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HORACIO DORADO GÓMEZ
Popayán tenía bajas temperaturas pero, también las de estío o veranillo con los vientos de agosto, después de largos e incómodos aguaceros. Para entonces, ir de baño, era uno de los pasatiempos de la muchachada. Hasta la década del cincuenta del siglo XX, gozar del rio Cauca y, sus quebradas paseando por la naturaleza,eran las principales diversiones de los vecinos de Popayán.
Alcanzamos a recrearnos en los charcos de los ríos Molino, Ejido, de la Tinaja, y la cascada de la chorrera del Tambo. El baño y el lavado de ropa, hacían que estos sitios se integraran a la cotidianidad social y económica de la ciudad y fueran, a la vez, espacios de socialización.En aquellas calendas esos lugares eran lejísimos por el estado de las vías, pero partíamos a pie buscando las zonas arboladas, atravesándonos la planicie de “Llano largo” y “El Guayabal”, (hoy, la Esmeralda, Pandiguando, La María, Lomas de Granada y Julumito).
El paisaje era espectacular. El verdor de los árboles y el reluciente sol daban la bienvenida a lo que serían días inolvidables.Caminar por las márgenes del río, desde “El Guayabal” hasta el puente de rio Hondo, era divertido para jóvenes y niños, bañándonos en los charcos; e ideal para quienes les gustaba la pesca.
A medida que nos acercábamos a nuestro destino final, -la casa de unos amigos de mis padres-, el rio Cauca acordonaba todo el camino, se volvía más caudaloso igual que los arroyuelos, obligándonos a buscar los pasos más fáciles de franquear. Para los caminantes, nos aseguraba que la diversión sería un elemento importante en ese día. El avío (arroz, huevo duro, y papa tapado con hoja de plátano en olla “Imusa” liada con cabuya) era intocable, preferíamos embutirnos de frutas silvestres: moras, guindas, arrayanes, “moquitos”, guabas, nísperos y, guayabas que pululaban durante el trayecto. Entre los escueleros era tradición darle la bienvenida al verano con “paseo de olla” a la orilla de los ríos con reconfortante baño al golpe de la corriente y de la chorrera de sus aguas.
Con gran emoción entrabamos al área de la casa, circundada por el riachuelo, adornada de enormes árboles frutales que, visualmente ponían fin al calorífico trayecto.Después de saludar pasábamos, curiosos, a caminar por toda el área. La cocina, alejada de la casa, con grandes “fogones” en los que descansaban enormes calderos negros, tiznados por el fuego de la leña, que cocía lentamente lo que sería el almuerzo.
Asombraba ver la destreza y la gracia peculiar con que el personal de la casa movía aquellos calderos con enormes cucharas talladas en palo de naranjo.
Sin pérdida de tiempo nos tirábamos al agua para un refrescante baño de río, hasta cuando éramos invitados al grito de: “almorzaaarrr”. Finalizado el almuerzo, compartíamos canciones y cuentos con los amables anfitriones, desternillándonos de la risa. Al evocar este paseo, solo se decir que,sabíamos vivir felices sin: Televisión, celular, juegos de Nintendo, ni PlayStation.
Civilidad: Hacer a un lado la costumbre de criticar y juzgar a los demás.
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