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Profesor Universidad del Cauca
Hemos vistos las movilizaciones globales rechazando el vil asesinato del afroamericano George Floyd. Este acto revive un sistema colonial que legitima los crímenes de la cuestionada supremacía racial blanca. Amén de saludar todas las manifestaciones y los pronunciamientos que circulan por redes sobre este hecho, vale la pena mencionar algunos asuntos. En primer lugar, también debería dolernos el racismo que padecen a diariamente personas afrocolombianas debido al desplazamiento forzado, la pobreza y la falta de acceso a derechos fundamentales. Recientemente conocimos el crimen del joven Anderson Arboleda a manos de un policía de Puerto Tejada. Tal parece que esta víctima no importa tanto. Nos solidarizamos más fácilmente con quienes padecen el racismo norteamericano y apoyamos las protestas contra el imperio, pero aceptamos silenciosamente el que ocurre en esta tierra del olvido
El racismo que padecemos en Colombia es antiguo. No nació con el covid-19, ni mucho menos con la trágica muerte de Floyd, no, es un racismo sistemático, añejo, cotidiano, frente al cual se guarda absoluto silencio. Hace apenas unos meses vimos las paredes de esta blanca ciudad payanesa marcadas con frases racistas que incitaban al asesinato de personas “negras”
No basta con indignarse por los hechos que pasan, es urgente transformar nuestras maneras de nombrar y de interactuar en el día a día. Los chistes sobre la gente negra, los apodos, los estereotipos sobre las mujeres afrodescendientes, la prevención en las calles cuando pasa un joven afro, esos son los asuntos que debemos transformar. Debemos traspasar el confort de las redes virtuales y actuar de modo antirracista aquí y ahora. Si pretendemos erradicar esta vieja enfermedad debemos trascender los comunicados académicos, las cartas abiertas, la indignación a través de las redes sociales o las lecturas críticas en círculos de expertos. Esas son expresiones esporádicas que poco inciden en la vida concreta de los y las racializados. Necesitamos acciones antirracistas todos los días.
Aceptar el racismo es el primer paso. No en el ojo ajeno, sino aquí en casa.
La increíble solidaridad con el asesinato de Floyd y el silencio ante los miles de víctimas de las comunidades de la costa Pacífica huyendo de una guerra atroz frente a la cual no se hace nada, los jóvenes negros de las barriadas de Cali o Cartagena, todos estos son ejemplos de un racismo criollo. Muchos manifiestan apoyo a las marchas en París, Nueva York o Boston, pero voltean la cara cuando se trata de los casos permanentes de acoso, rechazo, persecución o violencia por razones raciales aquí en la “patria”.
La pandemia nos ha encerrado y en algunos casos, encarcelado en nuestras propias individualidades. En esta condición de la virtualidad sin movilización, es fácil sumarse a las luchas, firmar comunicados e indignarse todos los días desde nuestros computadores. Este modo de acción política corre el riesgo de no trascender y perderse incluso en la banalidad. Por esta razón, es urgente comprender que el racismo no se va a erradicar con pronunciamientos, comunicados o conferencias virtuales. Si bien este tipo de acciones ayuda a visibilizar el fenómeno, necesitamos dar un paso al frente en acciones concretas que trasciendan las dinámicas virtuales, que además se restringen a las capas medias de una sociedad donde la cuarentena es un privilegio.
Como lo ha enseñado Ángela Davis, no se trata solo de no ser racista, se trata de ser antirracista. Menos comunicados, menos Facebook Live y más acciones antirracistas.
Desde la Universidad del Cauca algunos hacemos un esfuerzo desde hace varios años para erradicar el racismo de nuestra vida cotidiana. Tenemos la Cátedra Afrocolombiana, ofrecemos cursos semestralmente, hacemos formación en comunidad e investigamos sobre este fenómeno en el Cauca y tratamos de articularlos a los docentes de escuelas. Pero este ejercicio necesita muchas más personas e instituciones de nuestro entorno. Necesitamos que cada like que damos en las redes se traduzca en actos de apoyo para implementar de una vez por todas la Cátedra de Estudios Afrocolombianos en nuestro sistema escolar y lograr de ese modo, que las nuevas generaciones entiendan porque nadie se llama “negrito”. Es lo que nos corresponde como universitarios.
No esperemos el próximo Floyd para “no ser racistas”, seamos siempre antirracistas.
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