LA SEBASTIANA
¡Pablo nuestro que estás en tu Chile!
Atahualpa Yupanqui
El Jovenzuelo Neftalí jugaba a la pelota con otros nueve cabros amiguitos, cuando su maestra Lucila pidió guardar aquel balón y les llamó de inmediato a clases. La escuela de Temuco, despertaba al alba en un abril de 1915, con jueves soleado, cuando Neftalí entró al salón y observó en el pizarrón con escrita tiza verde: LA CASA DE MIS SUEÑOS. Para mañana, temprano, espero éste texto libre dijo la alta y taciturna maestra Godoy. Neftalí caminó así de la escuela hasta su casa pensando en su reto literario imaginario; puedo escribir los versos más alegres esta noche, se dijo. Entonces, lavó diligente la loza de la cena y temprano, antes que Galopara la noche en su yegua sombría, subió a su cuarto, prendió vela. A la mañana siguiente despertó improvisto cuando la maestra Lucila le pidió de primero leer su escrito, señor Reyes, le llamó con la tiza en la mano, sea ud el primero, le escuchamos.
Cogió la tiza y escribió: LA SEBASTIANA. La casa de mis sueños, dijo leyendo el mozuelo Neftalí, es aire, collar, cascabel ebrio, su recuerdo será luz, humo, estanque en calma. En su llama mortal la luz se envuelve y en ella viviré solo como un túnel. Allí, unas sonrisas bastan y se desvestirá la lluvia. Montado en mi ola única me dirán, entonces, ¿dónde estabas? En LA SEBASTIANA, responderé, donde los ríos cantan y mi alma en ellos huye, donde de aquel árbol se quejan, como enfermos, las hojas, y donde podré observar la cruz negra de un barco en el pacifico océano anunciando su llegar al puerto de Valparaíso durmiente, esa, señorita Lucila Godoy, será la casa de mis sueños, le dijo el jovenzuelo Neftalí Reyes a su maestra, que asombrada, ante tal tamaño de escrito, le aplaudió sonriendo rebosante en un abrazo de plenos poderes. El resto de sus demás compañeritos aplaudieron delirantes con sus juventudes de abejas, cuando, el ultimo pedazo de pabilo de vela que había prendido para hacer su tarea, cayó gotera sobre su dormida mano poeta.
Así fue como el gran Pablo Neruda abrió sus pupilas durmientes, sobre su escritorio, notas y versos. Cuarenta y seis años han pasado y al frente, por su enorme ventanal, el azul del amplio mar de Valparaíso le saluda su retorno somnoliento. Observa desconcertado a su rededor, aún es el 17 de septiembre de 1961, fecha que aparece en su libreta. “Mañana es la fiesta”, recuerda. Apaga la vela que lo despertó y decide bajar a buscar a su durmiente amada Delia del carril, entonces, se levanta del escritorio, acomoda el gran cuadro de América, ajusta la puerta del baño, deja su boina sobre “la nube”, aquel sillón bandera, mete su mejor vino en la nevera, Apaga la luz del bar y le dice “Buenas noches” al enorme cuadro de Walt Whitman. Tuve un sueño muy profundo, Delia, dice el gran Pablo Neruda entrando a las cobijas, otra vez, con mi maestra y ésta casa de mis sueños. Delia del carril simplemente se volteó y se arropó sonriendo: ya no pensemos más, ésta es la casa, le respondió entre dormida, mañana es la fiesta, ya todo lo que falta será azul, lo que ya necesita es florecer, descansa Pablo, que eso ya es trabajo de la primavera.