Por: Silvio E. Avendaño C.
Quien hubiera podido pensar que, varios meses después de aquel día, no se sepa, si está vivo o muerto y, que la broma fuese a tomar el tinte y el curso que ha adquirido. Era un día de marcha, de protesta, por el pésimo servicio de agua que, terminó en enfrentamiento con los polis. Más, cuando entró la policía militar a disolver el tropel nos retiramos al Club de los corazones solitarios. Juan Jacobo invitó a una hamburguesa y, como en la taberna las existencias habían sido devoradas, entonces decidimos salir del pub, hacia una venta cercana.
Permanece en mi memoria el cielo azul y los destellos luminosos como ráfagas de felicidad al salir de la tasca. Caminamos hacia las afueras de la ciudad. A medida que caminábamos dejamos de llorosear, pues los gases lacrimógenos se habían disuelto en el aire. La charla era animada y llegamos a la fonda, después de una hora de camino. Pedimos cerveza, hamburguesas, salsa. Y, ahí comenzó el asunto, cuando la dueña del negocio, molesta, se acercó a la mesa donde estábamos a hacer reclamo por la salsa de tomate, pimienta o ajo que vertíamos sobre el queso, el tomate o la carne.
– No e preocupe nosotro le pagamo, seño- dijo Federico, imitando el hablar de los costeños-
– Es que las salsas no se gastan de esa manera- añadió la patrona. ¡Tienen que aprender a comer!
– ¿Este es un negocio, una correccional o una escuela? – preguntó Juan Jacobo.
Y comenzó la discusión. La señora se salió de la ropa y Guillermo la mandó al carajo. Y gritos vienen de la dueña y exclamaciones de nosotros. Como todos estábamos con ánimo alborotado se armó un alegato. Y ¡ah desdicha! No nos dimos cuenta de que la vieja llamó a la policía, hasta cuando llegaron. Pronto nos pusieron contra la pared y con las manos arriba. Después de pagar la cuenta, pensamos que el asunto estaba arreglado. Pero no fue así:
– ¡Ah! Ustedes estaban en la pedrea…
Entonces vino la raqueta, los golpes, luego a la jaula de la patrulla. El vehículo recorrió el trayecto hasta la unidad de reacción inmediata. En la inspección de policía…la reseña. Y cuando Jorge dijo:
-Eso no estaba permitido. Nosotros no cometimos ningún delito. Esto es una violación de los derechos humanos.
Los tombos se salieron del uniforme y comenzaron a golpearnos porque ellos no violaban los derechos del hombre y del ciudadano. Ellos no hacen eso. Vino lo peor cuando Juan Jacobo dijo que iríamos a la defensoría del pueblo. Eso sacó a los policías de casillas y se fueron contra quien se atrevió a mencionar tal asunto. Después de una solfa de bolillo, puño y patada, vencidos con la cara reventada en salsa de tomate, con los rostros desencajados y, con Manuel en el suelo se terminó la reseña de cada uno. Abrieron la puerta del patio de los detenidos y arrojados al fondo oscuro y húmedo.
– ¡A lavar baños! – Fue la orden. cuando a patadas lanzaron a los jóvenes al patio de los detenidos.
Al final, el interrogador quedó con un joven de gabardina, que permaneció en silencio, al margen de la trifulca, de los golpes, del alegato Al verlo el preguntón no supo que hacer, luego de vacilar, volvió al computador para digitar e, imperativamente dijo:
– Nombres y apellidos.
– Tonio Kröger
– ¡Que nombre y apellido tan extraño¡! ¡Repita! –
El joven deletreo cada uno de las letras y el escribano tecleó despacio y, al final añadió:
-Es un nombre extraño- A lo que el joven confirmó con un movimiento leve de la cabeza.
– Documento de identidad –
-Lo he dejado en la residencia, en la que me encuentro hospedado. No pensé que los necesitara, casi nunca los llevó-
-Los documentos de identidad son como los güevos, los carga uno todo el tiempo.
-No en mi país…-añadió con la mayor naturalidad.
El inspector lo miró con distancia y, entonces el joven sacó un libro que llevaba en el bolsillo de la gabardina y, dijo al inspector que lo miraba sentado frente al ordenador.
– Estimado señor: Thomas Mann, premio nobel de literatura, como bien sabe usted, escribió esta novela sobre mi vida. Y le alcanzó el libro al policía, quien lo abrió y, leyó en voz alta: “Tonio Kröger abandonó la ciudad…” Entonces el mancebo contó que el autor era Premio Nobel. El inspector de policía escuchó atento.
Al final el funcionario, con gesto cortés, hizo seguir al joven al patio de los detenidos, y personalmente abrió un cuarto amoblado con cama, una pequeña biblioteca y un televisor. Le solicitó que pasara la noche ahí.
Al mañana siguiente muy temprano Tonio Kröger fue conducido hasta una oficina elegante donde un alto burócrata, vestido de paño azul oscuro y corbata, lo declaró en libertad. Le pidió, sin embargo, debía presentarse en tres días a la inspección.
Y, pronto, al salir de la unidad de atención inmediata Tonio llamó por el celular a los amigos. Luego se puso en contacto con los abogados. La situación de los compañeros detenidos era incierta, más cuando se les acusaba de haber atentado contra la autoridad. Hizo contacto con quienes habían organizado la marcha de protesta por el malísimo servicio de agua que había terminado en pedrea. Se comunicó con la asociación de profesores, con los empleados de los servicios municipales, con los del sindicato de la fábrica de jabón, con juntas de acción comunal, que habían participado en la trifulca. Los movimientos fueron rápidos para sacar de la cárcel a quienes habían detenido y judicializado.
Pronto a la autoridad llegó la denuncia. La policía podía exigir documentos a un ciudadano que le parezca sospechoso, pero no vejar a ciudadanos indefensos. Los abogados denunciaban la violación de los derechos humanos y la detención sin motivo. Arbitrariedad, crueldad, sevicia. En las emisoras locales manifestaron la falta de garantías que desde hace tiempo vivían padeciendo los ciudadanos. La declaración fue firmada por multitud hombres y mujeres, La detención mostraba el desprecio de la policía por los jóvenes y, la manera arbitraria como el pueblo era tratado. No existía una causa justa para realizar la detención y tampoco causa para llevarlos a juicio, decían las redes sociales.
Y pasadas setenta y dos horas Tonio Kröger no se presentó a la inspección donde se había comprometido a ir. Se hallaba en las idas y venidas tratando de conseguir que soltaran a Juan Jacobo, Guillermo, Federico…Entonces, como no acudía a la citación, la inspección envió a la dirección de la residencia indicada una orden. Cuando timbraron los comisionados y la puerta se abrió, una mujer, secándose las manos con el delantal, miró con sorpresa a los policías.
– ¿Qué necesitan los caballeros?
– Buscamos a este sujeto- y le alcanzaron la citación. La mujer examinó la hoja, leyó y, frunciendo el ceño, preguntó:
– ¿Buscan los señores a Tonio Kröger? –
– La autoridad busca a ese sujeto por infractor, porque no se ha presentado a la citación, tal como debía hacerlo.
Ella los miraba y no daba crédito a lo que sucedía, pues ella sabía que Tonio Kröger era un personaje de ficción, un burgués.
-Creo que no lo van a encontrar porque Tonio es un personaje de una novela.
Los policías levantaron los ojos sorprendidos mientras de los labios de la mujer brotaba una leve sonrisa.
-Entonces, ¿aquí no vive? Pero en la comisaría dio esta dirección…Habrá que buscarlo.
– Aquí vive mi hijo Antonio.
El notificado no se presentó. El runrún fue creciendo, pues los organizadores de la protesta aprovecharon la ignorancia del inspector y, la broma de Antonio, para tratar de anular la judicialización de quienes habían sido detenidos, supuestamente por causar actos de violencia, vandalismo y daños en bienes públicos. Además, se decía en los volantes que se repartieron en el parque central y en los alrededores, que la supuesta suplantación no insultaba a ninguna persona, tampoco intentaba desprestigiar a la propia víctima, más bien dejaba ver la ignorancia del funcionario. Y la chacota crecía pues la opción que tiene el suplantado de aclaración, el personaje del relato, no se presentó…