos los espacios de este planeta azul con tempestades. El poder alcanzado por la ciencia y por el hombre se ponía al servicio de la muerte. Que ironía, un logro científico nunca antes imaginado en la exploración de los secretos y de las potencias de la materia, se usaba para el más irracional y también para el más antiguo de los “placeres” que ha practicado el ser humano a lo largo del fluir de su historia: hacer y practicar la guerra. Hacer la guerra no hacer el amor, eso es para los hippies, para los que fumamos marihuana y preferimos el amor e imaginamos que la paz es el mejor condimento para condimentar los tiempos y los actos de la vida.

Jorge Luis Borges encontró el mejor titulo para nombrar lo esencial de ese discurrir que designamos como historia, es: HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA. La guerra es la verdadera y transversal variable que caracteriza la extraña forma que hemos tenido los humanos para participar del enigmático festín que significa estar vivos. La historia ha sido el triunfo casi siempre de TANATOS SOBRE EROS. Lo increíble es que nos ufanamos y celebramos con orgullo poco inteligente nuestra supuesta condición de ser seres racionales. Así nos bautizó el bueno y exuberante de Aristóteles y bajo esa etiqueta nos entregamos, con frenesí incontenible, a cometer crímenes, a propagar el odio y de manera más que privilegiada nos entramos a preparar las sucesivas e inexorables guerras. “El hombre es lobo para el hombre” decía con lucidez otro filosofo.

La leyenda Bíblica nos recuerda, que el primer acto humano cometido después de haber sido echados casi a patadas del ilusorio paraíso, fue un crimen, cometido a garrotazo limpio, por el codicioso Caín contra el probablemente tierno Abel. Al principio fue el burro, después llego el hombre y con el vino el crimen. Germen de la guerra, crimen amplificado sórdido y macabro, placer supremo y éxtasis de la codicia. Se hace la guerra por cualquier motivo, la de Troya por los encantos de Helena, por la nariz de Cleopatra, por el petróleo de Irak, por el canal de Suez o por el canal de la Mancha, por lámparas viejas, por las neurosis racistas de Hitler, por un partido de fútbol. Que gran negocio es, ha sido y seguirá siendo la edificante guerra, desde la guerra de las rosas, la de los treinta años y la de cien. La del opio, la guerra santa, las de la independencia, la guerra contra las drogas, ¿es que acaso la guerra no es la política hecha por otros medios?

No hay que mirar la de Ucrania, ni ser tan ingenuos, ni tan simplistas para creer que dicha e impredecible guerra se la está inventando Putin. Para ser bien provincianos pongamos nuestros engañados los ojos sobre el alegre fluir de nuestras miserables y muchas guerras nacionales. Por ellas nunca hemos podidos ni lograremos nunca vivir sabroso. Pues no somos racionales. Pues muy pocos son los Hippies que quedan. Y aunque ya son muchos más los que fuman la calumniada marihuana, también son demasiado muchos los siniestros favorecedores de la guerra, los muchos enemigos de la incomprendida PAZ.