ISLA GORGONA, LOS ROSTROS DE LA MEDUSA – Parte II

Crónica – Publicada en Antología del Taller Relata- 2013

Por: Lucy Amparo Bastidas Passos

Fotografía: Parque Nacional Natural Gorgona – Vive Gorgona

Mundo marino                                             

Al tercer día, hicimos nuestra segunda salida con Moisés, por el sendero Yundigua, más corto pero empinado, que requiere buen estado físico. Veintinueve grados de temperatura  eran mitigados por gigantes árboles sombreando el camino. Entre troncos y ramas corrían veloces lagarticos de color sepia con anillos marrón, o verde manzana con anillos azules, de 50 centímetros de largo. Entre la hojarasca descubrimos mimetizadas e inmóviles, minúsculas ranas cafés con rayas amarillas, de un centímetro de largo, que quizás se preguntan: ¿para qué saltar?, pues ellas solo caminan. En los árboles agarrados crecen filodendros, chupayas, orquídeas y decenas de epífitas. Moisés risueño nos indicó el  beso de negra, planta con flor de carnosos y anaranjados pétalos, como abultados labios abiertos. Durante dos horas de caminata atravesando la isla, de cuando en cuando se abren ventanas al mar. Su fuerte resplandor aguamarina de repente apareció completo; estábamos en Playa Blanca.    

El mar transparente se rompió a nuestros pies, Moisés contó que hasta allí llegan barcos desde Buenaventura cargados de jóvenes buzos. Nos alentó a ‘caretear’, es decir a nadar en la superficie marina con una careta o ‘snorkel mask’, acompañados por él, que como delfín con traje de neopreno para bucear, forra su corpulenta figura con una sola piel oscura, que sumerge en el mar como en su mundo natural.

Edgar, solo, se había alejado ‘careteando’, y al rato regresó como adolescente asustado y sobándose el oído, dijo:                                                                                                                   – Fui hasta las rocas y un sonido que hizo ouuiiiii, como de ballenas me espantó y giré rapidísimo para regresar. 

Como a Edgar le gusta hacer bromas nos reímos incrédulos. Fue cuando Moisés me preguntó si quería ir. No lo dudé. Me puse mi chaleco y agarrados del flotador cada uno de un lado, lo seguí. Experimenté la confianza en Moisés, y sin saberlo nos alejamos como a un kilómetro de la playa, fue cuando a unos cinco metros de profundidad, se iluminó el ‘mundo del silencio’, el paraíso marino encendido de criaturas de sorprendentes movimientos; peces con extraños ojos falsos entre abundantes bancos coralinos, que su magnitud y mi ignorancia, solo admite nombrar a los llamados Pocillopora y Pavona.

¿Realidad o fantasía? Habría podido morir allí en dulce plenitud. Fue cuando vi la mano de Moisés que me señalaba el oído, y escuché una sonata conmovedora, era el canto de ballenas jorobadas, con ballenatos recién paridos que paseaban a lo lejos, y que más tarde vimos en la superficie lejana, danzando en las aguas plateadas. 

Las tragedias de Gorgona

Era ya el cuarto día. William nos había anunciado la visita a la antigua cárcel. Desde antes de viajar me había negado a visitar lo que queda de cárcel, pero el vigor de días anteriores, me animó a aceptar.

En la puerta de ingreso hay un letrero con un escrito de Dante que alude al umbral del infierno. No fue sino cruzar esa puerta y me penetró un frío mortal, una náusea, que desaparecieron solo al salir de ese mundo de espectros escalofriantes, como narrados  por Edgar Poe. 

Durante el recorrido Moisés nos contó de esa tragedia social cuando el Gobierno Nacional decide establecer una cárcel de alta seguridad en 1959. Esa miseria sucedida hace 53 años albergó a más de 2.000 presos considerados peligrosos, más unas cuantas docenas de centinelas. Aún quedan los calabozos, un ala de celdas y ciertos lugares de tortura como memoria del horror al que fueron sometidos los delincuentes, por carceleros de crueldad extrema. Allá, presos y guardias sitiados por la impenetrable selva, sufrían la inclemencia y soledad de esa cárcel, que lindaba con las aguas marítimas atestadas de tiburones. Lo registran poemas escritos por un preso: 

Maldito este lugar…maldito sea.                                                                                    

Aquí solo se respira la tristeza                                                                                           

aquí se bebe el cáliz más amargo                                                                                             

que nos brinda el dolor y la pobreza                                                                                  

aquí la vida no tiene primavera                                                                                          

aquí el alma no tiene sensaciones                                                                                         

aquí el amor no tiene compañera                                                                                            

y pierde el corazón sus ilusiones”

Moisés relató también, la tragedia ecológica, que tal vez comienza cuando en épocas de la independencia de España, la isla fue regalada por Bolívar al sargento mayor Federico D’Croz, por sus buenos servicios. Sus descendientes la venden a la familia caucana Payán, que deforesta una parte para implantar cultivos de palma, cacao y frutales. El gobierno bajo la presidencia de Alberto Lleras Camargo, siguiendo ejemplos externos, decide comprarla para construir la cárcel, convirtiendo la isla en una selva humana violenta. En tan solo 24 años de vivir allá presos y carceleros, desapareció el 75% de los bosques naturales existentes, para quemar los árboles en los calderos donde preparaban sus comidas, y en los hornos para asar 2.200 panes cada día. Fue deforestada brutalmente, casi acaban con ese ecosistema, salvado gracias a las intensas luchas de ecologistas y defensores de los Derechos Humanos, que con tesón entre 1980 y 1984, logran que se erradique el régimen carcelario y se recupere el bosque natural. Es declarada Gorgona, Parque Nacional Natural en 1985.

Guardianes de la isla 

Habitan algunos guardianes temporalmente allí, provenientes de distintos lugares de Colombia; aman fervorosos la isla, libran batallas épicas para mantenerla y resguardarla. Trabajan rotativos, no pasan de 20, unos cuantos funcionarios de Parques Nacionales Naturales, otros cuantos científicos, investigadores, biólogos, estudiantes de Univalle, unos pocos miembros de la Policía que duermen y cocinan en cambuches, y algunos funcionarios de la Concesión turística. 

Allá nadie toca nada, solo las aves, reptiles y mamíferos lo hacen. Es exigua el área delimitada para el tránsito humano; se intenta dejar la mínima huella ecológica. Terminada la permanencia, regresan  consigo todo lo que ingresaron incluso la basura no degradable; no se saca nada de la selva, ni del mar, nada que no hayan llevado. Es ahora reconocida como ‘Isla ciencia’ por ser un laboratorio viviente en tierra y mar.

Del grupo de guardianes conocimos de cerca a Moisés Obregón y Flor Solarte. Trabajan para la concesión en la isla atendiendo a los turistas. Son afortunados al sacudirse del desempleo de Guapi, donde nacieron de familias de raza negra. Él, nuestro guía, y ella ayudante en el restaurante; silenciosos como la isla, diligentes como el mar, con su sonrisa blanca nos acompañaron durante los cinco días de estadía. 

Moisés aprovechaba que su compañero conducía, cuando salíamos en lancha, para treparse en la proa, daba la espalda a los visitantes y flotando sobre las aguas como Moisés en el Nilo, de cara al mar, le cantaba, le susurraba ritmos y sones guapireños.  Flor y Moisés hacen eco del aire salobre, de los corales profundos, de los bosques, son marineros de agua dulce. Su corpulencia y calidez, turba la mirada.  

Un día Moisés dijo:  

– Esto es lo mío, me gusta estar acá, y me encanta que quienes vienen sientan lo mismo.

Salvada del horror 

Vimos la isla recuperada de la inclemencia humana, 28 años después, cubierta de vegetación, de agua dulce y vientos frescos, a merced de aves y mamíferos que transportan semillas de lado a lado. Este paraíso resurge como milagro de dioses humanos, de aquellos filántropos que la salvaron en los años ochenta, y después de tres décadas otros guardianes laboriosos  continúan su custodia.

Gorgona al dejarla  tranquila, rebrota, muta el gris de la devastación del siglo XX, al verde húmedo de exuberantes bosques. Quizás le sucede como a la Medusa o Gorgona griega al morir, que sacó de su herida dos hijos que la terrible criatura había concebido con Poseidón: ‘el caballo alado Pegaso y el gigante Crisaor, que nació blandiendo una espada de oro’. Tal vez asimismo, esta isla caucana parió bosques alados, que en las alturas alberga brumas, aves y mariposas, y cabalgan micos capuchinos y monos perezosos, que cual Crisaor mitológico, extiende su brazo de espada dorada, protegiendo su dominio. 

Esta isla salvada del horror de los criminales encarcelados, y de la destrucción ecológica, aunque soporta el monstruo que encarna su nombre, se reinventa, se exhibe como “Isla Aguadulce”, podría entonces decirle a Pizarro: 

 – Ya no es la isla Gorgona ese monstruo. La señal de advertencia que hiciste fue revelación, ella surge ahora como Diosa del bosque,  agua viviente. Hoy te libero conquistador, de la aflicción que le causaste con tal nombre. 

Y es que esta isla de troncos robustos, que huele a niebla y musgo, nos habla de la intimidad con el mundo, del comprender que aunque en solo décadas destruyamos lo que el Planeta tardó millones en construir, la Naturaleza en quietud, desde su vientre inextinguible, se rebela a la depredación, se salva a sí misma. Este experimento que sucede en apenas 22.5 kilómetros cuadrados, habla de un volver a empezar; de un futuro cordial con el mundo Natural, con el alma de la Tierra.  La especie humana racional, podrá así, albergarse en el Hemisferio.

De regreso al continente

Las manos de los que se van se aprietan con las que se quedan en la oscuridad de la madrugada. El mar abierto de gritos de ballenas, apacible nos recibe. Me sumerjo en pensamientos de vida y muerte dejados en el silencio de la isla nueva, que con suave murmullo parece indultar a quienes hoy la habitan.

Los rayos del sol asomaron, un gozo plácido llegó. Ilusionada cambié el nombre de Medusa a la isla, de diosa infernal, por el de “Isla Aguadulce”; como celebración a los bosques guardianes del agua, la Vida futura. Esta ambición me animó a pensar que quizás hoy Pizarro, ya de acuerdo conmigo, exclamaría:     

– ¡Animaos chavala, cuánta razón tenéis, seguid en el propósito, vale tía!