¿Volver a las “bellas” artes y a la música “refinada”?

Por: Paloma Muñoz

Para las personas que nos movemos en el mundo de las sonoridades y las músicas se siente un ambiente tenso en el país, porque han comenzado a circular unas propuestas de gobierno para implementar de nuevo, en los diseños curriculares, las músicas europeas. De esta manera, vuelven a quedar en un segundo orden las músicas regionales, tradicionales y populares (ojalá me equivoque), trabajo de años que se ha venido construyendo desde las regiones a través de distintas instancias como el Plan de Música para la Convivencia. Este programa ha sido impulsado desde el mismo Ministerio de Cultura para reconocer la diversidad de expresiones y vincularlas en el mundo de la formación académica. Y también genera tensión el Proyecto de Ley de la Música, que ya está sonando fuerte en el Congreso de la República. Es necesario, entonces, escuchar al sector en las regiones, en los barrios, en los resguardos para saber qué piensan, sienten y aportan al respecto. Se necesita conocer si están de acuerdo o no y cómo podría construirse esa propuesta de manera colectiva y en consenso.

¡Qué paradójico! En un gobierno que se supone es alternativo, pareciera que frente a la música quisieran involucionar, regresar a esos estados de colonialismo curricular, con el traslapamiento de las músicas tradicionales y populares, y trayendo métodos que ocultan las músicas colombianas. Todo por aquello de la asepsia en la educación. Como lo expresaban algunos exponentes de la música en su momento en nuestro país: por la “higiene” en el canto y en el aprendizaje, y por querer definir lo que era la “auténtica” y “bella” música colombiana. Así las cosas, presentaban todo esto ante el Congreso como un acontecimiento civilizatorio y extraordinario sin precedentes en el país. Me siento como en un “déjà vu.

Y es que eso sucedió en Colombia y aún pesan esas concepciones y prácticas educativas en esas sedimentaciones coloniales de la educación musical en la nación y América Latina. Ocurrió así porque algunos jóvenes músicos latinoamericanos se formaron durante la primera mitad del siglo XX en la Schola Cantorum, escuela francesa abierta oficialmente en octubre de 1894 en París. Entre los estudiantes colombianos que pasaron por esta institución se encuentran Guillermo Uribe Holguín, Antonio María Valencia, Emirto de Lima, Carlos Posada Amador y Gustavo Santos, personas que influyeron en la vida musical y cultural del país, y quienes determinaron la institución del conservatorio (establecimiento musical que estaba devaluado en París cuando fue traído a Colombia y Latinoamérica). Lo instauraron como un organismo ideológico, agente propulsor del arte y modelador del gusto estético que debía figurar a la vanguardia de las renovaciones espirituales que imponía el progreso de la nacionalidad (esto lo propuso Antonio María Valencia, quien lideró este proyecto desde su dirección del Conservatorio de Cali). 

Gustavo Santos Montejo, quien coordinaba la Dirección Nacional de Bellas Artes del Ministerio de Educación en la década de los treinta, planteó el ideal nacionalista hacia la construcción de país, lenguaje del cual se hicieron eco los principales discursos estéticos en América Latina. Lo hicieron en oposición a las vanguardias, que quedaron subsumidas por este ideal, la idea de progreso y civilización, y los anhelos de modernizar las estructuras e instituciones artísticas en el país. 

Los acontecimientos históricos que relato nos desvelan que la identidad nacional estuvo pensada y diseñada en aquel modelo que históricamente ha mantenido intereses políticos y económicos, en donde la música colombiana se ha articulado al discurso de construcción y representación de nación como soporte ideológico del Estado.

Tenemos la esperanza de que la ministra de Cultura, Patricia Ariza, apoyada en su trayectoria de trabajo cultural, teatral y por la paz, abra sus oídos y el corazón para escuchar las necesidades y propuestas de la gente, de los investigadores, de los maestros y maestras de las músicas de las regiones. Esto es necesario porque los movimientos y nuevas construcciones de identidades musicales dan cuenta de nuevas sonoridades que se desarrollan paralelamente con las manifestaciones sociales: generaciones recientes de músicos urbanos están experimentando con nuevas apuestas y mezclas de sonidos (de raíces andinas, afrocaribes, afropacíficas, sinfónicas y músicas transnacionales) que nos conectan con lo que somos y no somos.

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