“Los pensamientos del indio que se educó dentro de las selvas colombianas” es una obra capital de la lucha indígena en Colombia y compendia las ideas políticas y sociales de su autor. El Sello Editorial de la Universidad del Cauca hizo en 2022 una nueva edición, esta vez en la colección Posteris Lvmen.
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Por: Mónica Espinosa Arango
Era un domingo 11 de noviembre de 2001. Luego de pasar por buena parte del Distrito de Riego del río Saldaña, en las planicies del sur del Tolima, avistamos la ciudad de Ortega. Llegamos rápidamente al barrio La Vega para participar en un homenaje a Manuel Quintín Lame (Polindara, Cauca 1883 – Ortega, Tolima 1967), líder pionero del movimiento indígena del siglo XX en Colombia. Maestros, activistas, estudiantes, líderes indígenas y familias celebraban otro aniversario del legendario líder, en el barrio ribereño en el que vivió durante las últimas décadas de su vida. Al día siguiente salimos temprano hasta el cementerio de Monserrate, en las estribaciones de la serranía de los Avechucos, en compañía de nuestros anfitriones. Había que atravesar el río Ortega y subir hasta el cerro donde se encuentra la tumba de Lame, que es desde hace tiempo un lugar de peregrinaje de los pueblos indígenas. Subimos junto con dos mujeres lideresas del cabildo indígena Los Colorados y algunos de sus hijos, así como con dos importantes sabedores pijaos. Uno de ellos pertenecía a la familia Yaima, que acompañó a Lame durante las últimas décadas de lucha en el sur del Tolima y continuó su legado hasta hoy; la otra persona era un importante médico tradicional, quien ya falleció. Los dos realizaron una bella ofrenda ritual en el río Ortega antes de que subiéramos al cementerio. Ese noviembre de 2001 aún estaba erigida una cruz de madera que había sido colocada allí una década antes, el 3 de noviembre de 1991, por el cabildo indígena de Chiquinima.
Acompañar estos procesos periódicos de conmemoración a la tumba de Lame ha sido importante para quienes nos hemos acercado a su figura y al movimiento social que nació para reivindicar “la causa indígena”. Veinte años antes de que el cabildo de Chiquinima erigiera la cruz, el 7 de octubre de 1970, Gonzalo Castillo-Cárdenas fue allí, convirtiéndose en uno de los primeros investigadores en tener en sus manos el manuscrito titulado “Los pensamientos del indio que se educó dentro de las selvas colombianas”. Castillo-Cárdenas acompañó la peregrinación de varios “patriotas de la causa indígena”, quienes iban a rendir “honores y homenajes a la memoria del General Manuel Quintín Lame Chantre”. En ese momento, había una cruz que decía: “Aquí duerme el indio Manuel Quintín Lame Chantre, Octubre 7 de 1967. Fue el hombre que no se le umilló a la (in) Justicia”.
Veintisiete años antes de que Castillo-Cárdenas acompañara esta conmemoración, en el año 1943, el historiador Juan Friede fue invitado a la “fiesta del indio” que organizaba Lame. Friede se encontraba en la región en desarrollo de indagaciones arqueológicas y etnológicas que involucraban también a los antropólogos Gerardo Reichel-Dolmatoff y Alicia Dussán, del Instituto Etnológico Nacional. Estos últimos “visitaron el sur del Tolima para hacer una investigación sobre los grupos sanguíneos de los indios pijao, que luego Reichel-Dolmatoff complementó con un trabajo sobre topónimos en el Huila y el Tolima”. Dicha investigación fue empleada para justificar los reclamos de ancestralidad de los indígenas del sur del Tolima, frente a las continuas aseveraciones de las autoridades gubernamentales sobre su pérdida identitaria como pueblo, la necesidad de avanzar en la disolución total de los resguardos y asimilar estas poblaciones a campesinos y asalariados rurales comunes y corrientes. Desde ese tiempo era común oír la frase: “aquí ya no hay indígenas”.
Cuando Friede llegó a un playón en un antiguo lecho del río Magdalena, en horas de la noche, escuchó la música de flautas y tambores y vio una multitud de familias que se congregaba en torno a hogueras. En ese momento Lame, con “su larga cabellera que caía sobre sus espaldas”, vestido “de dril y alpargates”, tomó la palabra pronunciándose “contra los blancos que quemaron la escuela, contra un inspector de policía que había forzado una india, contra un asesinato de un indio por blancos desconocidos. Y los hombres que lo escuchaban con profundo silencio contestaban en coro a cada exclamación: Así es, Manuel Quintín Lame”. Friede quedó impactado por estos acontecimientos. No sólo se convirtió en el padrino de Mariflor Lame, hija del líder junto con su compañera Saturia Bonilla, sino que pudo tener en sus manos “un manuscrito de 118 hojas en folio que había escrito uno de sus secretarios bajo su dictamen”.
“Los pensamientos del indio que se educó dentro de las selvas colombianas” es como se titula ese inquietante tratado sobre la lucha indígena que Lame le dictó a uno de sus secretarios, Florentino Moreno. De acuerdo con Friede, el tratado es “un intrincado embrollo de creencias católicas, supersticiones indígenas, cosas leídas u oídas, sermones del cura párroco, lectura de la Biblia, etc.”. Acercarse al tratado de Lame no es fácil. Ese embrollo de ideas, o esos pensamientos arraigados en supersticiones y creencias católicas, que emergen como una madeja extraña de ideas de la época, valores religiosos y un tono mesiánico, es parte de una voz personal y colectiva que constituye un legado indiscutible del movimiento indígena del suroccidente y que debería ser valorado como un pensamiento político y religioso en su propio derecho.
Con el reconocimiento constitucional de 1991 en torno a la pluralidad étnica y cultural de la nación colombiana, tímidamente, nuestro país ha avanzado en la valoración de la presencia indígena y sus legados históricos, políticos, culturales y artísticos. Pero hay mucho por hacer. Aproximar el tratado como una especie de galimatías es parte de una voluntad de poder que se arraiga en un largo ejercicio de violencia, no-reconocimiento, despolitización y silenciamiento. Lo impactante del colonialismo y del neocolonialismo no es solo la naturalización que hacemos de su racismo intrínseco, sino la negación y silenciamiento del valor de las cosmologías, filosofías de la naturaleza y pensamientos indígenas. Esto ha limitado la producción de reflexiones sobre la colonización y la descolonización, especialmente cuando se trata de aproximar los mundos de la vida y de la muerte que hacen parte del “mundo Atlántico” que emerge en 1492.
Cuando escribí sobre el “indio lobo” hace casi veinte años, lo hice convencida de la necesidad de desestabilizar las representaciones ortodoxas de la indigeneidad, así como las visiones esencialistas de la política y cultura de la identidad, de manera que pudiéramos acercarnos mejor a la voz y a la lucha de aquellos que, como Lame, fueron deshumanizados y silenciados como parte del complejo engranaje de poder de los sistemas colonial y republicano. Sin lugar a duda, los pensamientos del indio lobo tienen como telón de fondo maneras nasa de entender el cosmos como un mundo vital relacional compartido por varios tipos de seres y fuerzas cuya armonización es central para el te´wala o médico tradicional. Por otra parte, es claro que su voz está ligada a las formas nasa de autoridad que se enraízan en la tradición de los caciques coloniales y republicanos y que dan lugar, en el siglo XX, a la consolidación del “derecho mayor”. Pero los pensamientos de Lame también dialogan con pensamientos y memorias colectivas de los misaks en torno a la palabra, el derecho mayor y el lenguaje natural, así como al agua como sustancia articuladora de la vida. De igual forma, los pensamientos de Lame dialogan con los procesos ritualizados de los pijaos en su dura historia del siglo XX, de constitución de cabildos y lucha por la recuperación del territorio, así como con las historias de los yanaconas y otros pueblos del suroccidente andino.
Las metáforas y afirmaciones que se encuentran en el tratado son, en efecto, una mezcla de alusiones a simbolismos indígenas, interpretaciones de lecturas bíblicas y maneras hegemónicas y nacionalistas de representar el pasado indígena. Pero el tratado también tiene la voz singular que encarna lo que Lame llamó la “imagen del pensamiento del indio”. Si bien el tono del tratado es de profundo misticismo, también tiene una clara dimensión práctica: cómo lidiar con abogados cuando se establecen querellas, cómo educar a la familia y a las colectividades indígenas y cómo construir un conocimiento a contrapelo de la violencia de la Civilización, representada por las élites educadas de la urbe. También reflexiona sobre la injusticia y la humillación, y sobre la manera de enfrentar el capitalismo que todo lo mercantiliza y crea parásitos que pretenden vivir del trabajo de otros. Finalmente, el tratado incluye meditaciones y consejos para luchar cuando se carece por completo de reconocimiento, se vive en la servidumbre de la terrajería y se padece la usurpación de la tierra, una tierra que había sido habitada por los antiguos ancestros de “Guananí”. La imagen del pensamiento de Lame, la viejecita Ollo que se le aparecía en los momentos más duros de silencio y confinamiento en las cárceles y panópticos en los que estuvo privado de la libertad es “la raíz de los pueblos”, tal como bien lo visualizó Pedro Pablo Tattay en su documental sobre Lame. Hoy una tarea es urgente: repolitizar los pensamientos de Lame y situar su significado desde una perspectiva del sur. El proyecto Posteris Lvmen con el que se conmemoran doscientos años de la Universidad del Cauca, y que busca reeditar autores y temas significativos para la región, entre ellos a Manuel Quintín Lame, es la ocasión para resignificar el legado de un líder del suroccidente andino cuyas vicisitudes han dejado huellas en los paisajes de las llanuras aluviales de la cuenca del río Saldaña y del río Magdalena, en las estribaciones de la cordillera central en el sur del Tolima y en el Huila, al igual que en las montañas y los páramos-volcanes del Cauca y del Macizo Colombiano.