Literaria

Botella amorosa (cuento)

Por Rafael Garcés Robles

Algunos parroquianos dicen que fue la traición de un gran amor, lo que llevó a Alonso al vicio etílico; una de sus amigas habla de un bebedizo dado por una mujer de dudosa reputación; y su sobrina protesta, alega que bebe por un amor imaginario producto del mismo trago; ¡eso si!, todos sabemos que, Alonso remata el día en una profunda oscuridad, así como los días terminan en tinieblas. Su adicción al alcohol está tan arraigada en su ser, que, carece de voluntad propia para abstenerse de libar a pesar de reconocer que su salud mental y física se deteriora con cada copa.

Alonso es un reconocido ebanista, dueño de aptitudes artísticas que florecen de sus manos en cada mueble que construye; su horario de trabajo lo ha reducido, hasta el punto de trabajar pocas horas en la mañana; su sobrina Julia, quien vive con él, lo alimenta y cuida en todos los menesteres, comenta que el almuerzo lo ingiere con afán para salir con prontitud rumbo a la cantina de Rosa, allí permanece bebiendo solo, no comparte con ninguna persona, se encierra en un mundo de soledad, habla con la botella hasta que la cantinera lo saca a la medianoche para cerrar; luego deambula por las calles y se detiene en cada poste para mirar de cerca a la botella, la besa y le dice que la ama. La gente que reconoce en él, sus grandes dones en su profesión, lamenta verlo sumergido en el etilismo crónico y en alucinaciones que pronto podrían desembocar en la locura.

Mientras tanto Alonso, ahora, medio concentrado en su trabajo durante las mañanas, no se pule en sus trabajos como en otros tiempos, sino que busca recaudar algún dinero y presto cumplir su cita diaria con la botella; “Mi anhelo, es saber quién es esa mujer que se me revela en cada borrachera”, meditaba Alonso entre martillazo y martillazo y volvía a sus recuerdos: “De las dos mujeres que amé, no sé cuál pudo amarme o quizá ignore que otra mujer me ame”, y se respondió con un grito de desesperación, exclamando: – ¡Necesito conocer ese amor para salir de este infierno que me está matando!

-Tiró todo y raudo corrió a la cantina de Rosa. En aquel rincón donde siempre se refugiaba, se sentó y fijamente empezó a mirar la botella, Alonso aligeró varios tragos, sabía que entre más bebía, aquel frasco se iba transformando en la figura de una dama, cuyo rostro no podía identificar, en este momento empezaba la conversación con la botella:

– Sólo te amo a ti, dime quién eres – Le repite y le implora que se deje ver el rostro; con desesperación liba otras copas y aquel misterioso rostro parece mostrarse, Alonso en su lucha por verla vuelve a beber trago tras trago hasta perder la conciencia; a la medianoche, Rosa la cantinera, con delicadeza lo abraza y lo acompaña hasta el andén y lo enrumba en dirección a su vivienda.

Mañana será otro día, pero la vida de Alonso tendrá la misma rutina, volverá a intentar en la cita con esa mujer, su destino es encontrar a ese amor que se esconde tras una botella de licor.

Alonso reiniciaba sus labores muy temprano, pero los recuerdos de la noche anterior volvían a martirizarlo: “Anoche me faltó poco para verla, hoy puede ser el día de suerte”. Por un momento perdió el equilibrio, estuvo a punto de caer, logró apoyarse sobre una mesa, pero, no prestó atención y siguió con sus divagaciones: “Sé que en este mundo existe una mujer que me ama, y yo, aún sin conocerla, también la amo”.

Y así seguían sus días y sus noches, buscando sin descanso aquel amor alimentado por el alcohol. El insomnio empezó a producirle irritabilidad; su rostro perdía el color trigueño por una palidez acentuada con ojeras negruzcas; sus manos peleaban con movimientos involuntarios que le cambiaban la dirección al martillazo; el cansancio lo obligaba a descansos prolongados; la fiebre y el sudor lo obligaban al consumo desmesurado de líquidos y a una total inapetencia. Pero, su obsesión continuaba intacta; la búsqueda de aquel amor perdido que él intuye, podría estar pronto a revelarse en una botella de alcohol.

Aquel sábado, a sabiendas que Alonso no volvería a casa durante el fin de semana, su sobrina le hizo mudar de ropa, al despedirlo notó el deterioro físico de su tío y el caminar inseguro en cada paso, ella sin adivinar, lo miró enrumbar por la calle que lleva a la cantina de Rosa. Alonso tenía la corazonada que ese amor, se develaría en la embriaguez próxima a iniciar. “Mi cuerpo y mi angustia no soportarán por mucho tiempo”, piensa consciente de sus debilidades. Busca el rincón del bar que lo había alojado en los últimos diez años de bohemia. Rosa le sirve la botella y le repite el consejo de todos los días:

-¡Hombre, ya es hora de parar! ¡Por mí fuera, no te vendería ni una copa de agua! –

Alonso aprecia su bello rostro y con sinceridad le agradece; acto seguido, ingiere el primer trago.

Alonso ya lo había decidido, el plan de este día era beber con afán inusitado para también, embriagar de amor a esa mujer y forzarla a delatarse. El ritual bohemio con la senda hacia su gran amor, ya está en marcha, tras fijar su mirada en la botella, inició la procesión de copas llenas hasta el borde; luego de unos instantes, la botella se vistió de mujer, tal como se había manifestado en los últimos años.

Alonso indignado, le gritó, le imploró a ese amor:

– ¡Hoy, te entrego mi corazón, recíbelo pronto que él, está cerca de caer vencido! –

Como una horda de copas hasta el tope, que, se deslizan por cada una de sus manos, empieza el río de alcohol aligerado con el ímpetu de su ansiedad, a anegar ese mar profundo de penas.

Su mirada petrificada y sus ojos desorbitados avizoran los destellos de la silueta de un rostro en la botella, su corazón no resiste la emoción y su cuerpo empieza a desvanecerse en el momento mismo, que el rostro de esa mujer, su gran amor, se revela nítido ante sus ojos que empiezan a nublarse.

Los últimos segundos de la vida de Alfonso, solo alcanzaron para ofrecer su última sonrisa, y muy cerca a los labios de ese rostro decir quedamente:

– Te amo Rosa.

 

Jhovanna (cuento)

Por Gerardo Meneses Meneses

Eran las cinco de la mañana cuando mis alumnos me despertaron, cohetes, licor y gritos alegraban nuestra partida, íbamos de paseo a Guachicono, un pueblo cercano en donde se comía, se bailaba y en las mansas aguas del río de su mismo nombre se podía bañar con tranquilidad. Durante el camino reinó la calma, pues pensábamos al volver, continuar la rumba en una discoteca de la ciudad.

Entre baile y diversión, baño y visitas, pasamos momentos gratos hasta el atardecer. Tres pitazos anunciaron nuestro regreso y solamente a la mitad del camino un raro presentimiento me hizo comprobar con lista en mano la asistencia y en efecto, faltaba Jhovanna, la más juiciosa del grupo.

Un momento por favor —dije al chofer —Volvamos. —Se quedó una alumna.

Imposible —me contestó, la gasolina no alcanza. Lo mejor es llegar, contarles a sus padres lo sucedido y juntos buscar la solución. Temerosos llegamos a la casa, pero por más explicaciones que les dimos no logramos justificar nuestra actuación. Gritos, lágrimas y reproches, mas a ninguna conclusión pudimos llegar.

Después de escuchar detenidamente la opinión de muchos alumnos, se calmaron los ánimos, pues con nadie había compartido y según comentó la madre, allá en ese lugar tenía muchos amigos. Ya sin ánimos de más fiesta y con la esperanza de verla llegar en otro de tantos vehículos que pasaban por el lugar, nos sentamos a esperar.

Eran las doce de la noche cuando un carro pasó a toda velocidad para el hospital y como el chofer nos hizo señas, pensamos en lo peor y de inmediato corrimos hasta la sala de urgencias. En una camilla yacía Jhovanna, todo su cuerpo lleno de sangre. Con el permiso del médico de turno y después de larga espera pudimos dialogar con ella.

Como no se encontraba con ánimos de bailar prefirió visitar a unos cuantos amigos, de tal forma que cuando sonó el pito del carro anunciando la partida, ni siquiera se percató. Preocupada salió a la carretera y al fin de tanto insistir, un conocido la trajo en el volco de una camioneta que transportaba cajas mortuorias. Aunque con cierto temor se acomodó plácidamente sobre una de ellas, su presencia traía a su mente recuerdos poco gratos de sus familiares muertos, cayó la noche y comenzó a llover y para no incomodar al que le había hecho el favor, abrió una caja y se acomodó en su mullido lecho, con calma cerró la tapa y esbozando una sonrisa pensó “los muertos no sienten frío”.

El murmullo del agua sobre el ataúd y las vueltas del camino le causaron paz y tranquilidad y en pocos minutos se quedó profundamente dormida. Soñaba que la estaban enterrando y por más esfuerzos que hacía para demostrar que estaba viva nadie podía escucharla, por fin cuando tiraron la última palada de tierra pudo gritar y con las manos y los pies abrió de un golpe la tapa que la encerraba. Un campesino que también formaba parte del viaje y a quien habían recogido mucho después, pensó que era el fin del mundo, que los muertos estaban resucitando y machete en mano asestó en su cuerpo un tremendo machetazo y como pudo se tiró del carro. Al llegar al pueblo y enterarse de la situación, el chofer pensó en el hospital y ahí se encuentra recuperándose, con todos los cuidados, de su herida.

El campesino, enterado de la noticia sintió vergüenza por su cobardía y armándose de valor, con un ramo de flores se presentó a ofrecer disculpas, se hicieron buenos amigos y después de un corto noviazgo todos asistimos a la fiesta de su matrimonio.

ENSEÑANZAS

– Como profesor, no descuides a tus alumnos ni compartas con licor sus alegrías.

– Como alumno, evita convertirte en el problema que obstaculice la labor educativa.

-“La felicidad se puede en-contrar a pesar de los golpes que te da la vida”. Ten paciencia y esfuérzate para encontrarla.