Deseable sería que los jóvenes comiencen a formar personalmente a sus niños, sobre todo jóvenes nacidos después del malvado auge de Pablo Escobar, despiadado prototipo del asesino criollo que a toda Colombia aterrorizó con sanguinarias amenazas y brutales bombazos.
Muchos son mayores de edad, han vivido y hasta protagonizado buena parte de la terrible historia nacional, y han recibido avanzada formación académica.
Esos, futuros padres de familia -algunos ya lo son-, con su malicia cibernética, habilidades pokemónicas y solvencia crítica, son cabales conocedores y tal vez tempranas víctimas de dos décadas de asaltos, secuestros, asesinatos, masacres y otras especies de comportamientos criminales ejecutados por brutales narcoguerrilleros agrupados ahora bajo el modernísimo eufemismo “bacrim”, con que sin ningún rubor se quiere disimular, desde altas esferas oficiales, el eterno e incontenido reacomodamiento de delincuentes comunes con poder.
En esa condición de testigos presenciales de los hechos, actores o espectadores de esa dura verdad que todo ciudadano más o menos informado lleva a cuestas, están en pleno uso de razón y derecho para impedir que sus hijos perciban falsos ecos de la historia.
Nietos y bisnietos de la generación perdida que nació entre las explosiones de mayo del 57 y aguantó los estadios del Frente Nacional, el mandato claro, el estatuto represivo, el sí se puede, el bienvenidos al futuro, el elefante, el ochomil, y cualquier cantidad de expresiones políticas enfermizas que propiciaron el síndrome de los carteles, la epidemia de corrupción y otras pestes de innombrable etiología, deben conocer de buena y limpia fuente lo que estrictamente ha pasado, sin deformaciones neohistóricas.
Urge decirlo porque, en un mundo lleno de siglas, abreviaturas, extraños vocablos y persistentes innovaciones del lenguaje, en donde ya nada significa lo que siempre significó y raras veces se dicen las cosas como siempre se dijeron, poco es lo que fue y casi nada llegará a ser lo que debiera, no resultaría raro que por consenso mayoritario llegue a redefinirse lo que el pasado significa.
Ahora, cuando la historia no es una narración decentemente aproximada a la verdad sabida, sino perversa deformación de hechos ampliamente conocidos, para maquillarlos a la carta, conforme al soberano querer de potentados que prodigan contratos a mediocres comisiones de escribanos serviles, no se puede dejar que la infancia estructure su conocimiento, mucho menos su personalidad, al matemático impulso de gobiernistas agencias nacionales o de disparatadas organizaciones multinacionales.
Don Moisés Wasserman en columna que El Tiempo publicó el pasado viernes, hace apabullante revelación: el Consejo Directivo de la Unesco, por mayoría de votos, acordó desaparecer que el histórico rey David eligiera lugar para erigir santuario al Arca de la Alianza, que Salomón construyera el Templo después destruido por Nabucodonosor II, que se reconstruyera y fuera nuevamente destruido por Tito (nada relacionado con cierto exgobernador del Cauca), y que desde entonces su muro occidental fuera lugar de peregrinación para los judíos.
Sorprendentes cosas de este siglo -segundo “Cambalache” de Discépolo-, que generan tremendos interrogantes sobre irrupción dizque académica de alias ‘Pacho Chino’ al profanado Paraninfo de la Universidad del Cauca.
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