“Lo que perturba y alarma al hombre no son las cosas sino sus opiniones y figuraciones sobre las cosas.”
Epicteto
Por: Elkin Quintero
D
esde Homero hasta Tolkien, desde Pablo Picasso o Luis Buñuel hasta el escultor de la Casa del Dragón, desde Átala hasta la María de Jorge Isaacs, desde el poema de Gilgamesh hasta la obra poética de Matilde Espinosa y desde Sófocles hasta Rowling se ha querido mostrar a través de sus mundos, ideas, personajes, tramas, conflictos, utopías y distopías el poder transformador de Eros y Tánatos. Sus versos y prosas fueron los escenarios propicios para comprender su influencia.
Sin embargo, fue Empédocles quien habló de los dos principios básicos, que luego tomará Freud, amor y discordia, es decir EROS y TANATOS. Aquellos pensamientos, el filosófico y el psicológico nos ha permitido inferir que Eros tiende a unir, Tánatos a deshacer y separar. Esta fantasía cósmica a través de los siglos sirvió como una forma de explicar la naturaleza humana sin desconocerla.
Podríamos expresar que las sociedades, fruto de siglos de barbarie condujeron al Eros y al Tánatos a una desnaturalización de su esencia. Sin embargo, en ese mar de urdimbres y ficciones la literatura salvo el día. Hombres y mujeres utilizando ese corpus de origen mítico rompieron la dicotomía fundamental de la naturaleza humana.
Desde la antigüedad, una pulsión sexual y un instinto de supervivencia marcaron la historia cultural de los pueblos. Desde los mitos fundacionales a través de la tradición oral y luego de la escritura se logró representar los rasgos esenciales del ser humano. Muerte y amor son la génesis de nuestro universo.
Sin embargo, el triunfo del cristianismo supuso la derrota del eros. La supremacía de la moral estoica de la Iglesia conllevó la prohibición de cualquier atisbo de carnalidad. Una sexualidad libre, fuera de estas convenciones sociales y religiosas, quedaba reducida prácticamente a las brujas, quienes podían tener trato carnal sin compromiso, sobre todo con todo tipo de demonios. En síntesis, el loco amor conducía a los individuos a la muerte y condenación eterna.
El hombre antiguo como el moderno bajo la sombra de Tánatos sienten la atracción del Eros. Es decir, uno representa un principio de unión consistente, mientras el otro, por el contrario, busca asiduamente destruir las cosas. Este concepto de ambivalencia, se presenta de manera constante en la literatura fantástica. Por lo tanto, el nuevo lector quiere percibir de manera muy especial el mundo que lo rodea. La literatura fantástica, en sus más recientes realizaciones literarias y artísticas nos obliga a perdernos en mundos sin nombres con sombras y luces, nos invita a vivir en sociedades de altas y bajas políticas y ser parte de timos y trucajes que sostienen el poder. Muchos quieren pertenecer a esas sociedades adultas, herejes, bastardas y llenas de brutalidad. Es un sueño recurrente.
En este sentido, las literaturas fantásticas pretenden recrear de forma magistral la conexión entre sublimación y pulsión del Eros y el Tánatos. Quizás, desde esta perspectiva son muchos los personajes que crean un puente emocional a través de la constitución de representaciones simbólicas y así posibilitarnos transitar por un camino que por momentos se aleja de lo mortífero y de lo pasional como por arte de magia para luego dejarnos en medio de un largo camino sin amor y sin temor a la muerte.
De este modo, el Eros escapa a los estrictos cauces doctrinales de las iglesias del siglo XXI, mientras que, Tánatos huye del rigor de los cánones neoplatónicos de las ideologías de izquierda, centro y derecha. En este sentido, la naturaleza humana reclama desde otrora, tributos a través de las palabras y de las imágenes para lograr el anhelado equilibrio para ser feliz y libre. Sin embargo, frente a la imposibilidad, el hombre sufre, pero de nuevo surge la literatura para darle sentido a la existencia humana, de allí su importancia para las sociedades modernas.
Si nuestra esencia es la muerte, como asegura Heidegger, nuestro estar en el mundo nos conduce a la realidad de resguardarnos en otro cuerpo, para sentir que Eros no es ajeno. No obstante, frente a la sombra de Tánatos, hija de la noche, solo sería válido caminar hacia la luz de un Eros que nos haga sentir la posibilidad de amar y ser amado como máxima expresión terrenal.
Finalmente, negaríamos expresar que el hombre es solo una criatura tierna y necesitada de amor, por el contrario, es un ser cuyo instinto lo conduce a la agresividad. En la base de nuestra reflexión se encuentra la relación misteriosa y profunda entre Eros y Tánatos, como bien lo señala Octavio Paz: “En el amor hay rivalidad, despecho, miedo, celos y finalmente odio”. En suma, Tánatos no significa destrucción y Eros construcción, ni tampoco son la fuente de nuestras desgracias, sino que son parte esencial de la vida misma que siempre ha pretendido recrear la literatura.