Al ver por televisión la euforia en las calles y en camerinos de los jugadores de Arabia Saudita después de ganarle 2-1 a la Argentina del mejor jugador del mundo, y al conocer que el jeque decretó día de fiesta nacional para celebrarlo; recuerdo mis 7 años de edad, la tarde de aquel domingo 3 de junio de 1962, cuando en Arica, Chile, Colombia le empató 4-4, al equipo de la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, después de ir perdiendo 3-1 y Marquitos Coll darse el lujo de meterle el único gol olímpico en un Mundial, nada menos que al mejor arquero del mundo del momento, la Famosa “Araña negra”: Lev Yashin.
Mientras por el campeonato municipal se enfrentaban Boca Junior, del negro Palacios vs Derby, en la cancha polvorienta del Fabricio Cabrera, de Santander de Quilichao, -bautizada así en homenaje a un coronel de la Fuerza Aérea que participó en la guerra del Perú y su avioneta se perdió en los Farallones de Cali-, una elevada guadua coronada por una gigantesca bocina, retrasmitía la voz de Gabriel Muñoz López, de Caracol, narrando el encuentro, cuando no existían satélites de telecomunicaciones ni los partidos en directo -a través de las pantallas de los escasos televisores en blanco y negro, entonces lujo de ricos-; ni la FIFA se había convertido en la omnipotente mafia multinacional con los dirigentes de las federaciones nacionales obteniendo costalados de dólares al votar por debajo de cuerda para otorgar sedes como la de Rusia 2018 y Qatar 2022, ayudando a limpiar la imagen de sus autocráticos gobernantes.
Aquella épica tarde de 1962, cuando Marino Klinger clavó el gol del empate, los aficionados gritaron y saltaron a la cancha transmitiendo su euforia a los sudorosos jugadores que al final entendieron el motivo de tanta alegría y se sumaron a ella.
Este empate con sabor a triunfo, dio hasta para chistes (memes de hoy), como el traducir CCCP, las grandes letras en alfabeto cirílico, que lucían las camisetas de los soviéticos, en las iniciales de: Con Colombia Casi Perdemos.
Ese mítico empate fue lo máximo en un país hasta entonces sin mayores logros deportivos, a excepción de los alcanzados por Ramón Hoyos y otros ciclistas, y que en el futbol vivía de los fugaces recuerdos de “El Dorado”, -cuando nació el campeonato profesional sobre las cenizas del “Bogotazo” del 9 de abril de 1948, y a los equipos colombianos llegaron estrellas suramericanas y a Millonarios, varios de la selección argentina, como Rossi, Pedernera, Cozzi y Di Stefano.
En 1962, era la primera vez que una selección nacional clasificaba a un mundial y, este empate en Chile, fue durante décadas la cúspide de la gloria evocada a menudo por los medios de comunicación y sólo desplazada cuando la televisión a color transmitió en directo, el partido del mundial de Italia 1990, en el que agonizando el partido, el ánima bendita de Freddy Rincón le zampó el balón por entre las piernas a Bodo Ilgner, portero del Real Madrid y la selección alemana, para empatar 1-1, con el equipo que al final se coronaría como Campeón Mundial.
Viendo por la pantalla, el desánimo de los jugadores, cuerpo técnico y los fanáticos argentinos contrastando con la euforia desbordada de los árabes sin cerveza ni licor, recordaba batacazos de mundiales anteriores, como el que, en 1966, en Inglaterra, además de los leñazos de los defensas rivales que temprano lesionaron a Pelé, dio la desconocida Corea del Norte de Kill Ill Sung, el abuelo del voleador de cohetes actual, al meterle 5-0 a la Italia, que ya era bicampeona mundial, desde los tiempos en que el dictador fascista Benito Mussolini les planteó la alternativa al entrenador y los jugadores: ganar o el paredón.
Viendo la euforia de los saudíes y la explosión de los niños mexicanos cuando Memo Ochoa le tapó el penalti a nadie menos que al balón de oro Levandosky, ex Bayer Munich y actual delantero del Barcelona, entiendo que eso es lo bonito del futbol: la pelota es igual de redonda y pesada para todos los jugadores y en el momento menos esperado: saltan las sorpresas… a cualquier gigante se le crece el enano y emulando a David, con la piedra en la honda, lo deja tendido en el campo, igual que hicieron los saudíes con la albiceleste de Messi y compañía y, a Levandosky, angustiado mirando al cielo, después de la volada del arquero mexicano.