Troya debe morir para que Roma exista

“Diré ‘caerás, Troya, y te levantarás de nuevo, Roma troyana’,
y cantaré los duraderos peligros por tierra y por mar”[1]

Por: Alejandra Alarcón Ardila

Reconocer la dependencia del nacimiento de Roma en la destrucción de Troya es una forma ingeniosa de entender la literatura romana como un enorme proceso de cambio que no se detiene. El texto Troya debe morir para que Roma exista plantea como objetivo, de alguna forma, jugar a ser paleontólogos literarios a través de una vasta investigación que descubre huellas de contenido y forma entre autores romanos que se llevan un par de décadas de diferencia. Encinas Martínez despliega un genoma de autores y referencias en sus obras que busca ordenar de tal forma en que cada cajita de información encaje en una posición lo más precisa posible. Se alimenta de teóricos e investigadores como Feeney, Wills, Zwierlein, entre otros, para recolectar la mayor cantidad de información.

La autora plantea una dicotomía entre dos formas de entender el nacimiento de Roma. Por un lado, se entiende a Troya como un aspecto negativo, donde autores como Virgilio y Horacio se encargan de mostrar en Troya el conjunto de los males del pasado de Roma. Ambos se apoyan en la figura de la diosa Juno, enemiga acérrima de los troyanos, quien solicita a Júpiter la muerte de todo lo troyano, en busca de la prevalencia de lo itálico. Feeney propone un hipotexto creado por Ennio, quien pareció ser la influencia principal para los discursos de la diosa que Virgilio y Horacio proponen.

La diosa es caracterizada de formas diferentes por ambos autores, la Juno virgiliana es presentada desde los primeros versos del Libro I con un carácter rencoroso, inflexible, resentido. “Juno que guarda en lo hondo de su pecho la herida siempre abierta”[2], “Queda en lo hondo de su alma fijo el juicio de Paris y el injusto desprecio a su hermosura y el odio a aquella raza”[3].

Por el otro lado, Horacio juega más con sus capacidades, presenta a una Juno con un perfil moral, una Juno que justifica la destrucción de Troya como un castigo divino merecido por el adulterio de Paris y Helena. “¡Ilion, Ilion!, el juez fatal e impuro y la mujer extranjera la han reducido a polvo; desde que a los dioses dejó sin el pago convenido Laomedonte”[4]. Horacio también prueba los límites de la lírica, pues toma a este personaje puramente épico, transformándolo. Podemos evidenciarlo al final de la oda III 3 v. 69-72 “Esto no le va a cuadrar a mi jocosa lira. ¿A dónde quieres ir tú, musa mía? Deja de empeñarte en repetir conversaciones de los dioses y de empequeñecer lo grande con menguados sones”. Habla de “jocosa lira” refiriéndose a su género, la lírica, donde lo “grande” —traducido de magna— representa la épica, que es empequeñecida al ser adaptada a la lírica.

Wills propone además una posible influencia de Catulo en Horacio, a través del poema 68. Horacio utiliza también el término Troiae, tal como lo hace Catulo entre los versos 87-90 y 99-100, “Troya (¡oh, sacrilegio!), sepulcro común de Asia y Europa, pira cruel de todos los hombres valientes”, “sepultado en una Troya siniestra, en una Troya desgraciada, una tierra extraña en los confines del mundo lo retiene”.

La contraparte de la dicotomía propuesta por Encinas Martínez se manifiesta en autores posteriores, que se han alimentado de sus predecesores, y proponen nuevas lecturas de la destrucción de Troya. Propercio, Lucano y Ovidio son los tres ejemplos que utiliza el texto para encontrar las huellas que Virgilio y Horacio dejaron como legado. Cada uno retoma pasajes que se resignifican y hablan de una Roma Troyana, del resurgimiento del pérgamo, de la mitología que rodeó a Troya.

En Elegías IV 1 de Propercio, donde se confrontan las elegías etiológicas con las amorosas, se encuentran detalles formales que denotan una influencia del procedimiento virgiliano, para transferir directamente a Augusto el papel del Eneas del inicio de la Eneida, inconsciente de su tarea de fundar una nueva nación. Concede la palabra a Casandra cambiando el sentido virgiliano de la profecía, “¡Volved atrás ese caballo, Dánaos! ¡En mala hora vencéis! La tierra de Ilión vivirá y a estas cenizas Júpiter dará armas[5]. Recoge también relaciones con el libro II y VIII de Eneida que demuestran la dependencia del nacimiento de Roma a la caída de Troya. Es el libro VIII una de las principales referencias de autores post virgilianos, donde Evandro muestra a Eneas todo lo que comprenderá Roma.

Ovidio, en Fastos, utiliza, como Propercio en sus elegías, como referencia el libro VIII ya nombrado de Eneida, para narrar más detalladamente los vacíos que Virgilio ha dejado. Narra de lo que Virgilio no habla, el pasado de Evandro y su madre ninfa, Carmenta. A diferencia de Propercio, Ovidio usa métodos diferentes, es más consciente del legado de Horacio y por ende su narración responde más al discurso de la Juno horaciana, desafiándola de alguna manera. Toma el adjetivo de Juno llevado a Troya por Propercio para regresarlo al enemigo de Troya, hablándole implícitamente a Juno.

El autor más posterior mencionado es Lucano con sus Farsalias. Farsalias narra en su noveno libro la llegada de César a lo que antiguamente fue Troya, donde se desarrolla un pequeño episodio, bastante cómico, en el que casi pisa la tumba de Héctor. Lucano pone a César en una posición de ignorancia, es un lector de lugares que no existen ya, de los que sólo quedan escombros y cenizas.

Al igual que Ovidio y Propercio, Lucano también se nutre del libro VIII de Eneida, generando un paralelismo del que Zwierlein habla. Existe una enorme diferencia entre ese pasaje y el de Virgilio. Donde Eneas ve lo que será Roma, César ve lo que fue Troya, donde Eneas recorre zonas bucólicas, César recorre cenizas. Sin embargo, y a diferencia de sus predecesores, Lucano no propone a César como un semi dios, ni como un emperador sabio y confiable, César no es más que un mal intento de Eneas.

Zwierlein propone de esta forma la ignorancia de ambos personajes que se bifurca en motivos diferentes. Eneas ignora su potencial como fundador, pero es respetuoso, es obediente ante los dioses, César es un tirano arrogante que cree ser capaz de convertir a Roma en lo que alguna vez fue Troya. César sólo es un famae mirator[6], mientras Eneas es como un niño curioso. Lucano anticipa la destrucción de Roma de esta forma, siendo una enorme antítesis a la épica tradicional, pues en vez de narrar la creación, se encarga de profetizar la destrucción.

Un último detalle en Lucano, son los pequeños fragmentos en los que alude a la poesía como aquella que mantiene viva a Troya, el valor de esta recae en su poder inmortalizador.

De esta manera, Encinas Martínez recoge un enorme recuento de referencias de autores-lectores, diría yo, que mantienen viva la literatura a través de la posteridad. Tal como ella inicia el texto, podemos concluir el valor de la reversibilidad de la direccionalidad de la referencia intertextual, o en palabras más sencillas, la posibilidad de que la lectura del autor posterior influya en la del anterior.

  1. Elegías Propercio IV 1 v. 88
  2. Eneida Virgilio I v. 36
  3. Eneida Virgilio I v. 25-27
  4. Odas Horacio III 3 v. 20-23
  5. Elegías Propercio IV 1 v. 53-54
  6. Farsalias Lucano IX v. 961

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