¿Dónde poner la estatua de Sebastián de Belalcázar?

Editorial

Por: Marco Antonio Valencia

C

uando los Misak derribaron la estatua del fundador de Popayán hace dos años, no solo realizaron un acto de dimensiones políticas y profundamente simbólicas, sino que a su vez animaron una polémica donde diversos sectores culturales han tenido diferentes posiciones.

Voces autorizadas y ciudadanos del común, se pronunciaron de todas las formas posibles. Aquí recogemos algunas de las inquietudes que se generaron:

¿Tenían derecho las comunidades indígenas de tumbar la representación de Belalcázar? ¿En qué medida las estatuas y monumentos hacen parte del legado histórico y del patrimonio cultural? ¿Qué significa una estatua o un monumento en el sentido de la identidad y la cultura? ¿Quién fue realmente Sebastián de Belalcázar? ¿Bajo qué criterios puede justificarse o no que se derriben estatuas que conmemoran cierto pasado? ¿Cómo negociar con los distintos sectores culturales el problema de la identidad representada por los monumentos relativos a nuestro pasado hispánico? ¿Cómo proteger el patrimonio de la ciudad? ¿Fue un acto político o fue vandalismo? ¿Quién deberá asumir los costos de su restauración? ¿Qué significa Belalcázar para Popayán? ¿Era el Morro de Tulcán el lugar indicado para la estatua? ¿Vale la pena recuperar la estatua y volverla a poner donde estaba? ¿Se tendría que reubicar en un lugar distinto? ¿Es el Morro de Tulcán un sitio sagrado y ceremonial dónde no debe ir nada que corresponda al pasado de los españoles? ¿Cuáles fueron las razones por las cuales los Misak llevaron a cabo un acto que algunos sectores leen como un atentado contra el patrimonio y la identidad de la ciudad? ¿Cómo debe o debería responder la ciudad ante lo que muchos consideran como una agresión?  Estas y otras son las preguntas que deben animar un debate que toca un delicado nervio de muchas sensibilidades.

Pero aquí el punto crucial es que cualquier estatua o monumento que se sitúe en la cima del Morro debe ser en lo posible una decisión consensuada, resultado de un diálogo intercultural que cree nuevos acercamientos, nuevos vínculos simbólicos, que sane heridas históricas, que abra la ciudad a nuevos significados, que le haga justicia a un pasado diverso y complejo que ahora se ha puesto en discusión, pero, ante todo, que nos evite nuevas violencias o nuevos motivos para la separación y el desgarramiento.

El alcalde Juan Carlos López asumió la defensa de la ciudad en diálogos abiertos con los Misak para hacerles entender el grave perjuicio causado y lograr un compromiso de no continuar con actos similares. Amén, de las demandas jurídicas correspondientes. Posteriormente desde la administración municipal se ha gestionado la recuperación del monumento que sufrió daños de consideración con la caída.

Esta semana conocimos que la restauración costó 235 millones y que la estatua estará lista a finales de septiembre. Pero la delicada polémica de si Belalcázar debe volver al Morro subsiste, así como también se oyen propuestas para que la cima del Morro del Tulcán sea ocupada por un monumento distinto. Sin duda que aquí deberán oírse las voces de historiadores, antropólogos, comunicadores sociales, gente de la academia, así como los distintos pueblos indígenas, pero también las voces de las nuevas generaciones, sin olvidar nunca a nuestros mayores.

El alcalde de la ciudad nos ha dicho que “está abierto a debatir el tema con todos los sectores sociales, la academia y las instituciones encargadas de salvaguardar el patrimonio cultural”.

Desde El Nuevo Liberal exhortamos a los payaneses y caucanos a pronunciarse para orientar a la administración municipal sobre la suerte de la estatua de Sebastián de Belalcázar.

Un comentario sobre «¿Dónde poner la estatua de Sebastián de Belalcázar?»

  1. Es el resultado de haber destruido la política de la Corona, de ampliar la familia, a través del mestizaje, del intercambio de sangres y saberes, incluido el religioso, al manifestarle los españoles a los nativos, que sus dioses eran muy bravos, que ellos tenían uno más compasivo, con una mamá, que era solo bondad, estos los aceptaron, la prueba indiscutible está en la religiosidad actual de los nativos, luego la estatua del que trajo una religión nueva, en un sitio de culto de la religión anterior, no tiene nada de ilógico. solamente que hay ideas, como la del imbécil de López Obrador, de exigirle al Rey de España y al Papa, perdón por su presencia en América, lo que provoca en los nativos el deseo que, Negros, Blancos, y Mestizos, deben desocupar, por invasores, y en las inmensas mayorías que son mestizas, la sensación de que su parte de sangre española, es despreciable, algo que destruye la autoestima, acompleja. En un artículo Guillermo Alberto González M, proponía bajarla, y yo le respondía aquí no se baja a nadie, lo que hay que exaltar, es lo que somos, un pueblo mayoritariamente mestizo, luego dejemos a Don Sebastián donde está, y pongamos al lado una estatua ecuestre con el Cacique Puben, o Payán, manifestando con ello la alegría de la llegada de ese noble animal, que tanta ayuda iba a prestarles, y en el pedestal de Belalcázar, una representación de los frutos que conquistaron el paladar de los españoles. Todo lo que no valore la política de Isabel La Católica de «Debían conversar e intimar» es ofender el proyecto más noble, muy diferente a los anglosajones que miraron a los primeros pobladores de «Gente incomprensible», o los franceses de «gente buena pero salvaje». En lugar de insinuar a los indígenas puros, de volver a su antigua religión, es más beneficioso para ellos, que viven obsesionados, con lo ancestral, de volver a pasar el Estrecho de Bering, donde existen excelentes modelos educativos, para ponerse al día, y dejar de ser figuras de museo, pero vivas, ya que en los humanos todo es perfectible.

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