Para amantes de los libros (I)

Por Donaldo Mendoza

   Relatos para amantes de los libros (Alma, Clásicos Ilustrados, 2021. 325 pp.), es el título de una selección de cuentos, más el prólogo, realizados por Antonio Iturbe (ilustraciones de Natalia Zaratiegui), con el propósito de mostrarnos el mundo de la lectura “desde todos los ángulos posibles”. Incluyendo el complejo artificio que conlleva la creación literaria. Con revelaciones de aparente evidencia para unos, y quizá de sorpresa para otros. Los destinatarios son, en efecto, los amantes de los libros, y el oído de creadores y periodistas.

   El relato «Bobok», de Fiódor Dostoyevski (1821-1881), sintetiza la idea que articula los veintiún cuentos: el oficio, en el sentido de conocimiento y/o dominio que se tiene sobre determinada actividad, mediante un “trabajo serio, obstinado y sincero”. No falta la ironía para bajar los humos de quien, sin haber comenzado, ya aspira a escribir el cuento o el poema más hermoso del mundo. “No me doy por ofendido, que no soy un literato como para perder la cabeza. Escribí un relato y no me lo publicaron. Escribí unos folletines y me los rechazaron. He llevado folletines de esos a las redacciones de no sé cuántos periódicos y en todas me los rechazan: «Les falta sal», me dicen”.

   Les falta sal. Alguna vez nos ha pasado que, en la tienda en donde por años hemos comprado el pan, un día nos venden uno que al partirlo se desborona; extrañados hacemos el reclamo al dueño, y éste nos informa que había cambiado al señor que lo elaboraba. ¿Qué pasó?, pues que el panadero nuevo desconoce el ‘punto’ que da sazón y sabor precisos al pan. Así ocurre con casi todos los oficios. Y volvemos al secreto de las cosas: “trabajo serio, obstinado y sincero”; sin lo cual la inspiración no existe y la musa no asiste.

   La antítesis del sujeto que aspira a escribir el cuento o el poema más hermoso del mundo, es la humildad. Que tanto cuesta. Y está en la naturaleza misma de la creación, porque ¿qué garantiza que lo que estamos obrando alcanzará los estándares de perfección? Ni siquiera las obras maestras se salvan de alguna mosca en su leche. Katherine Mansfield (1888-1923), la escritora de espléndidos cuentos, desnuda sus naturales imperfecciones: “Me pregunto por qué debe ser tan difícil ser humilde. No creo ser una buena escritora; me doy cuenta de mis fallas mejor que cualquier otra persona”.

   Esa desnudez de K. Mansfield recuerda a uno de nuestros mejores escritores, Antonio Caballero, notable también en el periodismo. Cualquier día solicitó a los editores de la revista Semana que, en la diagramación, su columna estuviera en la última página. Conjeturo que lo suyo fue un gesto de humildad, pero también consciencia de la calidad de su escritura. Si es bueno un escrito, el lector lo buscará al principio, en el medio o al final. Igual si se publica el miércoles o el domingo; y de modo semejante si son 350 o 500 las palabras. 

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