Se consagra la costumbre que tanto el arribismo como el arribista, se consideran formas sucias y mediocres de desempeñar un papel en el escenario de la actividad social.
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Por: Víctor Paz Otero
n los usos cotidianos de la lengua, la noción de arribismo se utiliza como un concepto satanizado, como una especie de palabra oscurecida por descalificadoras resonancias que contienen algo de desprecio, de inmoralidad, de hipocresía y de cinismo. En últimas se usa como un insulto para designar algo que encarna significados negativos que apuntan hacia destacar cualidades de miseria existencial y de simulación en las personas a las cuales se les aplica tan dolorosa adjetivación social y moral; puesto que la arribista profana y traiciona lo que supuestamente se considera la expresión de la verdadera moralidad del comportamiento colectivo.
Por definición, que consagra la costumbre, tanto el arribismo como el arribista, se consideran formas sucias y mediocres de desempeñar un papel en el escenario de la actividad social. La única “virtud” que parece se le concede, tanto al arribismo como al arribista, pareciera ser la astucia y la capacidad para el engaño que despliegan para conquistar sus equivocas pretensiones de ascenso social en una sociedad determinada. Y hay hasta quienes admiran y aplauden este mezquino y turbio “heroísmo” de los llamados trepadores sociales.
Las “categorías” anteriores para referirse al alma pequeña y a la personalidad engangrenada del arribista, de manera especial las ha establecido la gran novelística europea del siglo XIX.
Balzac, Stendhal, Flaubert, Dostoyevski, Tolstoi, Zolá, Maupassan, para citar solo unos pocos de los clásicos novelistas europeos; se ocuparon en su obra de este personaje característico y relevante en su papel social dentro de las nuevas formas políticas y mentales que instauró la sociedad burguesa. Todos ellos, y no solo en Europa, sino en el resto de la sociedad occidental, se ocuparon con detenimiento y con lujo de detalles de este nuevo actor histórico que se designó como el arribista. Pertenece entonces al gran talento literario haber explorado tanto la psicología, como la sociología de este personaje equivoco y abundante en las llamadas sociedades abiertas. Como es obvio, solo los escritores de talento, exploran estas características, especialmente las de orden psicológico que configuran la personalidad de los “héroes burgueses”. Ejemplo arquetípico de esa indagación lo constituye Julián Sorel en la clásica y esclarecedora novela “El rojo y el negro”.
No es que el arribista sea un invento o un producto exclusivo de la sociedad burguesa. Parece más bien una categoría social que incorpora elementos de universalidad y de generalidad ligado más bien a la ambivalente y equivoca intimidad que identifica a la siempre maltrecha condición humana.
Lo que ha sucedido es que solo dentro de las sociedades que instauró y consolidó el capitalismo, valiéndose de la burguesía triunfante, el arribismo adquirió expresión de fenómeno colectivo y generalizado. Fue en esas sociedades donde pudo devenir en categoría social. Por eso mismo ocuparse del papel del arribismo social produjo abundante literatura y también mucha interpretación sociológica. Si para la literatura la personalidad del arribista fue divertimento y experimento de exploración psicológica, para el sociólogo y para la sociología, fue reflexión acerca de las estructuras sociales y económicas que propiciaron el surgimiento de ese tipo de personalidad en el drama y en la trama de las nuevas relaciones que vino a imponer la modernidad social y cultural.
La sociología, empezó por designar a las democracias liberales como sociedades abiertas en oposición a las sociedades aristocráticas consideradas como sociedades cerradas. En las sociedades abiertas se privilegió el fenómeno de la movilidad social, donde era posible “ascender” o cambiar de clase y de estatus social, fundamentalmente por la participación en los privilegios que facilita el dinero, la educación y otros diversos mecanismos, que efectivamente funcionan en este tipo de sociedad. Este es el escenario por excelencia que propició la burguesía para consolidar su poder y desmantelar el mundo de los privilegios exclusivos en las sociedades cerradas.
El triunfo de una nueva mentalidad fue contundente y definitivo; las puertas nunca abiertas de la sociedad cerrada se abrieron de par en par por el poder que se anuda a los hechizos del dinero, de la codicia y la simulación, donde el fenómeno del arribismo adquiere su plena carta de ciudadanía.