Por Ginna Litceth Ramos Castillo
“El racismo no existe… ustedes tienen baja autoestima… eso ya pasó, no sean resentidos… ustedes los negros están de moda ahora, tienen una vicepresidenta afro ¿Qué más quieren? … miren el presente… ya lo pasado, pasado…” estas y otras más son las palabras que las personas afrodescendientes de este país tenemos que escuchar a diario cuando queremos hablar sobre el racismo y el gran problema que éste genera en nuestras vidas.
Y es que llegar a la universidad se ha convertido en todo un reto para las personas racializadas, desde el momento en que se está en la portería y el vigilante decide pedir el carnet al grupo de estudiantes negros que además van también con compañeros blanco-mestizos pero que a estos últimos no se los exige, hasta el personal de la cafetería que miran de soslayo los movimientos de los estudiantes negros porque pueden estar ahí para robar, no para comprar.
Nuestro color de piel es sospechoso, nuestros cabellos afros son sospechosos, son peligrosos como lo es nuestra risa, como lo es nuestra sonrisa.
Las universidades deberían ser espacios seguros y de respeto, en mi labor como docente etnoeducadora he escuchado a varios estudiantes afrodescendientes hablar de un sinfín de hechos racistas, que sin duda perjudican sus labores educativas, tal es el caso de una estudiante de medicina, que al conversar con ella, logro notar el mar que llevaba en sus ojos y el devenir de la desesperanza, como si mil puñales le estuvieran atravesando el corazón, o como si una estaca le oprimiera su pecho. Se sentó a mi lado y me dijo: “El racismo en mi universidad la he vivido en diferentes ámbitos, se vive por el hecho de ser una mujer afro, de no tener una educación igual o superior a la de otros compañeros y se vive por el lugar de donde se proviene…”
Mientras la estudiante me habla mi cuerpo se estremece porque es una mujer negra como yo, que ha tenido que lidiar con la pesada carga del racismo y la discriminación racial. Yo respiro profundo como tratando de asimilar su confesión, mientras ella sigue: “Cuando estábamos en primer semestre, me encontré con unos compañeros que venían de colegios prestigiosos, venían de otras carreras, otros que eran de medicina. En los momentos en que se hicieron los primeros exámenes, mis notas eran muy inferiores a las de ellos y ahí comencé a ver que se alejaron de mí, nadie quería hacerse conmigo en los trabajos, mis notas no pasaban de 3.0… te discriminan por tener un rendimiento académico bajo, sin tener en cuenta que uno de los factores muy importantes que creo, lo sufrimos todos o al menos un 98% de los estudiantes que provienen de zonas rurales en donde la educación es muy básica… donde a veces ni siquiera te enseñan a despegar una formula molecular… empecé a notar el rechazo por ello. Por mi condición de mujer y mujer negra, algunos de mis compañeros empezaron a hipersexualizar mi cuerpo, “tienes buenas caderas” “tienes buenos senos” “te mueves bien”.
La voz de esta estudiante retumba en mis oídos como la marimba de chonta en un festival… ella continúa: “Me comprometían con compañeros… te verías bien con él, te verías bien con aquel” me dice con su voz entrecortada… sigue hablándome, sigue desahogándose con una persona negra como ella, que tal vez le da la confianza que no le da un docente o algún directivo de la universidad porque también el racismo está ausente en los temas de discusión en las aulas de clase, les gusta la música afrocolombiana, los instrumentos, las cantaoras, la gastronomía, pero no les gusta hablar de nuestras realidades y el racismo es una realidad que nos marca, que nos mata.
“En estos días, estábamos en clase y se acercó una compañera porque nos habían dicho que teníamos que llevar candados y llaves para poder cerrar los cajones con nuestros materiales porque no permiten entrar bolsos al laboratorio y dijo la compañera… hay que traer candados porque ella se los puede robar, yo nunca me había relacionado con la compañera pues habíamos compartido solo de manera virtual… cabe resaltar que yo soy la única negra del salón… yo le dije: ¿Crees que me los voy a robar porque soy negra? Ella para regular el tema, empezó a pedirme disculpas y que le ayudara a conseguir un novio afro porque quería sentirse bien…”
Desde luego esto que me cuenta la estudiante, es también la forma en cómo se ven a los hombres negros, también se hipersexualizan sus cuerpos, también se habla de ellos como placeres sexuales, algo así como un fetiche.
Otra parte de racismo también la ha vivido ella por parte de sus profesores… “Los profesores tienen muy claro de donde viene cada persona y más cuando son estudiantes minorías, la mayoría de los afros que se encuentran en la universidad estudiando medicina son provenientes de la costa Pacífica, estudiantes palenqueros o estudiantes que vienen de San Andrés y Providencia. Cuando ellos dicen que hay médicos fracasados porque mandan a una paciente de remisión de un pueblo a una ciudad…pero al referirse a un lugar en específico y sustentar que todos los médicos que vienen de la costa Pacífica se vuelven fracasados, también es una manera de estereotipar y estigmatizarnos.”
Las múltiples historias de racismo de la cual ha sido víctima la estudiante, evocaron en mí este escrito, pero no se trata solo de ella, se trata de todos los otros casos que no se conocen, que no se cuentan por temor o vergüenza, están otros casos, otros estudiantes afros que tienen que lidiar día a día con la pesada carga del “color de piel”, con los racismos cotidianos que se han normalizado.
¿Cuántos estudiantes más tendrán que pasar por el trago amargo del racismo y la discriminación racial para que podamos erradicar ese trato? ¿Qué mecanismos utilizar en las universidades públicas y privadas para que no existan estos casos? ¿cómo puede usted aportar desde su lugar de enunciación a la erradicación de estas formas de discriminación?