Columna de opinión
Por: Eduardo Nates
Concluyó con rotundo éxito, el fin de semana pasado, el evento cultural denominado “Popayán Ciudad Libro”, que cada año organizan las instituciones universitarias asentadas en esta ciudad, lideradas por la Universidad del Cauca y otras entidades como el Ministerio de Cultura, el Banco de la República, la Gobernación del Cauca y Alcaldía de Popayán y organizaciones privadas, el sector hotelero, etc. La importancia que en todos los ámbitos ha adquirido este certamen cultural es muy amplia y aporta muchísimo a la región, ávida de este fortalecimiento cultural
Tuve el gusto de asistir, con especial agrado, al homenaje, magníficamente conducido por Elkin Quintero, que se tributó a la reconocida poetisa caucana Matilde Espinosa Fernández, gloria de las letras colombianas y símbolo indudable de la poesía femenina universal. Su biografía es ampliamente conocida, por eso no voy a cometer la candidez de repetirla. Prefiero comentar que fue supremamente grato y emotivo ver y oír a sus nietos Fernán y Ricardo Martínez Mahecha (faltó Patricia, para aportar la cuota de belleza a este grupo familiar…), contando, con su reconocida sencillez y gracia, las anécdotas infantiles y travesuras juveniles con las que endulzaron la vida de su abuela (y, con certeza, también le aportaron una que otra cana…). Sus voces a dúo, a veces llorosas, a veces sonrientes, a veces serias o en carcajada franca, sonaron como un “concierto verbal” …
Conocer la versión íntima de hechos y situaciones de la vida de un personaje como Matilde Espinosa, pero contados en versión familiar por quienes los han vivido, gozado y sufrido, tiene un sabor muy distinto al de las biografías formales, pues están enmarcados por la realidad, la sensibilidad y la franqueza de quienes no necesitan presumir ni “ganar puntos” para ningún concurso, porque ya están por encima del bien y del mal. Y por otra parte, saber que la belleza exterior del personaje, era consecuencia lógica de su belleza interior y que las circunstancias, a veces duras de su vida de niña y otras veces deslumbrantes en su vida de mujer y de poeta, en Tierradentro (Cauca), o en Paris o en Rusia, o en Bogotá, no hicieron más que acunarle la inteligencia y la ternura, (dos condiciones que en otras ocasiones parecieran incompatibles, pero que en Matilde fueron inseparables), le aporta a su biografía unos componentes tan intangibles como invaluables.
Mucho se ha insistido, cuando se habla o se escribe sobre Matilde Espinosa, en la influencia que pueden haber tenido en ella, dos personajes de la talla artística y jurídica del pintor Efraím Martínez y del jurista Luis Carlos Pérez, sus dos esposos. Pero esta vez, a raíz de la charla de sus nietos, resolví invertir los términos de la ecuación y pensar en que, con certeza, pudo ser mucho mayor la incidencia del universo que flotaba dentro de ella, en cada uno de ellos, en su tiempo. Y me he devuelto a pensar en la historia de su propia familia, dentro de la cual se encuentra uno con seres de la talla del músico y profesor Luis Carlos Espinoza Fernández o de su otro hermano, el pintor Jesús María Espinosa y otros de sus hermanos, no menos valiosos.
La poesía de Matilde refleja esa simbiosis de inteligencia y ternura (expresiones de la razón y el alma) con profundidad y sencillez simultaneas… Y como no soy ni crítico literario ni paso de ser más que un humilde columnista de un periódico provinciano, he preferido transcribir uno de sus poemas llamado:
“Interludio.
Si no vuelven mis ojos
a mirarse en tus ojos,
si mis dedos no vuelven
a enlazarse en tus dedos,
si mis besos no vuelven
a sombrear tu frente,
si mi voz no te dice
sus pequeñas palabras,
si tus aguas lustrales
no bañan mis pesares,
he matado los sueños
¡y esta es mi propia muerte!”
Con esta carga genética de inteligencia y el haber crecido en medio de pínceles y bibliotecas, es posible explicar la genialidad y brillantez de su nieto Fernán, a quien, lamentablemente, hay que rogarle para que escriba… Debería aceptar el reto de que para la próxima edición de “Popayán Ciudad Libro” traiga uno que recoja sus crónicas. Ese tesoro no puede quedar en el olvido…