Por: Andrés Mauricio Muñoz.
Acababa de llegar a la oficina con una sensación de agobio que comenzaba a tornarse en fastidio. Hay veces que la vida y sus rutinas azarosas son así, que te disparan sentimientos desde diferentes flancos que uno no sabe cuál es el que produce más daño. De tal manera que no invertí tiempo en comprender de dónde provenía tanta aflicción a tan tempranas horas. Quise seguir de largo hacia mi puesto pero no pude, pues había un grupo de amigos cerca de las impresoras que discutía con relativo entusiasmo sobre algo. Entonces me acerqué. Quien hablaba era una de las compañeras más tímidas y mesuradas; sin embargo en ese momento su voz tenía un énfasis distinto, como si sus palabras le salieran desde muy hondo, impregnadas de una de esas convicciones sin resquicios ni fisuras. Los demás escuchaban. Algunos asentían. Otros negaban, conteniendo el impulso de intervenir y sentar también sus posiciones. La gente discreta produce ese efecto, el de conseguir audiencia y respeto cuando se lanza a opinar sobre un tema candente.
Escuché durante algunos segundos y entendí cuál era la discusión. Tenía que ver con el asunto de los baños mixtos, aquel debate que por estos días goza de esa omnipresencia que es usual en nuestras constantes preocupaciones nacionales. Lo que a mi amiga le molestaba era el hecho de cómo la presión de las minorías se convertía en un factor de detrimento de los derechos de las mayorías, cómo la sociedad, bajo las banderas de la inclusión y la equidad, desconoce principios que se creían fundamentales. No tardé demasiado en intuir que mi propia postura se apega un poco a la de ella. La razón de esto es que no es por discriminación que ciertas convenciones en torno a los géneros se mantienen, sino por conocimiento profundo de nuestras diferencias. Hay aspectos en que la reafirmación de esas diferencias no es un acto lesivo contra las banderas de la equidad, ni mucho menos una afrenta contra nadie. Los baños públicos es una de ellas. Hemos separado este espacio porque ni las mujeres ni los hombres nos sentimos cómodos compartiendo este rincón de intimidad con el género contrario. Hay una suerte de pudor adherida a nuestros genes que nos intimida cuando acudimos a nuestra cita con el inodoro si alguien del género opuesto está presente. Sin embargo, es fácil entender que ciertas personas, cuya orientación sexual es diferente, no se sientan a gusto con el baño que les corresponde. Que lo que para nosotros es un acto cotidiano a ellos les resulta un suplicio, que parte desde el no identificarse con el rótulo que tiene la puerta de entrada, transita a tropezones por el triste hecho de recibir miradas de desaprobación y termina en aparatosa caída cuando hay situaciones de burla o agresión. No por discriminación mis mejores amigas me dejan entrar con ellas al baño de mujeres o comparten conmigo una ducha; el asunto tiene que ver con mi condición de hombre. El que la sociedad de hoy, en atención a que algunas minorías no se sientan a gusto entrando al baño que por su naturaleza les corresponde, decida tomar medidas al respecto, es una aceptación tácita de que no es cómodo entrar al espacio íntimo que supone un baño público con quienes no comparten tu misma orientación sexual. Una mujer no se sentirá a gusto acomodándose el sostén frente a otra que se reconoce lesbiana o transgénero. Un hombre no estará cómodo frente al orinal si un travesti está en el cubículo del lado. No por discriminación, aclaro, sino por pudor, por el mismo pudor que no les permite a mis amigas cambiarse frente a mí. De tal manera que esta aceptación no puede resolverse igualándonos todos en la incomodidad, sometiéndonos sin distinciones de ningún tipo a lo que han padecido estas poblaciones y que amerita un cambio. La solución no son baños mixtos. La solución son tres tipos de baños. Uno para mujeres, uno para hombres y otro mixto, al que puede entrar todo aquel porque quiere, porque hay fila en el otro, o porque no se siente a gusto en el que le corresponde. Digo esto apelando al clamor de que sea un mandato inobjetable, porque veo venir el hecho de que muchas entidades de bajo presupuesto aprovecharán la coyuntura para ahorrar dinero construyendo un solo tipo de baños. Digo esto, también, porque a veces en estos temas de tanto dar vueltas terminamos mordiéndonos la cola.
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