Columna de opinión
Por: Hugo Cosme Vargas –
Cuando el río suena, agua lleva. Tengo la fortuna de escuchar en mi ventana las aguas del río Cauca cuando pasan serpenteando por el valle de Pubenza, rumbo a su desembocadura en el departamento de Bolívar, a 1300 kilómetros de aquí. Su fuerte sonido hoy me recuerda que estamos en octubre y que el invierno comenzó. Bendita el agua que brota de la tierra y llena nuestros cuerpos, sin la cual no habría vida en la tierra. Nadie puede negar su importancia, pero entonces ¿por qué no la cuidamos?
Cuando el planeta tierra tuvo hace millones de años temperaturas ambientales superiores en 15 grados Celsius, dicen los investigadores de la Universidad de Harvard que hubo ciclos de sequías seguidos de masivas tormentas que pudieron inundar el terreno con más de 30 centímetros de lámina de agua en pocas horas. Hoy, en algunos sitios de temperaturas extremadamente calientes sucede lo mismo. La Escuela de Ingeniería y Ciencias Aplicadas de esta universidad acaba de encontrar la razón: cuando sube la temperatura en la superficie de la tierra, el vapor del agua en la atmósfera también se calienta y forma una “capa inhibidora” que actúa como una barrera que impide que las nubes asciendan y formen nubes productoras de lluvias. Cuando esta barrera se rompe, se producen enormes tormentas capaces de aportar en 6 horas la misma cantidad de agua que cualquier ciclón produce durante varios días. Esto significa que el agua lluvia siempre nos acompañará en la tierra, aunque por ciclos.
Colombia es un país privilegiado con el agua que llueve. En varios sitios del departamento del Chocó las lluvias son superiores a 7000 milímetros anuales y a lo largo de los Andes se producen normalmente 2000, como es el caso de Popayán, mientras que en Estados Unidos su promedio es apenas 1078 y en España 650. Cuando el agua se acabe en los países vecinos, seremos también despensa de ellos. Pero debemos protegerla, no ensuciarla, no malgastarla, bien usarla y defenderla, como lo hacemos con nuestras vidas, porque ella misma es vida.
Hemos abusado del agua que poseemos. Es tanta que no la sabemos valorar. Es inadmisible que varios barrios de Popayán aún viertan al río Cauca sus excrementos, sin ningún mínimo proceso de tratamiento. O que la minería industrial le arroje a nuestro río el venenoso mercurio. O que las fábricas de Yumbo le boten toneladas de desechos. O que lixiviados generados en las basuras que se echan al río, lo intoxiquen. Por esto, celebramos la última expedición que la CVC ha hecho este año por el cauce del río, en compañía del expedicionario Diego Garcés y de un grupo valioso de profesionales que lo han querido conocer en sus entrañas, para desnudar lo bello y lo feo que allí existe. Dice el tráiler que anuncia el documental que será presentado este mes de octubre, que el río Cauca, aunque se ahoga es resiliente y sigue siendo para los colombianos “baile, fiesta, color, movimiento, memoria y cultura”. ¡Defendamos nuestro río!