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    La consigna: acabar con la cultura salvaje

    MATEO MALAHORA

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    Las primeras colonizaciones, establecidas en nuestro continente, impusieron servidumbres encomenderas basadas en férreas voluntades externas, tanto que Fray Bartolomé de las Casas, en su brevísima relación de la destrucción de las Indias, se quejó ante la Corona española de las crueldades a las que eran sometidas las poblaciones conquistadas.

    Se impuso el colonialismo. Europa se arrogó la mesiánica tarea de proporcionar, irracionalmente, a las comunidades “salvajes” educación y cultura y, mediante esa tarea, destruyó, sistemáticamente, las culturas nativas.

    El enunciado de la siguiente norma demuestra que la colonización, en nuestra nación, después de la independencia, mantuvo, la misma cosmovisión social y política:

    “LEY 89 DE 1890

    (25 de Noviembre)

    Por la cual se determina la manera como deben ser gobernados los salvajes que vayan reduciéndose a la vida civilizada

    El congreso de Colombia”

    Eran tiempos en que el determinismo natural explicaba el concepto de raza, fortalecido por el Darwinismo Social, precursor de la eugenesia, que alentaba la aplicación de leyes biológicas para perfeccionar la especie humana.

    Se recordará que el darwinismo, como teoría, explicaba el origen de las especies vivientes por la evolución biológica de la selección natural.

    Fue Carlos Darwin quien, con su obra ‘El Origen de las especies’, la propuso a mediados de 1880.

    Teoría puramente ideológica, utilizada para justificar sistemas económicos basados en la expoliación del capital.




    Ironías de la historia, la política de “Agro Ingreso Seguro”, ya contaba en 1800 con filósofos que justificaban los beneficios que podían gozar los grandes propietarios de la tierra.

    Para ese entonces Spencer ya proponía liquidar las medidas encaminadas a proporcionar auxilios a los desempleados, a las clases pobres y a los pueblos atrasados, argumentado que esa clase de asistencias lesionaba la libertad de los más competentes, alterando la selección natural.

    Siglos después, sus postulados, no contaron con la indulgencia de pensadores como Popper, quien rechazó de plano el darwinismo social y dijo: “… si eludimos el humanitarismo,… regresaremos a la barbarie… y retornaremos al estado de las bestias”.

    Con esos criterios, el concepto de “raza superior”, estimulado por interpretaciones acomodaticias de Nietzsche, se levantó sobre bases económicas y políticas sostenidas por personajes como Hitler, el “Infeliz memoria”, quien, con aberraciones nacionalistas, produjo el exterminio de once millones de judíos centroeuropeos.

    Por fortuna, el Tribunal de Núremberg, condenó a los criminales de guerra nazis, mediante juicios y acuerdos internacionales sobre los crímenes de guerra y de lesa humanidad que involucraban el racismo, disposiciones ignoradas por varios países, como Ruanda, donde en 1993 se produjo una masacre de la minoría tutsi, que causó la muerte de ochocientas mil personas.

    En la horrenda y espantosa matanza contra los tutsi no se acudió al sicariato, ni a las motosierras, como en la masacre de El Naya, sino a garrotazo limpio.

    El exterminio histórico de los pueblos considerados inferiores, como los del Nuevo Mundo, por sus características humanas, soporta una vulgar carga emocional e ideológica.

    Es la ignorancia ilustrada, el analfabetismo político, el atraso cultural, el obscurantismo religioso, la opacidad política, los nexos con la barbarie y, el miedo a la diversidad, lo que engendran sentimientos de subestimación, odio, violencia y supremacía, que asumen banderas de racismo.




    Comportamiento europeo que tiende a desaparecer, como que pude apreciar a finales de la década del 2000, en mi condición de colaborador de la Fundación Granada Acoge, entidad que prestaba apoyo, y aun presta, a los marroquíes que por Ceuta y Melilla, inmigran mar adentro en fúnebres pateras.

    La discriminación racial, por cualquier medio, es xenofóbica, intolerante. Por esa vía se instalan los delitos de odio, en contravía de las obligaciones internacionales de proteger a todos los individuos del planeta de las múltiples formas de discriminación.

    La comisión de matanzas, infortunadamente, es una constante en la historia, como las patrocinadas selectivamente contra los pueblos indígenas en Colombia, que no cesan, cometidas por diversos actores, que empuñan motivos políticos, culturales, raciales y económicos para ejecutarlas, hecatombe que ha prendido las alarmas de la Defensoría del Pueblo y de la ONU, etnocidio deliberado para intentar borrar el pasado e imponer una identidad basada en miserable vergüenza por nuestros primeros pobladores y admiración por lo extranjero.

    Salam Aleikum