WILLIAM EFRAÍN ABELLA HERRERA
El diezmo es uno de los temas que más produce burlas hacia la cristiandad, pero más que generarme rechazo ha sido una invitación a estudiar cómo se financian los grupos religiosos y qué hacen con los recursos que recogen, y contrastar la información recogida con lo que indica la Biblia.
De las tantas cosas que podría plantear en mi análisis, decanto algo: Todos los grupos estudiados en sus manuales aluden – cuando se trata del diezmo – a unos pocos versículos de las Sagradas Escrituras. Malaquías 3: 6 -12 es típico. No obstante la contundencia de estos versículos, siempre he pensado que cuando una doctrina se basa en un solo texto y no en todo lo que el panorama bíblico ofrece sobre ella, ésta es sospechosa.
Con el fin de abordar el objetivo de este artículo, partamos diciendo que el rito del diezmo es más antiguo que la misma Biblia. Varios pueblos lo usaron con diferentes propósitos. La concepción que tenemos de él en la actualidad nos viene de dos vertientes: una grecolatina y la otra hebrea. Para la primera era un impuesto; en la segunda, una acción de gracias al Dios que todo lo provee.
Es evidente que ha prevalecido la primera, tornándose el diezmo en algo gravoso, por eso no es extraño que del llamado “Pueblo de Dios” – según algunos estudios hechos en varias denominaciones – sólo una mínima parte diezme. Son varias las razones que se esbozan para este comportamiento, la más citada es la poca claridad con que estos recursos se administran por los líderes religiosos.
Volviendo a las Sagradas Escrituras podríamos citar una gran cantidad de textos, que estudiándolos nos darían una perspectiva más bíblica sobre los diezmos; versículos que repito, no son citados por los manuales doctrinales de las organizaciones religiosas analizadas. Los primeros, los encontramos en Deuteronomio.
Y es precisamente en el quinto libro de la Biblia donde se legisla por primera vez sobre el diezmo; Deuteronomio 14: 22- 29 y todo el capítulo 26 se ocupa en ello. En una comunidad agropecuaria como la hebrea se establece que deben llevar desde sus provincias los diezmos cada año al lugar donde Dios les indicara, esto es, el templo de Jerusalén. Note que el diezmo en el texto citado toma la concepción de “primicia” que tiene el objetivo de satisfacer las necesidades de las personas que ministraban en el templo (porque sólo se dedican a esa labor), y cubrir los servicios y reparaciones locativas propias de dicha edificación.
Hay que ser sinceros, hasta aquí no hemos dicho nada nuevo, mas al proseguir con la lectura de los textos citados de Deuteronomio nos encontramos que al tercer año, el diezmo no era llevado al templo porque los hebreos eran convocados a distribuir estos recursos entre las personas más necesitadas de sus provincias. Los israelitas conforme a su profesión de fe no podrían desamparar a nadie que les requiriera ayuda, como otra forma de demostrar su agradecimiento a su Dios proveedor.
Esto me lleva a hacer un salto a la primitiva iglesia descrita en Hechos 4:34 donde “no había entre ellos ningún necesitado” porque la cristiandad tenía suficiente provisión para satisfacer las necesidades de sus miembros. En el marco de Mateo 26:6-13 Jesucristo manifestó que: “siempre tendréis pobres con vosotros”, mas es claro que en el Pueblo de Dios no debe haber necesitados.
No obstante el contexto actual sea distinto al indicado en Deuteronomio, los principios bíblicos son aplicables en el presente de la Iglesia. Sorprende la caricatura de la sociedad que son hoy la mayoría de comunidades religiosas; las desigualdades sociales y económicas son radicales entre sus miembros, incluso uno detecta – contrario a lo que la Biblia indica – serios indicios de acepción de personas por estas causas.
Una propuesta como aplicación a Deuteronomio es que del total de los recursos que recoge cada comunidad cristiana, el 33.33% se dedique a la acción social de la iglesia; a satisfacer las necesidades básicas de quienes asisten a sus templos, a que en verdad sean comunidades donde el amor por el otro se manifieste porque no hay necesitado alguno, ya que sobreabunda la provisión y bendición tanto espiritual como material que constituyen en buena parte los diezmos. Que el mundo diga: “¡Mirad cómo se aman!”.
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