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Harold Astaíza Velasco
“Yo me levanto a las cinco de la mañana y me voy a las seis de la tarde”, dice Migdalia Medina, vendedora de salpicón y frutas como papaya, piña o mango, lo que esté en cosecha, desde hace 15 años, se para en la esquina de la calle 4 con carrera 10, frente al Hotel Monasterio. Comenzó con canastas “por no tener plante y con los ahorros compré la carreta”.
Es madre cabeza de familia, tiene dos hijos de 15 y 12 años, “los he sacado adelante con este trabajo, les he dado estudio y alimentación”. Desde muy temprano va a la galería del barrio La Esmeralda a proveerse con los mayoristas de las frutas quienes les fían, el plazo es una semana para pagar, es decir, cada sábado debe responder por su deuda”.
Al momento de nuestra agradable conversación, en su carreta había una inversión de 200 mil pesos,“toca vender ese valor en el resto de la semana y lo que quede de ahí para allá es ganancia, un día bueno de trabajo me gano 40 mil pesos. La Semana Santa y fechas especiales son buenos tiempos porque hay bastante movimiento de gente”, relata, mientras corta el mango en rodajas y las empaca en bolsas y vasos desechables listos para la venta.
Llega una clienta, es una joven estudiante, le dice que le venda mil de mango verde, Migdalia le responde que de dos mil en adelante, “el mango está caro; sin embargo voy a hacer la excepción”, y le da el valor solicitado, a la fruta empacada le agrega sal y limón. La simpática mujer comenta que para atender a la gente “le pongo humor, si vienen con mil no los dejo ir, si son 10 personas son 10 mil que se pueden perder, no le dejo al cliente irse con las ganas ni yo sin la moneda, hasta 500 de salpicón les vendo”.
La experiencia del trabajo en la calle hace que Migdalia sepa manejar con gran habilidad los avatares del clima. En días soleados, la sombrilla grande multicolor es la clave para evitar quemarse, en la tarde la vuelta del sol hace que quede con sombra. Con la lluvia, los plásticos la protegen para que no se detenga su jornada de labores.
Pero como todo trabajo tiene dificultades, en su caso al ocupar el espacio público le ha costado el decomiso de tres carretas las cuales perdió. Con el tiempo, como ella dice, aprendió que también tiene derechos y podía recuperar al menos las frutas “pero toca estar en la jugada (pendiente que no vengan a decomisar) porque para que le entreguen el carro es un proceso larguísimo”, explica.
El trabajo la deja tan cansada que se acostumbró a comprar la comida en la calle y poco cocina. A las seis de la tarde guarda su carreta y se desplaza para descansar hasta el asentamiento Nuevo Milenio, ubicado en la Comuna 7 de Popayán, ve televisión y dedica tiempo a sus hijos. Sábado y domingo no sale a vender, pero sí ocupa esos días al orden y aseo de la casa.
El negocio de las papas fritas
El empuje de Migdalia la llevó a tener otro negocio, es precisamente junto al de frutas. Es un carro donde se fritan papas que son vendidas en las antiguas bolsas de papel. Pero es atendido por una joven mujer que recién cumplía su primer día de trabajo.
Es Karen Dayana de 25 años, que durante el fin de semana también trabaja vendiendo chuzos y suizas frente a una discoteca. Instala su puesto desde las 6:00 de la tarde hasta pasadas las 3:00 de la madrugada. “No es un trabajo tan duro, solo por el frio que comienza a hacer después de la 2:00 de la mañana y también con algunos borrachos que salen del lugar, a esa hora es bueno vender porque compran para que se les pase la borrachera. A media noche también vendo porque a la gente le da hambre”.
Desde hace más de un año salió a las calles a rebuscarse la vida, es oriunda del municipio de Morales, llegó junto con su familia cuando era una niña, actualmente vive en el barrio El Mirador, occidente de Popayán.
Mientras pela y corta las papas, el aceite caliente recibe la primera cantidad de papas que al fritarse comienzan a sonar, sonido que contrasta con el bullicio citadino de la calle 4, motos y carros pasan uno tras otro. Karen es madre soltera de dos hijos de siete y cinco años, “tenía marido pero ya no estamos viviendo juntos, con mi trabajo sostengo a mis niños, mientras estoy laborando, mi mamá me los cuida”.
Karen dice que hay días buenos y malos, refiriéndose a la venta de chuzos. “Uno se puede vender en una noche bien, 100 o 120 mil pesos pero cuando está muy malo me hago 40 o 50 mil. Ahora con este trabajo nuevo que tengo con las papas hay que ver cómo me va”, anota mientras sonríe.
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