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FERNANDO SANTACRUZ CAICEDO
Los prejuicios miden el grado de irracionalidad en una sociedad. Sus contenidos dicen la generalización apriorística de un conjunto de símbolos, creencias y valores sociales asimilados acríticamente, estandarizando un conjunto de significantes no razonados. La mentalidad primitiva, en sociedades arcaicas o civilizadas, es sensible al prejuicio y su tendencia a aceptarlo se explica por la tradición, las operaciones mentales “alógicas”, la ignorancia, la presión institucional y los códigos convencionales perennes.
Tal mentalidad se apoya en factores subjetivos. Sus diagnósticos sobre un acontecimiento próximo o una verdad fenoménica se desprenden de supuestos míticos, advertencias metafísicas, o signos imaginarios que leen en la exterioridad -canto de un ave, vuelo de los insectos, un árbol, cualesquier objetos- con un sentido arbitrario, generalmente absurdo. Sus proyecciones se apoyan en un sistema “alógico”, cerrado, de símbolos cuya presencia se advierte por la inmediatez de un fenómeno o una situación social. La incompatibilidad entre signo y realidad es lo que constituye prejuicio.
Para la mentalidad primitiva la realidad es unidimensional; una cosa es lo que parece ser y no otra cosa. La determinación causal -efecto por la causa-, nada significa en su incipiente abstracción. La determinación mecánica -entender el consecuente por el antecedente-, ni la determinación teleológica -metas o propósitos- tampoco aparecen en dicha mentalidad. La estructura social -totalidad de las interacciones establecidas-, tiene su epicentro en fuerzas sobrenaturales que limitan la autonomía decisoria de la comunidad. La voz de un animal, el trueno, la lluvia, etc., que anuncian un supuesto peligro, solidarizan al grupo pero enajenan la realidad en el filtro de la superstición.
En la concepción primitiva la verdad aparece alienada y, con ella, el hombre que la sigue. Dicha alienación depende de fuerzas extrañas, en delegar en otras entidades -chamán, brujo- el don de producir o interpretar las cosas. La imposibilidad de conocer la realidad induce a prejuzgarla por sus manifestaciones primeras. El concepto de cambio no emerge, pues presupone un viraje que abarque los niveles de representaciones conceptuales y de actitudes-comportamientos. J. Cazeneuve, refiere que “los indios bororó del Brasil se proclaman ararás (papagayos) rojos, con lo cual entienden que existe una identidad real y verdadera entre ellos y esos animales”. Sostiene que al pasar del estadio “prelógico” al lógico los bororó no dirán que son ararás, sino que sus antepasados eran ararás. Contrario sensu, nosotros aseveramos que, en este momento, se ubican entre el nivel prelógico y el lógico, pues al llegar a éste último dirán: ni soy arará ni mis antepasados eran ararás.
Al referirnos a la mentalidad primitiva o arcaica pensamos también en el citadino que vive bajo el rigor de la técnica, donde interioriza expresiones avanzadas de la cultura y, sin embargo, alimenta concepciones primitivas que justifican su sometimiento al prejuicio. “La mass-media”, como denominó Umberto Eco a los grupos comunes, es más propensa a enquistarse en su primitivismo intelectual. El pensar, parece reservado a las clases dominantes. El sujeto anónimo no se compromete con una ideología, porque no logra entenderla suficientemente: se vincula a un partido político o a una marca de jabón bajo el influjo de la publicidad. Existe semejanza entre quienes creen en la predicción del futuro por la quiromancia y las comunidades primitivas que lo leen en la rotación de las nubes: ¡Lo viejo pervive como ley inexorable. Pasado y futuro de fusionan en un presente continuo. El éxito del mañana depende de repetir el ayer. El devenir puede anticiparse leyendo el pasado! El hombre-masa se subordina a la maquinaria de prejuicios -refranes, eslóganes, medios de comunicación-, mensajera ideal de la tradición, los reglamentos y el conservadurismo institucional. Toda concepción progresista del desarrollo duda de la eficacia de las instituciones vigentes y, tras su escrutinio, las desecha y sustituye por otras nuevas que superan lo que el conservatismo arcaizante ha mantenido.
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