Popayan historia y cultura

Antes de su muerte el Libertador Simón Bolívar le envió la siguiente carta a Fanny Villard, con fecha del 6 de diciembre de 1830.

Por: Mario Pachajoa Burbano. 1999

CARTA DE BOLIVAR A FANNY VILLARD, ANTES DE SU MUERTE.
San Pedro Alejandrino, diciembre 6 de 1830

El libertador tenia gran dominio del idioma y estilo elegante lo podemos ver en la carta de Bolívar a su prima Fanny Villard

Querida prima:

Te extraña que piense en tí al borde del sepulcro?
Tengo al frente el mar caribe, azul y plata,
agitado como mi alma, por grandes tempestades; a mi
espalda se alza el macizo gigantesco de la sierra, con sus
viejos picos coronados de nieve impoluta como nuestros
ensueños de 1805, sobre mi el cielo mas bello de América,
la más hermosa sinfonía de colores, el mas grandioso
derroche de luz…..

Y tu estás conmigo, porque todos me abandonan: tu conmigo en los postreros latidos de mi vida, en las últimas
fulguraciones de la conciencia.

Adiós Fanny.
Esta carta, llena de signos vacilantes, la escribe
la mano que estrechó la tuya en las horas del amor, de la
esperanza, de la fé; ésta es la letra que iluminó el
relámpago de los cañones de Boyacá y Carabobo; ésta es
la letra escritora del decreto de Trujillo y del Mensaje
al Congreso de Angostura…….

No la recuerdas verdad? Yo tampoco la reconocería
si la muerte no me señalara con su dedo despreciado la
realidad de este supremo instante.

Si yo hubiera muerto sobre un campo de batalla,
dando frente al enemigo, te daría mi gloria, la gloria que
entreví a tu lado, a los lampos de un sol de primavera.
Muero miserable, proscrito, detestado por los mismos
que gozaron de mis favores; víctima del inmenso dolor, preso
de infinitas angustias. Te dejo en mis recuerdos mis tristezas
y las lágrimas que no llegaron a verter mis ojos.
No es digna de tu grandeza tal ofrenda?

Estuviste en mi alma en el peligro; conmigo
presidiste los consejos de gobierno; tuyos fueron mis
triunfos y tuyos mis reveses; son también mi último
pensamiento y mi pena postrimera.
En las noches galantes de la Magdalena ví desfilar
mil veces la góndola de Byron por los canales de Venecia,
en ella iban grandes bellezas y grandes hermosuras, pero no
ibas tu: porque tu has flotado en mi alma mostrada por
níveas castidades.

A la hora de los grandes desengaños, a la hora de
las íntimas congojas, apareces ante mis ojos moribundos con
los hechizos de la juventud y de la fortuna; me miras y en
tus pupilas arde el fuego de los volcanes; me hablas, y
en tu voz escucho las dianas inmortales de Junín y Bomboná.
Recibiste los mensajes que te envié desde la cima
del Chimborazo?

Adiós Fanny; todo ha terminado.
Juventud, ilusiones, sonrisas y alegrías, se
hunden en la nada, solo quedas tu como visión seráfica, señoreando el infinito, dominando la eternidad.
Me tocó la misión del relámpago, rasgar un
instante la tiniebla; fulgurar apenas sobre el abismo
y tornar a perderme en el vacío.

Simón Bolívar

 

GLORIA CEPEDA VARGAS

De: Mario Pachajoa Burbano

Gloria Cepeda, una mujer forjada por los golpes que le dio su patria, inhala y exhala poesía.

Carta a Walt Whitman

Por: Gloria Cepeda Vargas

Como hace más de 200 años desapareciste, me atrevo a decir las cosas que nunca te hubiera confiado si vivieras.

Todavía me perturba ese «Desplegar del trueno de la voz desde las costillas a la garganta» que retumba en tu «Canto de Alegrías», y la rudeza que exhibes de la barba a los pies.

Eres el gran desorbitado de la literatura. Como un árbol pluralmente estacionario, te desparramas hasta cubrir la tierra.

No fue coincidencial que vinieras al mundo en West Hills, el pequeño caserío rural del centro de Long Island cuando despuntaba el siglo XIX. Si lo hubieras hecho en cualquiera de las metrópolis que se alimentan de arrogancia y lujuria, tu pecho no sería ese bosque en permanente floración.

Ahora quiero decirte, viejo de hermosa senectud, fauno hecho para el retozo del lecho y las crecidas hierbas olorosas, que únicamente puedo visitarte en la inocencia del poema. A diferencia de lo que me sucede con Alfonsina, Federico, Machado, o cualquiera de los amigos que me llaman desde la calle en sombras, no quisiera haberte conocido. Me atemorizan, tanto tu follaje donde anidan águilas y gusanos, como la paradoja que nutre por igual a los «Cantares del afecto viril» en el desafío de «Calamus» y la soberanía de tu más bella producción: el Canto escrito cuando Abraham Lincoln, «aquella poderosa estrella del Oeste», se eclipsó para siempre.

En treno caudaloso convocas a tu parentela cercana: las fuerzas de la naturaleza en estado de pureza absoluta. Frases predictivas auscultan lo invisible. Todo gime: el río, el viento, el pájaro extraviado. Y ahí tus brazos como ramas de un tronco inabarcable, ceñidos al estremecimiento del poema.

Por un instante saltas al lomo del garañón salvaje, subes y bajas en danza demoníaca para regresar, manso como la bestia, bajo la luz del único crepúsculo que conoció tu mediodía de violentas germinaciones.

Viviste como te vino en gana y lo dijiste a gritos. No se te puede invocar cubierto de piel perecedera como todos o rezumando sudores y lágrimas que desembocarán en el mar colectivo. Hay que mirarte a distancia. Lo ubérrimo de la sangre se te escapa por los ojos, por la boca, por los poros.

Ignoro si el olor de la carpintería familiar donde empezaste a degustar la vida, te dio ese aliento vegetal que impregna todo lo que tocas y esas raíces verdinegras que te afianzan en todo lo que cantas.

Afortunadamente no aprendiste a mirar de reojo ni a hablar entre dientes como lo hacían tus contemporáneos. Un solo libro: «Hojas de Hierba», bastó para derribar o ignorar la estructura y el vocabulario poéticos de entonces. Yunques, martillos, hortalizas, fraguas, pinos, robles, oficios, leños resecos o recién cortados, piedras, ríos, guerras ancladas en los «Redobles de tambor» que dejó tu participación como enfermero del Ejército del Norte en la Guerra de Secesión… El mundo entero atrapado en palabras redondas y rojas como manzanas maduras.

«Yo canto a la eternidad de la existencia», dijiste. Eso y mucho más hiciste, desaforada encina que saltó de las aceras de Manhattan para integrarse al desorden humano.

Ahora vas, libre de toda libertad, hacia la «Clara medianoche» que te ilumina para siempre:

«Ésta es tu hora ¡Oh alma! Tu libre vuelo hacia lo indecible
lejos de libros y de arte, borrado el día, dada la lección
y tú emergiendo plenamente, silenciosa, contemplativa,
ponderando los temas que más amo:
la noche, el sueño, la muerte y las estrellas.»

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