Meretrices, cortesanas y esclavas

ANA MARÍA RUIZ PEREA

@anaruizpe

En noticias de las últimas semanas que dan cuenta de sucesos relacionados con la prostitución, se ve que asuntos bien distintos se abordan por los medios con el mismo lenguaje, como si a los periodistas se les complicara diferenciar los matices del mundo variado y rudo de la compra venta del cuerpo para placer sexual. No los culpo, ni los juzgo; en este tema, más que en casi cualquier otro, nos dominan los prejuicios, la moral, los deseos y los miedos.

Donald Trump tiene el agua al cuello por haberle pagado a una mujer para retozar con él durante la campaña presidencial. Mientras fue la palabra de ella (que no es la única a la que el candidato pagó) contra la del hombre más poderoso del mundo, todo fue ruido; pero desde la revelación del abogado del Presidente que confirmó no sólo el pago por sexo sino por silencio, la situación del nefasto pelirrojo se puso cuesta arriba. En Estados Unidos la prostitución es ilegal, a excepción de unos condados de Nevada, así que el posible uso de recursos de campaña para pagar prostitutas es muy grave. “Yo pagué de mi bolsillo” dice en su defensa, pero eso no lo exonera de la acusación de contratar un servicio ilegal, en el país donde millones consumen prostitución a diario, como comiendo hamburguesas. La moral gringa, sabemos, es harto inconsistente.

Imagino que Trump paga por sexo para sentirse como Luis XV con sus cortesanas, las mujeres que circulaban por Versalles esperando el infinito favor del soberano, o en últimas que sus pezones maquillados sedujeran a algún noble que garantizara su permanencia en palacio. Ellas, como muchas mujeres de las que en Colombia llaman pre pagos, se mueven en círculos donde hombres (y mujeres) pagan muchos miles de billetes por su compañía. En términos precisos del castellano son prostitutas, pero solo ellas lo saben; no están ni estarán nunca registradas como trabajadoras del oficio, nunca se podrá llevar una estadística de cuántas son, ni cuánto ganan; les pagan lo que piden, y las contactan vía web y whatsapp.

Las que sí son censadas y controladas, pero a la vez perseguidas y censuradas, son las prostitutas que se reconocen a si mismas como trabajadoras sexuales, las meretrices de burdel o de la calle que están organizadas para que se les reconozca el derecho a ejercer el oficio en las condiciones más dignas posibles. La Corte Constitucional ha dicho que el Estado debe protegerlas y atenderlas, brindándoles la oportunidad de salir de ese ambiente pero respetando la decisión libre que han tomado. Ahora, a la Corte le ha tocado encarar el caso de un burdel que funciona desde hace 70 años en la misma casa de Chinácota – Norte de Santander y que la alcaldesa parece dispuesta a erradicar a como que dé lugar; el conflicto entre el POT, la conveniencia de demarcar ‘zonas de tolerancia’ y los derechos que les reconoció la Corte, ha generado una alta expectativa sobre este próximo fallo. Como en otros casos últimamente, ¿la Corte retrocederá o avanzará en los derechos?

Otra cosa es la Madame cartagenera, el eslabón visible de la cadena de chupasangres de la pobreza, chulos de los bellos cuerpos de famélicas mulatas caribes, bien sean adolescentes del Nelson Mandela, de Pescaíto o venezolanas angustiadas huyendo del hambre. Estas mafias inducen a las chicas muy jóvenes a la prostitución deslumbrándolas con el brillo fatuo de turistas dispuestos a dar billete por su compañía; al final de la jornada, ninguna de estas niñas habrá salido de pobre (si acaso habrá comido) y los proxenetas estarán forrados.

Y el último eslabón lo ocupa la infamia multinacional de la trata de personas, mujeres llevadas bajo engaño a la condición de esclavas sexuales, con sus documentos retenidos en covachas de cualquier zona roja del mundo. Hoy se sabe que 1 de cada 3 prostitutas en Bogotá son venezolanas; pero en donde no llegan los censos ni los conteos, en los sótanos  depravados que de vez en cuando desmantelan las autoridades, se ve que la proporción de mujeres venezolanas que son sometida a la trata en Colombia está en aumento.

Trata de personas no es lo mismo que trabajo sexual. Quienes abogan por la prohibición de la prostitución desconocen el efecto de inequidad de la medida, que no acaba con la trata ni con la actividad pre pago, y sí afecta absolutamente los avances en regulación de la actividad económica de mujeres que viven de lo que en ninguna parte se ha erradicado, por más duras que sean las penas que lo castiguen: el mercado del sexo pago. No es lo mismo ser cortesana que meretriz y bien distinto, ser esclava sexual. La prostitución no es una sola y no debe tratarse en términos políticos, legales ni periodísticos, de la misma manera.