Un soneto de Darío

El nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento (1867-1916), quien hizo popular el seudónimo de Rubén Darío, es uno de los grandes poetas de la literatura universal. Perteneció, en la época de su más representativa producción, a la escuela literaria que se ha llamado el Modernismo y que tuvo su auge al fín del siglo
XIX y comienzos del XX.

Por: GUIDO EUGENIO ENRIQUEZ RUIZ – ASOCIACION CAUCANA DE ESCRITORES

Vino de las tendencias Vesteticistas y tuvo como antecedentes in­mediatos e inuyentes al Romanticismo, Impresionismo, Parnasianismo, y Simbolismo a las que pertenecieron, por ejemplo, Victor Hugo, Téophile Gautier, José María de Heredia, Paul Verlaine, Charles Marie Baudelaire y Stéphane Mallar­mé, en Europa; en América, Edgar Allan Poe, Rafael Pombo, Manuel Gutiérrez Nájera, José Asunción Silva y Julián del Casal.

El Modernismo es una renovación del lenguaje literario junto con un apartamiento del Clasicismo y del Romanticismo y se distingue por hacer más hermoso el misterio de la poesía, por su lenguaje grandemente simbólico, por su exotismo en los temas, por su forma diligentemente cuidada y, en general por su empeño por la belleza en su máximo grado. “Yo soy el amante de ensueños y formas/que viene de lejos y va al porvenir”, decía Rubén Darío, de quien es el soneto, compues­to en 1894 y llamado Margarita:

El poeta siempre admiró a una hermosa mujer de su tierra, Nicaragua, llamada Margarita Debayle, que tal vez fuera su amor platónico, quien murió joven y a quien tomó por asunto de este poema en que reúne los dos temas quizá más cotizados en la literatura universal, el amor y la muerte para esta elegía, una de las más bellas de la lengua española.

El nombre escogido encierra múltiples temas: es en latín el nombre de la perla, en español se denomina así a una hermosa or de pétalos blancos y cora­zón amarillo, en el uso común nuestro es nombre de mujer, y, en esta obra, se recuerda a Margarita Gautier, la protago­nista de una de las novelas más populares del inmortal Roman­ticismo, la Dama de las Camelias, en que una muy querida amiga de su autor, Alexandre Dumas (18241895), María Duplessis, reaparece idealizada en extremo y con ese nombre.

La bella del poema tiene “labios escarlatas de púrpura maldita”, es, pues, “la mujer fatal” tan de moda en el Romantisismo y a quien el poeta narrador recuerda muy espe­cialmente por el color de sus labios.

A propósito, este fue el color preferido por Darío, como se puede apreciar en toda su obra, como el azul fue el de José María de Heredia y el blanco el de Guillermo Valencia. Margarita Gautier fue una belleza característica del Romanticismo francés, pálida y de labios rosados que hace gran contraste con la de “labios escarlatas” pero que, en la insinuación del poeta, quería ser como los románticos también de “extraño rostro”. Aquí son inolvidables la “noche alegre” y la mujer de colores hermosos, pero hay en medio una nostalgia y una desespe­ranza: “nunca volverá” que preludia el nal.

Hay un ambiente de opulencia: “el champaña del no baccarat” unido a la tristeza y al color de la sangre, de la alegría y del valor. La duda acompaña este ambiente “si…no…si…no” contra una certeza: “sabías que te adoraba ya”. Este verso parte el poema en dos recordándonos cómo en la vida no puede haber seguridad absoluta. La incomu­nicada mujer del soneto es “or de histeria”, es decir, Margarita desequilibrada, porque la histeria es una neurosis que se caracteriza por una sensibilidad exagerada que ocasiona tras­tornos emocionales. La prota­gonista de La Dama de las Camelias padecía de tubercu­losis algo completamente dife­rente a la histeria pero ambas consideradas enfermedades. Llorar y reír suelen juzgarse como algo contrario el uno al otro, pero en el curso de la vida se puede llorar de felicidad o al contrario como arma el popular poema de mejicano Juan de Dios Peza (18521910), Reir llorando.

El de Darío es, además, un poema de contrastes: duda y certeza, risa y llanto, besos y lágrimas, “tarde triste de los más dulces días”… Decía Guillermo Valencia: “quiero el soneto como el león de Nubia/de ancha cabeza y resonante cola”. Aquí comienza con Margarita Gautier, que hace grande el primer cuarteto y termina muy hermo­samente con la or deshojada; ambos muertos, una en la novela y otra en la acción del poema rubeniano.

La personicación de la muerte nos llena de tristeza cuando ya hemos hecho nuestra a la multi simbólica mujer del “extraño rostro”.

Rubén Darío escribió este poema cuando tenía 27 años y ya había recorrido la etapa romántica que inició casi de niño; aquí nos hace sentir el paso del exagerado sentimentalismo del Romanticismo hacia un senti­miento incrustado en la elegancia del arte nuevo.

Sin negar que la escuela de Byron, Wordsworth, Hugo, Manzoni y Bécquer está en los comienzos de la poesía moder­na hay que admitir que el impulso mayor reside en el Simbolismo que aún ahora, en la decadencia de la poesía, mueve a las Musas.

Decía Stéphane Mallarmé (18421898): “Nombrar un objeto es quitarle dos terceras partes de su encanto”, por eso la poesía debe hacerse mediante símbolos, como acontece en nuestras relaciones con la naturaleza y con todos los objetos sean ellos físicos o intelectuales. Cuando decimos que es algo hermoso, o feo, eso es para cada uno de nosotros; el objeto está allí o allá pero no tiene cualidades, ni siquiera tiene ubicación; nosotros los ubicamos y lo calicamos:

“La Natura es un templo de vívidos pilares donde a veces se escuchan las confusas palabras y el hombre se encamina por orestas de símbolos que lo observan despacio con ojos familiares”. (Carles Baudelaire. 18211867)

El soneto Margarita, de Rubén Darío, es una consideración sobre la condición humana vista por un gran poeta con una visión estética profunda, colo­rida y una visión de encantadora belleza.

¿Recuerdas que querías ser una Margarita

Gautier? Fijo en mi mente tu extraño rostro está,

cuando cenamos juntos, en la primera cita,

en una noche alegre que nunca volverá.

Tus labios escarlatas de púrpura maldita

sorbían el champaña del fino baccarat;

tus dedos deshojaban la blanca margarita,

“sí…no…sí…no” ¡y sabías que te adoraba ya!

Después ¡oh flor de histeria! llorabas y reías,

tus besos y tus lágrimas tuve en mi boca yo;

tus risas, tus fragancias, tus quejas eran mías.

Y en una tarde triste de los más dulces días,

la Muerte, la celosa, por ver si me querías

¡como a una Margarita de amor te deshojó!

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