Editorial
Por: Marco Antonio Valencia
H
asta la llegada del tren y la apertura de la carretera al mar, la ciudad de Cali era un villorrio más tradicional y anodino que Popayán. Hoy es la tercera ciudad más importante del país gracias a su turismo, su variada industria y su desarrollo inmobiliario.
La industrialización que comenzó a vivir el valle del Cauca transformó definitivamente la ciudad y el carácter de sus gentes. A la par de las empresas de gaseosas, químicos, materiales de construcción, del papel y del área de las confecciones, entre otros, el municipio fomentó la agroindustria, y la tenencia de la tierra, aunque generadora de empleo, fue quedando en manos de pocas familias (largo tema de conflicto sociopolítico)
Mientras tanto, Popayán, una ciudad que hasta bien entrado el siglo XIX se veía más culta, pudiente y con mejores perspectivas de proyección que la capital del Valle del Cauca, se fue quedando sin argumentos para cambiar de cara a una modernización económica, y se estancó en los valores conservadores de un pasado señorial, sin importar siquiera que varios payaneses ilustres hubieran llegado a ser presidentes.
Andrew Hunter Whiteford, en su libro “Popayán: una ciudad tradicional andina de mitad del siglo XX”, a partir de la descripción y retratos sociológicos de las clases sociales, nos da algunas pistas sobre esos elementos culturales relativos a la colonia que han prevalecido y no han permitido que la ciudad crezca y se desarrolle como su hermana caleña.
¿Qué es Popayán?, se pregunta el autor en el primer capítulo, y nos cuenta su visión personal, lograda por él mismo entre los años 1949 a 1952, cuando, siendo una pequeña urbe colonial, se perfilaba como una de las ciudades más importantes, no sólo de Colombia sino de América Latina, por su liderazgo académico y el rol político de sus élites en la gobernanza de la nación.
Una ciudad que se identificaba por sus olores a incienso, lavanda, boñiga, flores y aire fresco de las montañas.Una ciudad donde la gente se preciaba de ser “patojo”, a pesar de que el gentilicio correcto era payanés o popayanejo, y que sentía orgullo en el pecho por el rigor y la fastuosidad de sus procesiones de Semana Santa.
Y se da el lujo, el Señor Hunter, de comparar a Popayán con Boston, por el apego al pasado de sus habitantes, la conservación de la arquitectura, el estilo de las viviendas, la cantidad de monumentos, el perdurable sistema social y las muchas familias ligadas a la nobleza de sus fundadores. Y claro, sólo quienes gustan de una ciudad así, la celebran y la gozan, pero quienes se sienten incomodos se ven obligados a migrar.
“Popayán es una ciudad latinoamericana pequeña y conservadora, sin industrias, con una larga y rica herencia, y con una posición de alguna importancia en la cultura del país”. Y añade: estudiarla “contribuirá a entender la cultura y la gente de la otra mitad de nuestro hemisferio, América Latina”. Una ciudad que, de todos modos, ha ido creciendo un poco gracias al trabajo y al aporte de sus campesinos.
“Aunque está geográficamente aislada, mantiene sus contactos con el mundo y su integridad es parte viviente de la nación[…]Es una ciudad que no ha entrado en la moda de los anuncios publicitarios, las franquicias del marketing, las multitudes, el ruido y otros aspectos relacionados con el progreso y la modernidad”.
Tal vez muchas de las apreciaciones de míster Andrew Hunter a lo largo de su libro todavía se sostengan, pero con la llegada del siglo XXI y la dinamización de economías legales e ilegales, las condiciones sociales han mutado, el comercio ha florecido y la importancia de la ciudad, de cara al panorama nacional e internacional, es definitivamente otra.
Las comparaciones son odiosas, pero existen y, a veces, son necesarias.
Popayán volverá a ser tenida en cuenta, cuando centre su política en la construcción del ser universal; Negro, Amarillo, y Blanco, y abandere una oposición frontal, contra los que quieren convertir esa idea, en motivos de confrontaciones, siguiendo el derrotero enunciado en el himno del Cauca. Blancos, Indios, y Negros, una sola ilusión, hijos de la misma tierra, frutos de la misma flor.
Muchas ciudades en el mundo pasan por un proceso de desarrollo integral que las coloca de punta ante los ojos del planeta.
Otras, conservan un deje tranquilo de vivir acompasado, tal vez muy humano, muy acorde con el ser.
A veces llegar a estas ciudades donde se siente la vida de siglos anteriores es enriquecedor.
El todo está en querer, y lograr por supuesto, las condiciones habitables y aportantes de lo necesario para la vida actual. Buenos servicios, seguridad, ser económica…
Sentir que se puede y que se goza la belleza y tranquilidad que conlleva el vivir en lo humano.