Inventa nuevos mundos y cuida tu palabra;
El adjetivo, cuando no da vida, mata.
Huidobro
Por: Mary Edith Murillo Fernández. Ph.D. – Profesora Universidad del Cauca. Escritora ACE (Asociación Caucana de Escritores)
En este artículo se trata y se desarrolla el tema de la escritura creativa en la formación de maestros, ya que es muy importante que un licenciado en educación sepa leer y escribir y especialmente, valorar la creación literaria. Como profesora y escritora de poesía, en esta oportunidad, comparto aquí mis reflexiones teóricas sobre el hecho literario de la composición escrita, en especial la magia de la escritura hecha poesía.
Hace ya muchos siglos que los sumerios en la antigua región Mesopotámica descubrieron el milagro de asir las palabras aladas, de asir las palabras que se esfumaban por el aire como mariposas y esculpirlas en la piedra, no sólo para dejar huella en la memoria de los tiempos, sino porque la memoria humana es frágil y la necesidad cotidiana de la comunicación, es poderosa. Así, el solo acto de escribir es un acto de deseo, de afecto, de responsabilidad por y con las palabras, de escepticismo y de trascendencia; pero el acto de escribir poesía es aún más complejo.
El acto de escribir es un acto de deseo porque enfrentarse a una hoja en blanco no es sencillo, se necesita el deseo de gozar estéticamente de una lengua, casi siempre la materna, se necesita el deseo de jugar con el lenguaje, de sentir afecto por cada una de las palabras nuevas o antiguas e históricas y poner a prueba el tremendo impulso de expresar por medio de una estela de ellas, lo que sentimos, lo que somos o estamos siendo en el proceso mismo de devenir que es la vida y la escritura.
El goce estético lo entiendo en dos direcciones: en el proceso de concepción o de creación del texto y en el proceso de recepción de éste. En el primero, implica intrínsecamente el proceso duro de asignación de sentido a un vocablo, que es siempre uno y múltiple. El sentido de una palabra no es unívoco o en una sola dirección. En un tejido alfabético y de acuerdo con el contexto la palabra puede decir más de lo que pretende y quiere el autor o menos de ello. En consecuencia, quien escribe se ve comprometido a poner en juego la representación simbólica de su valoración estética y ética a través de cada uno de los universos representativos que encierran las palabras.
En cuanto al goce estético en el segundo, en el proceso de recepción del texto, implica buscar el sentido de las palabras de-construyendo el tejido alfabético, descubriendo su arquitectura textual y cómo cada parte está apuntando al sentido global del texto leído.
El acto de escribir es un acto de escepticismo porque se está jugando en serio con el sentido de cada palabra. A cada instante se pone en duda su significado porque se inventan otros, porque el proceso de comunicación entre el individuo que escribe y el que lee es un acto de incertidumbre. Al final, quien escribe no sabrá si el otro entenderá lo que ha querido significar.
Así, en la poesía en particular y en la literatura en general, moldear, tallar cada palabra, cada verso en una cadena coherente es aún más complejo. El sentido de cada vocablo deja de ser monosémico para convertirse en polisémico. Deja de ser uno para convertirse en muchos.
Con el tiempo la palabra escrita y polisémica se transforma como la diosa hechicera Circe o como Gregorio Samsa creando una dimensión de mundos posibles, de universos nuevos, con el sello de la verosimilitud, es decir, de verdaderos en sí mismos.
Con el tiempo la palabra escrita y polisémica, especialmente la de los clásicos, se transforma, se metamorfosea porque el lector del Siglo de Oro Español por ejemplo, que leía Don Quijote de la Mancha no tiene las mismas vivencias, el mismo conocimiento y re-conocimiento del mundo, ni las mismas dimensiones discursivas que tiene hoy una persona que estudie en grado décimo de la escuela, o sea, ambos lectores tienen diferentes dimensiones discursivas, no mejores ni peores, simplemente otras; sin embargo, la literatura es tan mágica que ambos lectores, el del Siglo de Oro y el del siglo XXI pueden maravillarse de tal obra monumental, disfrutarla, decodificarla y finalmente interpretarla en ese proceso íntimo de lectura que existe entre el lector y la obra ; el último, el lector del siglo XXI, disfrutará la lectura tal vez después de quitarle a cada palabra el velo que la viste, o tal vez después de quitarle el polvo de los años y descubrir la belleza del código lingüístico, la estética y la ética que guarda el libro de Cervantes en cada palabra, en cada rincón de significancia. Y en esta dirección de goce estético, me refiero también a la trascendencia que tiene la escritura en la memoria de los tiempos.
Así les recuerdo mi afirmación inicial: el solo acto de escribir es un acto de deseo, de afecto, de responsabilidad por y con las palabras, de escepticismo y de trascendencia; pero el acto de escribir poesía es aún más complejo.
Es aún más complejo porque pone de manifiesto y en evidencia los sentimientos, los miedos, los temores, los éxitos y los fracasos de quien escribe. Pone de manifiesto su experiencia con el mundo, su ideología y su visión.
Pone en evidencia su concepción de mundo a través de los símbolos poéticos, de las imágenes, de las metáforas, en fin, de todas las figuras retóricas y estilísticas; es decir, en el acto de escritura la persona se desnuda, se vuelve camaleón, se metamorfosea a través de la construcción textual, se viste con el lenguaje de las palabras y se desviste con ellas, porque las palabras tienen magia.