Nuestro Gabito no inventó nada sobre la travesía por ‘el río liso y callado’ de La Magdalena que nos arrima a Mompox. Navegar en ferri con 43º centígrados, con sopor de caldera y viento lerdo, mientras el río de camisa marrón abrazado a la isla Mompox, la humedece. No es invento. Bordear Macondo, divisar a Fermina Daza y Florentino Ariza tomados de la mano, manos jóvenes o viejas, como penetrados de “El amor en los tiempos del cólera”, tampoco es ficción.
El asombroso recorrido comienza en Cartagena o Medellín. Se sigue a Magangué donde se toma el ferri, el planchón o la chalupa para atravesar el río Magdalena y desembarcar en la isla más grande de Colombia: Mompox con 2.930 km2. Nuevamente en tierra nos adentramos por carretera hasta el poblado Mompox, patrimonio de la humanidad.
Ya en el pueblo, con la poeta Hilda Pardo, salimos en el marasmo pegajoso de la tarde del domingo, de cielo sin viento, a caminar sudando por calles de tiempo detenido. Con vestidos vaporosos para mermar la maldad del sol, parecíamos dos almas blancas flotando solitarias en total realismo mágico, sobre callejuelas ardientes pisadas por El Libertador que hizo siete entradas al puerto de fieles luchadores momposinos.
El lunes fue otra cosa, Macondo revivió: el comercio, las oficinas, las ventas en las esquinas, las motos, los autos, los pitos y la procesión nocturna de la Virgen María. Pero eso sí, la belleza urbana, intacta. Son tres calles sinuosas y antiguas como el río: la del medio, la de adelante y la de atrás, conectadas por callejones transversales rematadas en parquecitos arbolados sobre el atrio de las iglesias. Las casonas amplias con zaguán y patios y techos de teja de barro. Y la pequeña plaza fundacional, la de la Concepción, con salida en un costado a la albarrada del Magdalena, me recuerda, acatando las proporciones, la plaza de San Marcos en Venecia.
Vimos en plena calle mujeres altivas durmiendo en mecedoras, y Ferminas con Florentinos velando la portada de caserones gastados. La gente es amabilísima. Si en la panadería no venden tinto te lo preparan. Si en el hospedaje no hay desayuno, preparan té. Mompox podría escurrir oro: el del turismo. Similitudes tiene con tres poblaciones patrimoniales: Antigua en Guatemala, Trinidad en Cuba, y Tlacotalpan (tierra natal de Agustin Lara) en México, parecidas pero distintas, limpias, como barridas y trapeadas sus calles, sus andenes, donde pululan turistas dejando dinero al país.
A Mompox los gobiernos de turno nacional llegan unas veces sí otras no; el vaivén menoscaba el patrimonio. La actual ministra de cultura Mariana Garcés, ha restaurado el malecón y la calle del medio; hermoso. Pero falta, señora ministra.
Traspasamos la frontera patrimonial de Mompox, encontramos dos calles comerciales con cuatro almacenes de motos y cinco talleres de mecánica para éstas. Quisimos recorrer más, ir por los callejones, pero un señor nos advirtió: no vayan para allá, que ahí solo encuentran pobreza; y la vimos.
Mompox: huella de oro. Aunque si tomamos distancia del escenario del pasado, igual que en otras urbes colombianas, ocurre que huyó la cultura ciudadana, sin componer andenes, limpiarlos, sin calmar el ruido, ni frenar la desobediencia vial. El martes de regreso, charlamos con una momposina que al oír la queja dijo irónica: “Es que Mompox es fotogénica”.
¿Es fotogénica Popayán?
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