Cuando se iniciaron las obras de ampliación y mejoramiento del aeropuerto Guillermo León Valencia, una de las grandes reocupaciones fue el destino del mural del maestro Augusto Rivera
Por Carlos Horacio Gómez Quintero
ESPECIAL PARA EL NUEVO LIBERAL
La obra pictórica de nuestro insigne pintor y muralista universal, Maestro AUGUSTO RIVERA GARCES, se encuentra afortunadamente muy bien repartida a lo largo y ancho de Colombia y de algunos otros países de América.
Dada su caracterizada y múltiple condición de creador auténtico, artista integral, exquisito narrador de cuentos e integrante orgulloso de ese núcleo humano nacido en Bolívar, Cauca, en donde “había gentes comunes y corrientes: brujos, santos, herreros, endemoniados, filósofos, andróginos, políticos eclécticos, héroes, mineros, poetas autóctonos, tal cual celestina, locos y locas de cuanto sexo ha habido, magos milagrosos, liberales, conservadores… etc.”, no cabe duda alguna de que existirán muchos espacios geográficos y colecciones particulares, en donde se exhibirán orgullosas las obras, de quién fue considerado, en un momento clave del arte colombiano, como el pintor que mejor combinaba los colores hasta concretar las figuras y formas que nacían y brotaban de su frenético espíritu.
De todas formas y como parte sustancial del inventario oficial existente, en materia de murales y otras obras inmortales se destacan los siguientes:
En Bogotá, los ubicados en El Centro Colombo Americano, en El Banco de La República, en El Banco de La Sabana, en Los Museos de Arte Contemporánea y de Arte Moderno, en La Biblioteca Luis Angel Arango y en la casa del escritor Eduardo Mendoza Varela.
En Pereira, el ubicado en la sede del Banco Agrario.
En Cartagena, el ubicado en El Centro de Convenciones junto a otros murales de Obregón y Grau.
En Cali, los ubicados en La Escuela Militar de Aviación de La Fuerza Aérea Colombiana y en El Museo La Tertulia.
En Medellín, el ubicado en El Museo Zea.
En Quito, Ecuador, el ubicado en El Edificio Colombia.
En Estados Unidos, los ubicados en Los Museos de Arte Moderno y Brooklin en Nueva York y en El Museo de Fort Lauderdale en Florida.
En Popayán, los ubicados estupendamente en El Banco Cafetero (hoy sede adicional de La Universidad del Cauca), en El Banco Popular, en El Centro Comercial Plaza Colonial, en La Facultad de Ingeniería Civil de La Universidad del Cauca y en El Aeropuerto Guillermo León Valencia.
Este pequeño y sugestivo abre bocas lo planteo en función de reivindicar dos situaciones de carácter trascendente, a saber:
Por un lado, la inminente conmemoración o celebración del natalicio de su nacimiento el próximo 22 de Octubre, efemérides ante la cual se espera y ansía un pronunciamiento de corte profundamente social e institucional, a través del cual, en particular las autoridades del Municipio de Bolívar y su comunidad en general, rindan homenaje a la memoria del artista, que con sus manos prodigiosas y sus locuras incontenibles, transportó por siempre y por todo lugar, la indeleble impronta de ser humano excepcional fecundado y parido en el hogar de Alejandro Rivera e Isaura Garcés, un núcleo familiar bastión de la sociedad atada a los mejores episodios de las luchas libertarias del Sur de América y a la constitución de sociedad caucana.
Por otro lado, la presente crónica se refiere y se detiene en el relato increíble que describe, cómo una persona de enormes valores payaneses, abanderó la necesaria tarea de defender a toda costa la vigencia y permanencia de una de las obras clásicas de Rivera, que haciendo honores a La Chirimía, se ubicó desde los albores de la década de los años 60s en el terminal aéreo de la ciudad capital regional.
Con profundo respeto y admiración resalto la formidable labor altruista del Arquitecto José Alonso Monteros Velasco, patojo de pura cepa, adornado en sus ascendencias con castas provenientes de El Cerrito, Valle y Totoró, arquitecto de profesión formado en La Universidad del Valle, con experiencia calificada como diseñador y constructor de viviendas y con dedicación pulquérrima a las actividades que significan actuar con decoro como Veedor de Obras en la hermosa Ciudad Blanca de Colombia y en este caso particular, como Presidente de La Veeduría especializada para las obras del Aeropuerto Valencia.
Sus responsabilidades en este tipo de actividades, además de ser ejercidas con pleno conocimiento de causa, obedecen a una máxima que con frecuencia repite y que de alguna manera sintetiza su inconmensurable y responsable labor: “Colaborar con lo poquito que uno sabe, haciéndolo con dedicación y constancia y de contera, sin cobrar por el servicio”. Realmente ejemplar, digno de resaltar y darlo a conocer.
La historia particular que traigo a colación, nace evocando aquellos momentos, en que siendo El Arquitecto Montero invitado a conocer los detalles del proyecto de renovación y modernización del aeropuerto, escuchó y analizó con suprema dedicación, que en el fondo del diseño arquitectónico subyacía una respetable pero equivocada apreciación: Rendir homenaje al Cacique Payán y a Los Pubenenses, presentándolos como hombres ricos y poderosos a partir de la explotación del oro.
En esa consideración forzaban el aparecimiento de pectorales y otras joyas precolombinas, pero la gran verdad es que, de tales aditamentos, no se conocen detalles precisos sobre su existencia y uso. Para completar la ración de equívocos, el proyecto contemplaba la demolición total de la infraestructura del terminal y con dicha decisión se arrastraba de manera inmisericorde hacia su destrucción física y total, la alegoría majestuosa, que construida deliciosa y pacientemente con pequeños baldosines o mosaicos similares al cristanac, muestra con inusitada belleza, a aquel grupo de personas, que comúnmente en todo pueblo sureño se reúnen alborozados y que con flautas de carrizo, triángulos metálicos, tamboras y maracas, entonan melodías hermosas, producto de las entonadas con aguardiente o guarapo y del roce con la exuberante naturaleza y con los honestos y trabajadores de sus vecindades.
La cuota final de esta particular actividad recordada, era por supuesto el ofrecimiento, para que el ilustre Arquitecto Monteros se colocara al frente de la labor de veeduría y preservación del patrimonio colectivo. Su respuesta frente a todo lo escuchado, obviamente fue positiva y del tamaño de lo que dictan sus férreas convicciones: Aceptaba el encargo, pero….. bajo la irrenunciable condición de que se conservara El Mural de Rivera, el artista de estatura ecuménica, que además había tenido el acierto de ubicar su obra costumbrista, justo a la entrada a la sala de embarque de pasajeros, vale decir el espacio en el cual se habían tejido innumerables historias de alegría o de dolor, precisamente a partir de las despedidas que día a día y rato a rato, practican los que se van y los que se quedan. Un espacio mágico sin duda alguna. Un lugar en el cual flotaban y se percibían sentimientos y expresiones del alma. Realidades irrefutables de la vida por lo demás.
Como detalle adicional debe expresarse que, siendo El Aeropuerto parte de los bienes administrados por La Aeronáutica Civil de Colombia, esta entidad, además de reclamar derechos para tomar decisiones sobre la infraestructura existente, era la entidad que había contratado al Maestro Rivera para ejecutar dicha obra de arte y quién había respondido como siempre, con una joya verdadera, la que al apreciarla con detalle, permitía entender una labor de mucha filigrana, puesto que se trataba de unir baldosín a baldosín, hasta formar las figuras respectivas, previendo que su duración estuviera garantizada. El Maestro trabajó cada jornada desde su casa, avanzando en la conformación de partes cuadradas de 50 centímetros de lado, muy seguramente asistido por un alfarero y colocando una cuota de misterio por cuanto nunca se supo cuál era el pegante utilizado (a lo mejor utilizando claras de huevo como fueron sus primeros experimentos frente al arte) y como se daba mañas para trasladar a diario, cada componente envuelto en papel kraft, para luego pegarlo, en forma totalmente encajada y simétrica sobre la superficie definida para alojarlo.
La discusión para tomar la decisión adoptada en aras de preservar y conservar la magnífica obra, no fue sencilla. La Aeronáutica Civil mostraba mas temor por las reacciones que se pudiesen presentar en el seno de la sociedad, que entendimiento claro sobre el valor de lo pretendido por conservar. Hubo necesidad de acompañarse del funcionario del Ministerio de Cultura Alberto Escobar, quien efectivamente se sumó al esfuerzo de valorar y evaluar el tamaño de la tarea por realizar y en buena hora, en todas estos ires y venires, aparecieron providencialmente y como fórmulas de apoyo excepcional, Martha Lucía, la hija de Augusto y Mabel, “la princesita galáctica” como él la llamaba y La Historiadora Claudia Dangond, quiénes con el concurso valiosísimo de La Cámara de Comercio del Cauca, del Ingeniero Andrés Castrillón, de La Veeduría del sector histórico, entonces en cabeza de Juan José Vivas y del acompañamiento de La Contraloría General de La República en cabeza de Gonzalo Hurtado, hicieron y aportaron mucha claridad, hasta cursando una muy estructurada y contextualizada comunicación que justificaba, con contundentes y sobrios argumentos, la necesidad de avanzar en la línea defendida desde un principio por El Arquitecto Monteros Velasco.
Definida afortunadamente la decisión salvadora, apareció también y en forma cuasi espontánea, la opción de opinar sobre el modus operandi para concretar la tarea. Juan Arroyo, el restaurador y El Arquitecto de nuestra crónica, le apostaron a revisar el quehacer. Encontraron que el mural, sumando el espesor de la figura, el volumen de pegante aplicado, la técnica de elaboración utilizada y la estructura para fijarlo tenía un grosor entre 4 y 5 milímetros y que pese a todo, era absolutamente riesgoso perderlo, como riesgosa era también la posibilidad de perder en el intento, la fama y reputación adquirida luego de muchos años de incansable y honesta labor profesional.
En esas reflexiones participaron también expertos restauradores amigos de Arroyo venidos desde Costa Rica, quiénes además de sumarse a las preocupaciones locales, colocaron a disposición y uso un esclerómetro (instrumento indispensable para medir la resistencia a la presión del hormigón y para realizar controles no destructivos de la calidad del hormigón), bajo cuyos resultados concluyeron el riesgo de desmoronarse el mural o al menos perder gran parte de su cohesión.
Pese a todo ello, la decisión oficial de La Aeronáutica Civil, del Ministerio de Cultura y demás entidades competentes, se resumió expresando, que se adelantaría un concurso para seleccionar un ejecutor de la monumental y épica tarea de retirarlo con toda su estructura, es decir con muro y todo y trasladarlo hasta el sitio en el que finalmente quedaría incrustado, obviamente en los espacios nuevos por construir. Y así, efectivamente se hizo. La selección quedó en manos del Ingeniero Civil bogotano Héctor Prieto y su grupo de colaboradores, quiénes en dos meses y medio aproximadamente, terminaron la titánica labor.
Antes de ello, bajo la égida de los expertos locales se procedió a su limpieza y mantenimiento, que por cierto le hacía muchísima falta. Lo untaron de engrudo para proteger el enchapado artístico y lo cubrieron con telas apropiadas para el propósito buscado. Igualmente se lo bordeó con un marco de acero y se le tejió una capa de yeso y poliuretano para protegerlo por delante, en tanto que se cortó todo el muro de atrás en dimensiones que cubrían plenamente su área, con un espesor de 50 centímetros. En toda esta tarea delicada y prolija encontraron una suerte de caracha elaborada en fibra de vidrio que aportaba protección en la parte posterior del mural y que presumiblemente se había colocado en épocas post terremoto. Durante la época de pandemia, efectivamente se terminó de retirar el muro portante y mediante el uso de una grúa se trasladó hasta sitio seguro, en el cual permaneció celosamente guardado durante cerca de 8 meses. Reiniciados los trabajos de construcción del terminal y en ejercicio del Contrato suscrito con Prieto y Compañía, La Chirimía y toda la felicidad que trae consigo, llegó al sitio escogido en donde fue incrustado con el marco de acero que lo bordea perimetralmente y que jugó un papel preponderante en términos de conservación y preservación.
Hoy, para dicha y gloria de los bolsiverdes, para la satisfacción grata de Marthica y de toda su digna familia, para el orgullo de la sociedad payanesa admiradora ferviente del valor artístico de Rivera y para el solaz de visitantes nacionales y extranjeros, El Mural de La Chirimía forma parte del nuevo Aeropuerto y desde esa ubicación, el recuerdo de esta obra magna del Maestro se aprestará a volar día a día por la inmensidad del universo que se merece, con la frecuencia de eternidad que solo los grandes valores humanos reclaman.
Al Arquitecto José Alonso Monteros Velasco, autorizado solo por la emoción que anido en mi corazón y seguramente con la complacencia de muchos paisanos, entre ellos La Psicóloga Dina María Cajas Pabón y El Licenciado y Antropólogo Fredy Augusto Zúñiga Dorado, quiénes son sus activos contertulios, le extiendo el calificativo de BOLSIVERDE EMERITO y CHIRIMERO POR ADOPCION y le invito a ratificar este bautizo, al calor de unas deliciosas empanadas de cebolla y chicha de cáscara de piña, como las que preparan únicamente Las Mulatas.
Igual agradecimiento y reconocimiento se merecen los demás integrantes de La Veeduría, las personas que en su momento se sumaron al plebiscito de corazón conformado para reclamar la protección del mural y que fueron valerosamente y emocionalmente alentados por La Princesita Galáctica. Muchas gracias a todos y desde ya están cordialmente invitados a la conmemoración de los 100 años de natalicio de aquel loco irrepetible, que orgulloso de su auto-consciencia indígena, recordaba por siempre a una de sus tías, la que todas las mañanas abría la ventanita de su cuarto y se quedaba extasiada contemplando el firmamento, porque allí había encontrado que se reflejaban las inequidades terrenales. Esa misma tía había empezado a entablar diálogos con los monstruos y ángeles que se dibujaban en el cielo y fue tanto su encantamiento, que terminó consternada llorando frente a su ventana, al ver cómo esas nubes arrogantes y gigantescas devoraban sin compasión a las más pequeñas. Ahí se consumó la construcción del mundo, también loco del artista. Ese era su imaginario. Esos eran sus personajes que lo acompañan en sus cuadros y que afortunadamente son claro reflejo de lo que cada uno de nosotros somos hoy y para siempre. !!!Que maravilla y que orgullo colectivo definitivamente¡¡¡.
Como dato final y no por ello, menos especial, relata José Alonso, que para profundizar su conocimiento y afianzar su admiración por Rivera, recibió de Juan Arroyo un libro escrito por El Antropólogo Cristóbal Gnecco sobre El Artista Sureño. Con el paso del tiempo y en razón de sus preocupaciones y dedicación, recibió también el ofrecimiento de Marthica para tener un ejemplar. Descartó tal ofrecimiento y hoy se lamenta por cuanto considera que fue una chambonada no atesorar otro, autografiado por la hija del artista, así quedase con un texto repetido. Esta chambonada, mas aquella de haberse tragado todo el cuento de la idea inicial de los diseñadores del nuevo terminal aéreo, son compañeras permanentes de una vida caracterizada por el servicio honesto y la calidad humana a flor de piel.
Y al final, como nadie pierde, termina esta historia bolsiverde.