Editorial
Por: Antonio Alarcón Reina
EEs muy recurrente ver en cada semáforo de Popayán –por lo menos en donde todavía cambian de color, pues muchos no funcionan- a algún saltimbanqui que realiza acrobacias y ejercicios de saltos y equilibrios ante los afanados conductores, que deben esperar los minutos interminables del parpadeo amarillo y verde, para seguir su marcha.
En esos momentos aparece el artista callejero con infinidad de maromas y contorsiones para lograr la atención de los dueños del volante y luego pasar con un sombrero a recoger las monedas que algunos generosamente ofrecen, mientras otros miran desentendidos, al estilo de muchos funcionarios públicos.
Guy Laliberté, fundador del prestigioso Circo del Sol, cuenta que llamó así a su multimillonaria máquina de espectáculos en razón de que “el sol simboliza la juventud, la energía y la fuerza”.
Laliberté fue uno de los grandes tragafuegos que se ganaba la vida en las calles de Canadá, expuesto al sol; Obviamente el sol de Canadá es muy suave y no como el que nos corresponde a quienes habitamos esta región tropical, donde en una sola mañana, podemos cambiar de color de piel y luego ver como esa piel se despelleja para dejarnos sus manchas imborrables.
Laliberté logró fundar el famoso circo que es emblemático en el mundo y a cuya carpa quiere llegar todo artista callejero. Sin embargo, como todos no pueden lograr ese sueño, recorren el mundo de pueblo en pueblo, jugándose a veces la vida en un semáforo, pues muchos utilizan cuchillos, machetes, cuerdas elevadas, ciclas gigantes, en las que un segundo de distracción puede generar un accidente y terminar en una tragedia.
Nuestra Ciudad Blanca no es ajena a este tipo de espectáculo callejero al aire libre y en los acentos que se perciben entre quienes lo ejercen como un modo de vida, encontramos argentinos, peruanos, venezolanos y muchos paisanos nuestros, que acosados por la falta de empleo recurren a este tipo de “rebusque” para sobrevivir.
Por supuesto que no todos lo hacen por ingente necesidad, porque para muchos de ellos, es un trabajo como cualquiera, que tiene unos horarios y unos sitios claves para ubicarse y conseguir lo del día en comida y lo de la noche en hotel, además de otros gastos que en su transitar necesitan.
Muchos pensarán que estos malabaristas, maromeros, danzarines y demás artistas del circo esquinero se la ganan muy fácil, y cualquier “sabiondo” hará las cuentas de las monedas que recogen para expresar que alcanzan sueldos mejores que cualquiera.
Otros pensarán que lo que recogen en sus horas de acrobacias, va a terminar en la compra de vicio y de alcohol, para justificar que muchos conductores disfruten del show, pero cuando la mano se extiende para pedir la moneda, suavemente suben el vidrio polarizado de su carro.
Y por supuesto que también hay muchas personas que generosamente aportan unas monedas para que estos artistas sigan “escupiendo candela” y dándole un toque circense a los cruces de calles, donde los semáforos muchas veces ni siquiera funcionan y son ellos quienes van poco a poco definiendo el flujo del tránsito, hasta cuando de la nada, aparece nuestra Blanca Ligia, los insulta y los corre, para ella con su pito, regular el tránsito de Popayán.