Editorial
Por: Marco Antonio Valencia Calle
El invierno es un desafío para los colombianos, y en regiones como el Cauca es una verdadera tragedia.
Llueve tanto que se desbordan los ríos, quebradas y lagos causando miserias que nadie espera.
Es tanta el agua con lodo, que coladas de tierra, palos y piedras comienzan a caminar cual monstruo viviente arrastrando consigo hogares, sembrados, animales, puentes, carreteras… vidas humanas.
El agua del cielo cuando llueve así ya no es bendición, es el anuncio de un desastre. Son lluvias torrenciales, aguaceros endemoniados y tormentas que junto a las lágrimas de familias enteras, deja una estela de pobreza, amargura y desolación, comparada tan solo con la magnitud y daños de un terremoto.
Como siempre, son los más pobres y humildes los que están condenados a soportar los peores debacles y sus vidas se convierten en desafíos, pesar, ruina y desolación.
Todas las trágicas noticias que venimos registrando las últimas semanas a causa de los aguaceros inmarcesibles, que nos ha traído octubre e inicios de noviembre, dan a entender que como sociedad organizada ni personas naturales estábamos preparados para controlar.
Parece que en teoría desde la institucionalidad sabíamos lo se vendría y se tenían protocolos para prevenir los desastres del invierno, pero en la práctica todo indica que no es así, o que falta mucho por trabajar, planear, organizar.
Si cada nuevo aguacero es una tragedia enlutando cientos de hogares, veredas y barrios enteros, solo indica que no estamos haciendo lo correcto, o que hay fallas en el sistema de prevención de desastres.
El Cauca requiere una política para la prevención de los desastres causados por aguaceros del invierno. Lo que hay, lo que se tiene, lo que se hace, con seguridad ha salvado vidas y evitado más daños, pero todo indica que no es suficiente.
La tierra se llena de agua, las montañas se desmoronan, parece que caminan y hasta se desmayan sobre vías y carreteras veredales. Y entonces la gente no tiene como salir de sus pueblos, los carros no pueden transitar, comunidades enteras quedan aisladas y el sufrir hace lo suyo.
De todos los municipios y veredas de la geografía caucana hay llamados pidiendo auxilio para destapar vías, para arreglar caminos, para que el Estado brinde una solución… pero no hay maquinaria para tanto, ni obreros, ni presupuesto para ayudar a todo el mundo. Lo que quiere decir, que no estamos preparados.
La lluvia que debería ser una bendición, para los que se llenan de barro, quedan incomunicados, o pierden algo de su vida en cada aguacero es un desastre.
Las autoridades municipales y departamentales deben tomar nota de lo que está ocurriendo y dejar más presupuesto de inversión para los próximos años que les permita atender tanto las emergencias como el problema de fondo.
Es imperativo que muchos alcaldes declaren sus territorios como zona de desastre o calamidad pública para recibir ayudas extras, urgentes y necesarias para atender las emergencias que vienen padeciendo.
Las juntas de acción comunal y los grupos organizados deben a gestionar en tiempos de verano para los días de lluvia e invierno. Solo la prevención podrá salvarnos de seguir anunciando tanto dolor y sufrimiento.
El agua del invierno está lavando la tierra y dejando al descubierto la realidad de nuestras miserias, la falta de organización, el aislamiento en el que vivimos, la incapacidad de nuestros dirigentes, el desastre de nuestras carreteras.