Memorias de un abanderado en Popayán

Las memorias se destacan por llevar un cuidadoso hilo narrativo cronológico de los acontecimientos, casi como un diario.

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Por: Andrés José Vivas Segura – 

a literatura de guerra ha gozado de cierto privilegio en la historiografía tradicional, enfocada en narrar las gestas de los reyes, príncipes y generales, la diplomacia y el poder sobre los territorios, la sucesión de los ejércitos, la miseria, el despojo y ¿cómo no? la rimbombante victoria del vencedor, con la consiguiente y aplastante humillación del vencido. Para el siglo XIX existe una gran variedad de testimonios de la guerra, como los partes y la correspondencia militar, las declaraciones de guerra y rendiciones, los mapas y planos, los sermones del clero y los panfletos revolucionarios, los diarios, biografías y memorias, como vestigios de la historia.

Entre estos, las memorias se destacan por llevar un cuidadoso hilo narrativo cronológico de los acontecimientos, casi como un diario, que conduce al lector -con bastante precisión- entre los principales vericuetos de la historia que se pretende contar. En ocasiones esta narración alude a un viaje o a un período de tiempo específicamente memorable, en otras -como la que hoy nos atañe- se refiere a hechos de la independencia. Para ser más precisos, a lo que se ha denominado La Campaña del Sur, adelantada por el prócer Antonio Nariño y Álvarez, con el fin de expulsar a los españoles -y sus ejércitos- de las poblaciones ubicadas en esta región de los Andes.

Batalla de Alto Palacé. Óleo sobre tela, 120 cm x 80 cm, Casa Museo del 20 de Julio, Bogotá D.C.
Autoretrato de José María Espinosa, fechado el 1 de agosto de 1834. Miniatura. Acuarela sobre marfil. Museo Nacional de Colombia, Bogotá D.C.
Batalla de la Cuchilla del Tambo, 1845-1860. Espinosa
Batalla de la Cuchilla del Tambo. Óleo sobre tela, 121 cm x 81 cm, Casa Museo del 20 de Julio, Bogotá D.C. (Pintado entre 1845 y 1860)
La quintada, 1869. Espinosa
La Quintada, de José María Espinosa Prieto. Acuarela pintada en 1869.
Jose Maria Espinosa Prieto en los calabozos de Popayan, 1816. Espinosa
La Quintada: Esta imagen lleva la siguiente leyenda: “José María Espinosa Prieto en los calabozos de Popayán, cuando fue quintado para ser fusilado, 1816. Cuadro pintado por él mismo en el calabozo.” Aguada, 1816, 14 x 22,5 cm., Casa-Museo 20 de Julio, Bogotá.

El narrador de tan interesante proeza de nuestra Guerra Magna es, ni más ni menos, que don José María Espinosa Prieto, quien ocupaba la posición de Abanderado en el ejército de Nariño. Sus memorias se inician con el grito de 1810, cuando su autor es un niño de tan solo 14 años, cuyo irrefrenable entusiasmo por la causa de la Independencia y la República le instan a abandonarlo todo y unirse al ejército patriota. El escrito finaliza diez años más tarde, tras combates como Alto Palacé, Calibío, El Tambo, Juanambú y otros, con el regreso a su natal Santafé, narrando la entrada triunfal del Libertador a esta población, vencedor en los campos de Boyacá.

Los testimonios de Espinosa en sus Memorias resultan significativos, por cuanto representan la perspectiva del soldado raso, y no el de los grandes generales y caudillos -como es usual- con una riqueza discursiva diferencial. Por otro lado, Espinosa también fue un gran pintor, que ejerció su oficio antes, durante y después de la guerra, aportando grandes obras para la pinacoteca nacional, entre las cuales plasmó las principales batallas y combates mencionados en su narración. Así, el lector puede recrearse en las memorias sobre la guerra de Independencia, mientras observa las batallas al óleo, vivamente representadas. El documento fue compilado y publicado durante la vejez de Espinosa, gracia a la edición que realizó el escritor José Caicedo Rojas, en tono autobiográfico, hacia 1876. La Biblioteca Virtual del Banco de la República tiene disponible todo este material.

Para aludir a las Memorias de un Abanderado, acudiré respetuosamente a un episodio que algunos conocen, pero que las nuevas generaciones patojas tal vez no hayan descubierto; se trata de la famosa Quintada de Espinosa en Popayán, cuando éste cayó preso del ejército español en la fallida batalla de la Cuchilla del Tambo, el 18 de junio de 1816, luego de lo cual fue conducido en calidad de reo hasta esta ciudad, hacia el espacioso salón ubicado en la zona central del costado oriental de la plaza, contigua a la casa municipal, denominado en el habla coloquial payanesa Los Portales, nombre ampliamente conocido hasta 1983. En las ciudades fundadas por los castellanos era usual encontrar este tipo de construcciones, llamadas Portales, con columnas, donde los viajeros amarraban sus caballos.

Diego Castrillón nos cuenta que este sitio fue asignado desde la fundación de Popayán al Capitán Pedro de Velasco, subalterno y compañero de Belalcázar, donde se levantó una edificación de un piso, en tapia pisada y bahareque, con techo de paja, hasta el período 1625-1630, cuando su hijo homónimo la amplió hacia la esquina sur, techada en teja y con los portales que conservó hasta 1983, para alojar la plaza de mercado de los viernes, sobre todo en época de lluvias. A principios del siglo XVIII fue ocupada por doña Dionisia Pérez Manrique, Marquesa de San Miguel de la Vega, quien restauró los daños ocasionados por el sismo de 1736, añadiendo un segundo piso con balcones hacia la plaza.

Tras la muerte de la Marquesa sus bienes pasaron a la Compañía de Jesús, quienes fueron posteriormente expulsados del país, y el edificio volvió a ser propiedad del municipio en 1752. En la guerra de Independencia, este lugar fue usado como calabozo por los diferentes ejércitos que lucharon en Popayán, donde don José María debió soportar su angustioso presidio. El edificio fue reconstruido después del sismo de 1906 y, desde 1947, en él funciona el Banco de Colombia, que le remodeló nuevamente, justo hasta 1983, cuando sufrió ruina total y una nueva reconstrucción.

Volviendo a Espinosa y su Quintada, nuestro protagonista narra episodios anecdóticos de su cautividad, de manera sintética y con agraciada prosa, en momentos en que su vida pendía de un hilo, de una decisión desafortunada de los comandantes chapetones, pues no se sabía cuándo le tocaba su turno a cada cual. Junto a él, que ostentaba veintiún años, se encontraban privados de la libertad muchos de los patriotas vencidos en la batalla de la Cuchilla del Tambo, algunos de los representantes de las élites locales que colaboraron con la revolución, e incluso pudo ver al prócer Manuel José Castrillón, a quien ya me he referido hace una semana, quien fuera víctima de las torturas del desalmado comandante español Francisco Warleta (1786-1829).

En la plaza de San Camilo y en la plaza central se habían instalado horcas y patíbulos para las ejecuciones, que se llevaban a cabo cada tanto, lo cual mantenía en la zozobra a los prisioneros, ante la inminencia de la muerte. A unas dos semanas de su llegada, el capitán realista Laureano Gruesso hizo salir a todos los prisioneros hacia la plaza para ajusticiarlos, pero luego se dio una contraorden que les salvó el pellejo momentáneamente. Esa tarde Espinosa hizo una caricatura del déspota y ridículo capitán, tan parecido al original, que fue motivo de larga chacota y risa para sus compañeros, quienes la clavaron en la pared con un alfiler.

Unos días después volvieron a sacarlos a la plaza, y llevaron a un niño de diez años para realizar la azarosa selección de cuatro patriotas a ser pasados por armas; fueron ellos, el joven José Hilario López, Alejo Sabaraín, amante de Policarpa Salavarrieta, Mariano Posse y Rafael Cuervo. Éste último envolvió tabaco en la boleta que anunciaba su ejecución y, encendiéndolo, exclamó: Esta es la suerte que merece este papel y los que me condenan a morir. Al otro día los sacaron de la capilla y condujeron hacia el patíbulo, pero se libraron de la muerte en virtud de un oportuno indulto decretado por el Virrey Montes desde Quito, para tranquilidad de todos. Sin embargo, todavía faltaban los múltiples peligros y acechanzas que tuvo que sortear Espinosa para regresar a su natal Bogotá, donde muere en 1883, a la avanzada edad de 87 años.

En sus cavilaciones del presidio en Los Portales, Espinosa recuerda el gran ardor de espíritu y la agitación que generó entre los ciudadanos la guerra gloriosa mediante la cual todo un pueblo se sacudía del yugo de sus opresores y, con cierto desdén, se preguntaba lo siguiente: “¿Podrán experimentar la misma satisfacción los que hoy guerrean en miserables contiendas intestinas y luchas fratricidas por conquistar un puesto, de honor o de lucro, que es a lo que, en general, se reduce el patriotismo moderno y las aspiraciones de los bandos políticos, por más que se hable de principios?” Me parece que la pregunta no ha perdido vigencia.

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