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MATEO MALAHORA
Con la caída del medio evo y el escolasticismo la humanidad ingresó a la modernidad, el acontecimiento fue un salto universal, la humanidad presumió, candorosamente, que había alcanzado la cúspide de la justicia social, porque la igualdad jurídica funcionaría como un dispositivo igualador, en la medida que se presentaba como un espacio neutral para la competencia.
Irónicamente, con la modernidad llegó la crisis y el mito de la representación, aparecieron los partidos, el parlamento, los concejos, las dumas, el voto, el sindicato, las empresas, los medios, las corporaciones, el omnímodo poder financiero, los gremios y las compañías, convirtiéndose el fenómeno en un gran simulacro de participación, utilizado con una chapucería conceptual capaz de esconder la asimetría fundante del capital.
La partidocracia no podía estar ausente, forjó a perpetuidad su destino, su propio horizonte de beneficios, la burocracia sindical se quedó regulando el capital y el trabajo, el ciudadano aparentó ser la forma esencial del Estado y, como vemos, su historia sigue siendo apócrifa y ficticia, una maniobra republicana carente de sentido y contenido.
El andamiaje burocrático de la democracia creó una tecnopolítica que no admitía interpretación en contrario, la ciudadanía fue una mentira declarativa para un público desamparado y, los partidos políticos, se convirtieron en agencias de empleos, hijuelas y sucursales del poder, empresas publicitarias, como los modelos faranduleros de Trump, en manos del más grosero pragmatismo mediático.
La pregunta, que aún se hacen los pueblos es: ¿El contrato social fue salvador? ¿Sus protocolos protegieron a la humanidad? O, simplemente, fueron una fantasía, una quimera con los ojos azules.
¿Quién niega que un fantasma recorre el mundo? Ya no es el de la equidad, sino el del individualismo, el fantasma vergonzante de la razón instrumental, el egoísmo y el despotismo muelle que lo asedian todo.
Se han perdido los valores, dicen los ingenuos, exaltando las franquicias agónicas de la razón, sin darse cuenta que no hemos encontrado es la libertad del hombre moderno: disolución de la justicia social, eclipse de sus fines y la total pérdida del concepto de bienestar colectivo.
Vivimos en la actualidad enfermos de individualismo, y sin calidad de vida democrática; el debate de los partidos políticos se vuelve más desarticulado y, aun así, no se rebaja el porcentaje de sufragantes, que en tiempos electorales sigue creyendo en placebos y frasecitas apacibles.
Las fórmulas del diálogo, del consenso o la conciliación se quedaron en el baúl de la economía del descarte y, el individuo, extraño en la sociedad fragmentada, peregrino en su patria, sigue nadando, esperanzado en que no caerá en las fauces infernales como las de Hidroituango.
Prometer a los pobres que se les llevarán envoltorios y paquetes de democracia, sin cambiar modelos, donde impresionan más los peces muertos que los seres humanos, es un juego estratégico que coincide con los postulados de individualismo y combina con el modelo neoliberal que copia la miseria: argucias para mantener el desequilibrio, que se reproduce en nuestros países dependientes desde los tiempos del liberalismo manchesteriano.
Poses, gestos, promesas, ofrecimientos que pugnan con la realidad, mientras los donantes y las élites rectoras disfrutan del bienestar.
Para la muestra decimos: “tenemos un botón”, desconociendo que los botones de la camisa del bienestar ha sido arrebatados por una técnica que desconoce al ciudadano como verdadero sujeto del desarrollo humano, que cuando asume su justas luchas por la educación, el techo, el trabajo y la paz, el poder hace trizas los derechos humanos, dispone del monopolio de la fuerza para que un puñado de hombres de negocios y profesionales de la política puedan conservar tranquilos su licencia y señorío.
La verdad democrática, pensando como Baudrillard, influyente crítico de la sociedad de consumo, es una simulación, solo existe un montaje artificial, contrahecho y deforme, donde la audiencia menesterosa y hambrienta en la función se deleita confundiéndose con los protagonistas.
Salam Aleikum
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