En perspectivas, María de Jorge Isaacs

Soñé que María era ya mi esposa: ese castísimo delirio había sido y debía continuar siendo el único deleite de mi alma

María, p.204

Por: Elkin Franz Quintero Cuéllar

E

l siglo XIX fue escenario de la consolidación de los nacionalismos, lo que permitió la formación de las identidades nacionales que con el devenir de los días y los caudillos dieron lugar a las más diversas prácticas culturales. La literatura no escapo a esta metástasis y surgen obras como la novela “María” que con el devenir del tiempo se inmortalizaron.

En cada una sus páginas se evidencia no solo la representación del sentimiento amoroso, sino el registro de una serie de ficciones autorreferenciales, culturales, políticas, sociales, religiosas que rondan la tragedia o como diría Gabo, en uno de sus obras, “Crónica de una muerte anunciada”. En este sentido, “María” es tomada como elemento propio de los sujetos del siglo XIX para evidenciar cómo la sociedad no estaba preparada para la vida social y aún seguía ligada a viejas formas de control. Quizás es aquí cuando debemos preguntar ¿qué presenta “María” para lectores del siglo XXI y qué papel juega la narrativa de Isaacs en nuestros imaginarios culturales y sociales?

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Portada de una edición reciente del libro/ María es vista como una heroína de la literatura universal.

En primera instancia debemos entender qué lugar ocupó “María” con sus narraciones amorosas en la construcción de la identidad de los sujetos del siglo XIX. Dicho posicionamiento tiene relación directa con el propósito de controlar las libertades humanas en un tiempo donde elegir las propias reglas de vida era utópico.

En este sentido, la obra de Isaacs pretende subrayar la presencia del amor no solo en el matrimonio, sino en los diferentes estadios de la existencia humana, asimismo, la obra evidencia un raro ordenamiento de la identidad de los personajes en provecho de la vida familiar y en función de las exigencias del Estado. Parece que, desde esta perspectiva, en “María” la familia era la institución que daba el sentido a las gentes, promovía la solidaridad, la comunión, el progreso y donde nacía un profundo orgullo patrio.

Las ficciones y realidades que propone Isaacs en su novela, tejen un puente entre la imaginación personal y colectiva de una sociedad que busca un vehículo para representar el callejón sin salida de la clase hacendada cuya melancólica apología se puede leer entre sus páginas. Es decir, “María” es pensada y creada para un público lector que debe verse obligado a leerse asimismo.

Desde la perspectiva anterior, el eco apasionado que suscitó María en su tiempo y la gran acogida que obtuvo por parte del público lector, aún no alcanza a iluminar el segmento de nuestras redes culturales. Por consiguiente, no debe extrañarnos que nuestra época haya un gran despliegue de códigos melodramáticos que nacen y mueren al ritmo de las redes sociales. Hoy, la sociedad colombiana debe complacerse leyendo “María”, porque en ella están condensadas las preocupaciones, expectativas y temas que buscan de asirse en el imaginario colectivo moderno.

Visto de este modo, la novela de Isaacs se convierte en un recurso civilizador llamado a orientar nuestro complejo mundo de los sentimientos, cómo sentir, qué sentir y expresamente hacia qué o por qué. Este sumario, se convierte en un indicador que revela las estrategias de control social que rigen nuestro tiempo.

Volviendo a las expectativas literarias, María es una novela altamente dolorosa, emotiva y catártica. En ella, se evidencia la escala ascendente de sentimientos y emociones. La intensidad comienza con la separación de María y Efraín en la temprana juventud; continúa con la noticia de la enfermedad de María; se agudiza con la conversación que sostienen Efraín y su padre, pues éste se da cuenta del afecto que ha crecido entre ellos y teme que ese amor los lleve al fracaso; posteriormente, alcanza gran intensidad con la partida de Efraín a Londres y, por último, con la separación final y definitiva que provoca la muerte de María.

Sería interesante llamar la atención en el tema del amor como educador supremo, Isaacs descubre que la mejor forma de llegarle a los lectores o de persuadirlos no era por medio de la razón, como intentaban hacerlo algunos filósofos de la época, sino por medio del sentimiento. Dicho sistema de persuasión se sustenta en las reglas que soportan la composición de la novela sentimental en el siglo XIX. Conmover el corazón de los lectores para hacerles amar lo que es perfecto y detestar lo defectuoso, fue la regla que por antonomasia acogió a todas las demás y la fórmula efectiva para domesticar las pasiones. También sirvió como elemento subjetivo para controlar la sociedad.

En “María” se teje una amplia red de representaciones que, hiladas unas con otras, colaboraron en la construcción de normas sociales. En comparación con las heroínas ideales del canon americano, la Amalia, de José Mármol, por ejemplo, o la Leonor, de Alberto Blest Gana, Iracema de José de Alencar, Aves sin nido de Clorinda Matto de Turner, Sab de Gertrudis Gómez de Avellaneda y Cumandá de Juan León Mera, María carece de dignidad estoica y de autodominio. Por eso, en una lectura crítica, hasta las mismas libertades que toma con el decoro femenino, unas libertades que parecen aliarla a las otras heroínas románticas, se acercan peligrosamente a la barbarie de la feminidad descontrolada. A diferencia, “María” llora con demasiada facilidad, dice lo que piensa, inicia coqueteos, se aventura afuera descalza, y literalmente, tiembla de pasión. En síntesis, revelaba su inferioridad de género no domesticado, así como sus orígenes judaicos. De haberse casado Efraín con ella, la pareja habría tenido una falta de balance de feminidad.

Estimado lector, el hecho que la obra culmine trágicamente no la hace pesimista; Isaacs recurre a la tragedia para alentar acciones positivas para las tragedias por llegar. Asimismo, suscita nuestra simpatía por los amores incomprendidos y fatalistas, denunciando los abusos sociales que obstaculizan desde épocas sin nombre el amor y la felicidad. Por lo tanto, apuntan hacia un estado ideal, tanto político como sentimental, que se produce cuando se supera el obstáculo social.

 

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