Necesitamos otro acuerdo de paz

Por: Richard Fredy Muñoz
Twitter: @RichardFredyM
 
Hay una guerra silenciosa y despiadada que transcurre frente a nosotros, cobra permanentemente muertos y heridos por millares y a pesar de todo, pasa desapercibida.
 
Urge un acuerdo final que establezca términos y detenga la barbarie de este conflicto torpe y absurdo, como todas las guerras, que se libra al interior de nuestras propias casas.
 
Si alguien piensa que exagero, las irracionales cifras me darán la razón y me quedaré corto en cuanto a los alcances de la masacre a la que hemos condenado a nuestras mujeres colombianas:
 
Este año, según Medicina Legal, cada día se registran en promedio 117 casos de violencia de pareja contra la mujer. Hasta el mes pasado iban más de 30.000  denuncias.
 
Las cifras opacan las de cualquier otro conflicto. El año pasado 126 mujeres fueron asesinadas en el país y más de 2.600 denunciaron haber sido violadas.
 
Esto sin sumar la violencia sexual dentro del conflicto armado donde, según datos de la Defensoría del Pueblo, 12.700 mujeres fueron abusadas.
 
La lista no acaba: Cada semana, dos mujeres son asesinadas por su pareja o expareja y cada media hora una mujer es víctima de violencia sexual.
 
Las estadísticas se quedan cortas porque ya sea por amor a su pareja, por miedo a perder el sustento o por temor a ser doblemente victimizadas por la sociedad, solo 2 de cada 10 mujeres se atreven a denunciar los atropellos en su contra.
 
En Colombia, cada 60 minutos se reciben 14 denuncias por violencia intrafamiliar y la mayoría permanecen archivadas en los despachos judiciales.
 
Esta guerra no declarada también se extiende hasta nuestros lugares de trabajo donde otra forma de violencia contra las mujeres, el acoso sexual, es paisaje cotidiano y suele quedar impune.
 
Ni hablemos de la utilización de la mujer como objeto sexual, desde la publicidad y los medios de comunicación hasta la pornografía barata que hace parte de nuestra cultura machista.
 
Esta es la otra guerra que se libra en nuestro continente. No termina; no tiene reglas ni protocolos; es rastrera y letal. Un conflicto sin negociadores que a nadie le importa porque carece de otros dolientes más allá de las mujeres víctimas que en silencio soportan el enardecido ataque de una cultura resquebrada. Una guerra que propician quienes desconocen que el verdadero significado de la palabra “hombría” es vivir para respetarlas, protegerlas y cuidarlas.