Popayán, historia y cultura

Hernán Torres, en la primareva de 1986, desde Saint Louis, escribió sobre nuestra típica figura semanasentera: El Anima Sola. Transcribimos de El Liberal, este interesante artículo.

Por: Mario Pachajoa Burbano

El Anima Sola
Por: Hernán Torres
El Liberal

En la tarde del Martes Santo, ambulante por los vetustos rincones de la ciudad, una extraña figura, errante pasa de puerta en puerta humildemente pidiendo una limosna. Va vestida de túnica morada que amarra a la cintura con cíngulo de dos vueltas sobre blancos bordados de entredós y cadeneta; pasa anónima el alma en pena. Es un solo hombre cualquiera en cuyo rostro cubierto sus ojos hablan desde el fondo de los agujeros del inexpresivo capirote. La cabuya de sus alpargatas, amarradasa los tobillos con tiras de paño negro; asordina el rumor de sus ligeras pisadas. Recoge sus pasos como alma en pena; repicando dejadamente su campanilla, camina al azar de quien lo vea. Con gestos de obsecuente humildad el animasola recibe las escasas monedas de cobre que le arrojan en su cuenco de plata.

Ni habla ni responde; sólo repiquetea su campanilla y sigue errante, agarrando el cuenco de plata con la mano que agarra la cruz de madera. El animasola desvalida, anónima privada de todo poder, de todo prestigio y de toda adulación, cruza umbrales, poseída de un extraño aire místico; ritualmente asexada, sustituye el honor por la vergüenza -alejada de todos por su vestido, por su hacer y por el insistente tintineo de la campanilla agorera -va zigzageando por las trajinadas calles, de pronto tan distantes y tan ignotas. Los niños le siguen corriendo, saltando, cantando, pidiéndole a la opaca figura que pide:

El ánima sola

Animasola
Camina e gola
Dame tabaco
Pa mi congola.

En épocas pasadas, el hacer de anima sola fue un acto de contricción que según viejas crónicas lo practicaron gentes acostumbradas a la riqueza, al poder y a la adulación. Hoy ya no es así. Animasolas son hombres sencillos con empleos humildes en las parroquias -sacristanes o mandaderos o albañiles de confianza- para quienes la pobreza, la incertidumbre y el abuso son experiencias cotidianas. Y a pesar de ello, en la anonimidad vergonzante del animasola, en el trance del alma en pena, lo familiar-visto a través de los agujeros del inexpresivo capirote -revierte a lo desconocido y amenazante para este hombre, para cualquier hombre.

Deslizándose tan cerca de los recién blanqueados muros, la túnica morada se mancha de cal y se ensucia de polvo y telarañas. Cabizbajo siempre, puede detallar las grietas del pavimento y las gastadas piedras de los umbrales, alisadas por el tiempo, y en las alcantarillas puede distinguir los desperdicios que no alcanzaron a lavarse con el último aguacero.

En cada portón que se detiene para pedir una limosna, los ojos del as herrumbradas cerraduras -hundidas en pesados planchones de madera – parece como si mirasen agoreras, llenando de inquietud, a la humilde figura, frágil de incertidumbre. Los niños le siguen, corriendo, saltando, cantando, dándole a la opaca figura que pide:

!Animasola!
Cabeza e gola
Tomá un puchito
pa tu congola.

La tarde de abril va descendiendo sobre la encapotada ciudad, y la luz cenital ya alumbra apenas las formas irregulares de los angulosos tejados, las artistas de las torres grises, las redondeces de las pesadas cúpulas y la austeridad de las paredes blancas. Desde el interior de un florecido patio -cercado de rugosas tapias- se oye la voz de una niña cantar:

De puerta en puerta rogando
Pasaba el animasola
La tarde del Martes Santo …
Cirios de pálida cera
Ojos con fulgor de astros
Piel con palidez de nardos …

Y la taciturna figura del animasola se desdibuja fugaz, enmudecido el tintineo de la campanilla, por la Calle de San Agustín, en la tarde del Martes Santo.

 

EL COLOR DE LA CIUDAD
El color de la ciudad.
Por: Guido Enríquez Ruiz
El Liberal, 12 de noviembre, 2000

En la segunda mitad del siglo XX ha habido una preocupación especial por el color que debería tener Popayán en lo que suele llamarse “el sector histórico”. Opinan algunos que debería ser una “ciudad blanca”; otros, que debe pintarse de “colores suaves”; otros, que no interesa mucho el color.

Quienes sostienen la tesis del blanco dicen que el estilo de la ciudad exige tal enlucimiento; los de los colores suaves piensan que la estridencia sería mal vista en edificios tradicionales; quienes se muestran indiferentes creen que la “modernidad” debe admitir todo. En términos generales, podríamos decir que cada ciudad tiene, no precisamente su color, pero sí su tono, su matiz, lo mismo que su olor característico, como lo han afirmado, ya hace años, algunos estudiosos en el Viejo Continente.

Popayán ciudad blanca.

Alegan quienes defienden la blancura para los muros payaneses que ciertas ciudades y pueblos del Mediterráneo se ven hermosísimos al reflejar el azul del cielo y el azul verdoso de las aguas del llamado Mare Nostrum en cuyas islas y riberas se suelen encalar las paredes de blanco puro. El trópico se prestaría para algo semejante dada la persistencia de su sol y la pureza de su cielo. Pero nuestras ciudades no tienen la misma arquitectura que los pueblos de las islas del Egeo y del Tirreno, y, ni siquiera de las Baleares, metidas en lo más arraigado de las tradiciones españolas.

Hermosísimas son Ibiza, capital de la isla del mismo nombre, Santa Eulalia del Río, San Antonio y todas las aldeas de las calas ibicencas con su blancurano de pintura sino de “mármol”, como suelen verse bajo la caricia del sol. Sus formas arquitectónicas no solo soportan el blanco, lo exaltan con maravillosa esplendidez. Las formas arquitectónicas de Popayán, incrustadas en las tradicionales construcciones de nuestras ciudades y pueblos coloniales, no reclaman el blanco como las mediterráneas, lo pueden soportar y no queda mal.

Sin embargo, la tradición payanesa nos cuenta que antes la ciudad estuvo engalanada con diversos colores y tonos y hasta comienzos de este siglo algunas casas de las que rodean el Parque de Caldas tuvieron sobre sus muros pintados algunos paisajes de técnica rudimentaria.

Así lo confirma también la fotografía, que, además, muestra las casas con zócalo de color diferente al resto de los muros. Si no hay exageraciones de mal gusto Popayán puede estar pintada de varios tonos y colores y se puede así ver muy bien.

Pero la preocupación de este momento debe centrarse principalmente en educar para que haya amor y respeto por la ciudad y sus gentes. La ignorancia y la estupidez hace que las calles y parques se conviertan en basureros y que las paredes aparezcan manchadas o con letreros que demuestran solamente la falta de inteligencia y de cultura de quienes los pintan. La limpieza de una ciudad aprestigia a sus habitantes y la hace acogedora y digna de aprecio.

Hagamos de Popayán una ciudad hermosa por su presentación y por el comportamiento de cuantos formamos su población. … “””

 

GUILLERMO VALENCIA
1873 – 1942
Por Guillermo Alberto González Mosquera
De: Mario Pachajoa Burbano

Su presencia llena buena parte de la historia del Cauca en la primera mitad de esta centuria, y aún en nuestros días, es forzosa referencia para quien quiera estudiar el desenvolvimiento político y cultural de esta región de Colombia, la idiosincracia de sus habitantes y la misma dimensión de sus actitudes espirituales.

“Mi vida, – manifestó Valencia alguna vez -, al mismo tiempo que por el arte, ha sido absorbida por múltiples y variadas actividades: la familia, la patria, la política”

Y en estas actividades ejerció un magisterio tan hondo y dilatado, que llegó a convertirse en paradigma de Maestro. De allí su título máximo, su enseña gloriosa.

Según el médico y catedrático Juan Jacobo Muñoz, circunstancias excepcionales concurrieron para formar este personaje excepcional: “Sangres de diversas proveniencias se mezclaron para lograr el prodigio. La inteligencia de castas dominantes. El orgullo castellano, la sensualidad viril del austro español, el sentimiento romántico de quienes se asentaron bajo el prodigioso dombo del Caribe”

Guillermo Valencia

Pero fue especialmente el ambiente de Popayán, su ciudad natal, con sus suaves atardeceres crepusculares, que a veces intempestivamente devienen en tormentas eléctricas, lo que en últimas moldearía su personalidad. Un sacerdote francés de la Comunidad Lazarista, el Padre Malesieux, se encargó de orientarlo en el Real Colegio Seminario de Popayán, de promover su cultura universal, que luego se revelaría no sólo en su obra poética, sino también en sus panegíricos, ensayos y discursos políticos. De los latines de su juventud, del estudio de los clásicos de Roma y Grecia, tomaría los elementos para lo que sería su arte supremo: el manejo de la palabra en sus múltiples dimensiones, a la manera de lo que hace un escultor con el trozo de mármol, para moldearlo y culminar en una obra perenne.

En 1899, con el siglo que agoniza, aparece “Ritos”, un poemario que deslumbra a los intelectuales de su tiempo. El poeta no ha cumplido aún los veintiséis años y ya Bogotá se le rinde cuando le oye declamar Anarkos, que será su pieza fundamental. La tez pálida, la frente alta, los cabellos y el bigote negros, la nariz aguileña, magro en la figura estilizada, los ademanes cortesanos y una elegancia innata, hacen que se le admire como a un príncipe. No son muchos los colombianos que como Valencia, han recibido desde tan temprano tantos homenajes y despertado tanto asombro. Disfrutaba de esa admiración, que se veía gratificada por la magia de sus palabras, que luego serían las del tribuno en el Parlamento, las del orador en la plaza pública y las del seductor en los salones cortesanos.

No es extraño el que por todas estas circunstancias, sus conciudadanos pensaran que estaba destinado a regir los destinos de la nación. En dos ocasiones fue candidato presidencial y en ambas se presentaron circunstancias adversas que no permitieron la máxima consagración que le correspondía legítimamente por su preminencia en la vida democrática del país. En 1918 la jerarquía católica le negó el beneplácito que requerían las directivas de su partido para oficializar la candidatura. En su segundo intento, en 1930, la división de su partido frente a la unidad liberal, se convirtió en obstáculo definitivo para su aspiración. Cuando alguien le preguntó el por qué de su vano intento para ser elegido presidente de Colombia respondió “porque mis copartidarios no me perdonaron Anarkos” Ya en la oración a Uribe Uribe había exclamado al final de su espléndida glorificación del héroe: “Así premias, ¡Oh democracia! a tus mejores hijos. Con óleo de sangre los unges? Los vistes de escarnio y los paseas ceñidos en los cascabeles de los locos?… Oh democracia, bendita seas aunque así nos mates”

Algunos de sus mayores triunfos en la oratoria, arte en el cual sobresalió sin par en su época, los obtuvo en el parlamento, a donde llegó en representación del Cauca desde su temprana juventud y desde donde libró memorables batallas que hoy se rescatan en los anales del Congreso, como ejemplos de una inteligencia portentosa. En su poema :”Caballeros Teutones” dejaría un testimonio acre sobre la bajeza de contrincantes políticos “malsines y traidores”

En realidad, Valencia no fue un político afortunado, pero esa no era su auténtica vocación. Era apenas un escenario para desplegar sus alas de águila que sabía volar sobre las alturas de la patria. Su verdadera fuerza liberadora estaba en la poesía, dominio desde donde podía ejercitar su espléndida inteligencia. “Solo el poeta es lago sobre este mar de arena, solo su arteria rota la humanidad redime”

Parnasiano? Modernista? Exótico? Quizá todo ello o ninguno. Oscar Gerardo Ramos en su estudio crítico sobre el Maestro, dice que fue un “renacentista que evocó el clasicismo de la tradición medioeval, tan populosa de sagas y tan marcada de espiritualidad” Y que “su imperio sobre un idioma lumíneo, su reciedumbre marmórea, su justeza cromática, su despliegue de temarios antes desconocidos, lo circundaron con un extenso e incandescente prestigio”

Sus traducciones literarias de autores franceses, italianos, alemanes, ingleses y chinos, son parte principal de su vida literaria y aporte significativo para hacer conocer exponentes notables de la poesía de otros países. Sobresalen en este campo, la que hizo de la famosa ¨“Balada de la Cárcel de Reading”de Oscar Wild y los poemas de autores chinos reunidos en “Catay”, que siendo de segunda mano, constituyen obra clave en su creación literaria.

Fue un bolivariano devoto y sus discursos sobre Bolívar, hacen parte del mejor homenaje de la literatura castellana al Libertador.

En la vida pública sirvió al país y a su tierra natal como Jefe Civil y Militar del Cauca y como Rector de la Universidad, además de parlamentario en varios períodos. Fue diplomático y presidió la delegación de Colombia durante las negociaciones en Río de Janeiro, que pusieron fin al conflicto con el Perú.

Amó a su tierra con devoción sin límites y quiso que por su meridiano pasara toda la intelectualidad de prestigio en su época. En versos inmortales dejó escrita la saga de su raza y con sencillez republicana ocupó la curul de concejal de Popayán

Desde el bronce consagratorio que se yergue en el patio de su casa luminosa, Valencia, muy cerca de la tumba del hijo Presidente que lo reivindicaría tres décadas después de su última derrota política, mira serenamente los perfiles de la ciudad a cuyo destino se ligó para siempre.

Baldomero Sanin Cano su amigo y confidente de horas plácidas en la serenidad de su magnífica madurez, sintetizó así la parábola vital del gran hombre: “Amó a la aldomero Sanín Caro, su patria con intensidad y desinterés, como si la patria fuese algo más, muchísimo más que los hombres y los rasgos de la naturaleza que la forman”