Columna de Opinión
Por: Diego Sánchez
En lo más profundo de la selva amazónica colombiana entre los departamentos del Caquetá y Guaviare se encuentra la Serranía de Chiribiquete. Es una meseta rocosa compuesta por montañas abruptas con cimas planas denominadas tepuyes en un total de 38, algunos de los cuales se acercan a los mil metros de altura, accidente geográfico que posee una inigualable variedad de flora, fauna, y una riqueza cultural derivada de pinturas rupestres que datan de 20 mil años de antigüedad.
Recientemente la Unesco declaró al Parque Nacional Serranía de Chiribiquete como Patrimonio Mixto Cultural y Natural de la Humanidad. Es una extensión de 4.268.095 hectáreas siendo el parque nacional de selva húmeda tropical más grande del planeta habitado en su interior por 37 especies de mamíferos grandes y medianos tales como el jaguar, el puma, el tapir, la nutria gigante y el mono aullador, innumerables variedades de insectos y aves de plumajes coloridos y de una belleza natural indescriptible.
Pero tal vez lo más significativo de este lugar mágico y encantador, es la simbiosis de la naturaleza con su exuberancia y la creación artística del género humano que esculpió hace miles de años una serie de figuras pictóricas en las paredes de los tepuyes, forma de animales, de objetos, figuras geométricas, cuadros, círculos realizados con esmero y sacrificio por los hijos del jaguar de Yuruparí, Tukanos, Huitotos, Nukak, Carapana, que plasmaron en la noche de los tiempos el testimonio viviente de los albores de la humanidad, cuando el género humano se apartó por un momento de sus instintos primarios de supervivencia para dar paso a la belleza del arte como componente único que diferencia al homo sapiens del resto de las especies.
Se trata de más de 75 mil imágenes rupestres que se extienden a lo largo de los muros alrededor de 70 refugios que representan escenas de caza, ceremonias, batallas que se atribuyen al culto del jaguar, símbolo de poder y fecundidad. Se menciona que es la muestra de arte rupestre más grande del mundo y que por su abundancia, belleza y exuberancia es llamada la «Capilla Sixtina de la Amazonía».
En este hermoso lugar digno de un paraíso tropical, confluyen el arte y la naturaleza para convivir en una perfecta armonía como un ejemplo para la humanidad y nos evidencia que, en algún momento la vida floreció en todo su esplendor y se plasmó para la posteridad, con la imaginación y la destreza de los hijos del jaguar.