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Algunas llegadas suponen regocijarse con el advenimiento, a veces son treguas para continuar el camino, sin embargo, el arribo de la humanidad al posmodernismo no supone que se encuentre satisfecha por intuir que las más severas relaciones conflictuales no están en vía de evaporarse.
La sociedad del pos no ha resuelto lo básico del conflicto social, como tampoco lo hizo la modernidad en su tiempo, que exhibió vanidosamente el vestido de la libertad para cubrir y sanar la desnudez del individualismo, la explotación enajenada del trabajo y las relaciones despóticas.
Históricamente, la segunda libertad ofertada por el posmodernismo, es una encerrona que debería interpretarse como el pososcurantismo de los nuevos tiempos, con el cual la tecnología digital ha ingresado, “con todos sus fierros”, a sacrificar la dignidad humana.
La intervención de la sociedad pos, para salvar al mundo, con su fórmula económica contemporánea, ha terminado con eliminar toda esperanza, y, los comportamientos mágicos religiosos, como en el pasado, son prácticas sociales en millones de infortunados que no han logran interpretar el origen de la violencia estructural que padecen.
Los nuevos dioses digitales han suplantado las creencias de las épocas oscuras y el dinero es la matrícula para abrir las puertas de la nueva civilización del bienestar, dinero que con la bancarización de la pobreza se queda en las manos de los “bienhechores” de la humanidad.
El mito de lo posmoderno, con sus fantasmas que producen miedo, como ensayo que redime y nos prepara para el día maravilloso del milagro, es el mismo mito que alimentaron culturas milenarias y que hoy encarna la economía depredadora que con sus artilugios y violencias prepara la extinción de la especie humana.
El mundo pos convive con todas las asimetrías sociales que desde las sociedades primigenias hasta las más desarrolladas ha soportado el ser humano.
La lógica de la dominación del otro y el abandono del otro no han sido superadas para liberarlo del avasallamiento que en subyace. El espacio societal para que obre la justicia interdisciplinar se halla completamente vacío.
Falso, de toda falsedad, que el nuevo paraíso posmoderno sea el reino que nos conducirá a la extinción de todas las funestas contradicciones en que se debate el planeta.
La marcha hacia el desarrollo ha sido taponada y sellada no por los irredentos y descamisados sino por los opulentos que, generosamente, en ningún momento de la historia, se han despojado de sus privilegios para reorientar la vida de quienes sueñan melancólicamente con paraísos perdidos. El multimillonario George Soros lo confirma.
Además, pensar que deben hacerlo por razones éticas y moralismos políticos es una formulación compasiva y religiosa. La humanidad nunca se ha regido por intereses benévolos, altruistas y filántropos.
Basta saber lo que nos compete a los latinoamericanos: el neoliberalismo no ha cumplido, como lo predica, con su rol económico, espiritual y cultural, para infortunio de los pobres arrinconados, desde hace siglos, a lo largo de la Cordillera de los Andes.
Y, lo peor, tampoco se observa crisis de agotamiento en el sistema, que conduciría a un proceso de redefiniciones profundas.
Desde las relaciones de fuerza, utilizadas para imponer el modelo socioeconómico del poder en el pasado, que aún permanecen en la mayor impunidad, se han desplegado trucos utilizados por la banca multilateral para colocar en primer plano el crecimiento económico como una utopía; entre tanto, no cesa la depredación “sustentable” de la naturaleza y los estados abren paquetes neoliberales como si viviéramos en perpetua y alegre navidad.
Mientras esto ocurre, pensar que: “No basta cambiar de chofer… se hace imprescindible también cambiar de vehículo”, la realidad política demuestra que no hay coincidencias en el modelo que se necesita.
El Cartucho, Bogotá, mayo 2019
Salam Aleikum
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