Gustavo Adolfo Constaín Ruales – [email protected]
El Salto del Tequendama es una cascada natural ubicada en Cundinamarca, Colombia, aproximadamente a 30 km al suroeste de Bogotá. Es una bellísima caída de agua de 157 metros en mitad de un lugar majestuoso. La niebla que se forma en la noche lo hace aún más misterioso. Es un paraje que la gente visita, no sólo por el esplendor del paisaje, sino, desgraciadamente, para suicidarse. Este maravilloso y mítico lugar tiene similitud con el Aokigahara, el bosque de los suicidas en el Japón; o con el Puente de Golden Gate ubicado en San Francisco, Estados Unidos.
En el Salto del Tequendama rondan demasiadas historias de personas que, viniendo de paseo, se bajaban del tren que hubo en su época, o de automóviles y, sin mediar palabra, se tiraban al vacío. También existen relatos de parejas que se sentaban a compartir un día de campo y se arrojaban poco tiempo después, juntos, o primero uno y luego el otro. Lo triste de estas historias es que, si llevaban hijos pequeños o recién nacidos, se tiraban con ellos, llamados por ese espejismo, por ese embrujo maligno. Todo esto sucedía delante de varias personas que estaban allí, disfrutando del lugar y que dieron su testimonio.
Durante los años 20 se construyó, sobre el mismo acantilado, un pequeño y selecto hotel llamado El Refugio, que se convirtió en el punto de reunión de la gente rica y famosa de aquel tiempo: grandes fiestas y bodas se celebraron allí. Varios invitados a las fiestas no volvieron, pues se habían tirado a esa caída del mal. Con el paso del tiempo, el hotel se volvió un restaurante, pero luego fue decayendo hasta quedar abandonado: la historia cuenta que la gente no volvía más por los fantasmas que allí residían. Hoy, es un museo donde se reviven los mitos fundacionales Muiscas.
Había un sitio estratégico, una piedra, que con el tiempo se convirtió en la “piedra del suicida” porque estaba dispuesta como un trampolín para tirarse al vacío. Era tal la cantidad de personas que se arrojaba a la cascada que el lago que formaba la caída vino a llamarse “el lago de los muertos”.
Era tal el sinsentido de este panorama, que turistas en el lugar esperaban con paciencia para tomar una fotografía a alguien que se lanzara. Y el dato tétrico: algunos posaban para la singular fotografía.
Al enterarse de los suicidios, la prensa sensacionalista “romantizó” el acto identificándolo como un gesto gallardo o elegante, y publicando las notas, ciertas o no, que dejaban los suicidas pisadas por una piedra antes de lanzarse. Motivos tales como un amor perdido, un amante que desapareció, o solitarios sin ningún amor, eran los autores de las supuestas notas.
Muchas de las personas que fueron retenidas a la fuerza por turistas o policías que cuidaban el lugar, luego de reaccionar tiempo después, no podían explicar los motivos para cometer semejante locura.
De alguna forma, el Salto del Tequendama sigue cobrando víctimas por otros caminos: cuando ya no hay tantos suicidas, buenos y sobrios conductores que van en sus automóviles se precipitan al abismo.
Hoy, la gente todavía se sigue lanzando; es un sitio cruzado de líneas geománticas negativas que hace que ocurran estas barbaridades.