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MATEO MALAHORA
El capitalismo no es un sofisma, ni una falacia de los pensadores que no coinciden con la hegemonía de del sistema económico que domina el mundo. Su esencia responde a la práctica social usurpadora del trabajo ajeno.
En su devenir, el modo de producción es básico, pero no el principal, para lograr la dominación total acude a internalizar en la gente un estilo de vida donde la mercancía es un modo de ser, bien como objeto o como dinero.
Si los objetos y el dinero no alcanzan, el individuo vive en condiciones descastadas, lo que no le impide mejorar sus condiciones y ubicarse protagónicamente en el modelo burgués vigente; allí puede ocupar cualquiera de las franjas diseñadas para que, en su calidad de viajero, disfrute, como en un semáforo, las limitaciones impuestas por las oportunidades.
Tener y poseer es la “leitmotiv” que dinamiza el funcionamiento de la sociedad y el mercado aparece “generosa y bondadosamente” con todos sus dispositivos para satisfacer las necesidades de los hombres, pero el mercado solo expresa las necesidades de quienes tienen poder de compra.
¿Pueden nuestras generaciones esperar que el sistema colapse y aparezca un nuevo paradigma que haga eclipsar el sistema histórico vigente y ofrezca una existencia nueva?
No estamos en esas condiciones, como ocurría en el pasado, donde las crisis eran procesos que hacían transición de un sistema histórico-social a otro.
Sin embargo, aunque la globalización, con poderes institucionales y de facto, colosales, apenas comienza, es evidente que el armazón institucional se resiste a solucionar las contradicciones y superar las tensiones que provocan las crisis engendradas por el propio sistema. Saltarse los umbrales éticos es aceptado como menos costoso que perder el poder.
En esa perspectiva, al observar la actual tragicomedia colombiana, admitimos que de haber ocurrido en la década del setenta habría significado una ruptura total de la institucionalidad, y, el “ruido de sables”, como aconteció en Latinoamérica, habría sido bien visto por una sociedad desesperada, sumida en el deterioro y el hundimiento de las condiciones sociales y morales, que le habría apostado a la ilusión política de la recuperación democrática, para rescatar la integridad moral de la nación.
Basta recordar que las soluciones militares no tuvieron nada sobresaliente, ni admirable y solo pretendían, con principios morales roídos y soporíferos, remendar los trajes rotos de los Estados en crisis, con el apoyo incondicional de los Estados Unidos, que siempre las contempló como un idilio para la penetración neoliberal, como ocurrió en el Cono Sur.
Demostrado está, infortunadamente, con regímenes excepcionales, que el sistema político colombiano no ha necesitado desde su fundación de la ética y la moral pública para poner en marcha sus proyectos políticos y ganarse el respeto por su gobernabilidad.
La crisis no es solo nuestra, las multinacionales del crimen agitan toda la institucionalidad latinoamericana, como para que los Jefes de Estado, con alta dosis de cinismo político, monten un escenario internacional para la defensa de los derechos humanos sociales, económicos y culturales; la justicia social; la ética en la administración pública, los partidos y colectividades; transparencia en los procesos electorales y pleno derecho a la información, como ya ha ocurrido
Prestos a escuchar los balances de fin de año sería insólito que desde el Rio Grande hasta la Tierra del Fuego los grandes tecnócratas nos digan, apoyados por los conglomerados mediáticos, que para abrirle las puertas a las tecnologías de avanzada y obtener el “pleno empleo”, lo mejor sería cerrar las universidades públicas porque no son rentables y, en consecuencia, de no hacerlo, seguiremos siendo pobres, improductivos y necesitados.
En otras palabras, la política tendría que estar subordinada, con un Estado más pequeño, a los intereses del mercado y de esa manera tendríamos exitosas privatizaciones y disminución progresiva de las políticas públicas para reducir el déficit fiscal y realizar obras de envergadura nacional, variables de las que se apropiaría el poder en nombre de la libertad y el progreso, a la manera de un totalitarismo del poder económico sobre las instituciones democráticas.
Son, éstas, razones suficientes para respaldar la querella de los estudiantes, que tienen derechos no solo por ser estudiantes, sino por haber hecho tránsito cualitativo a sujetos sociales que, con el carácter popular de sus movilizaciones, están demostrando, como el país lo ha entendido, que sus demandas no están separadas de los derechos fundamentales de la sociedad colombiana, como reza en nuestra Constitución.
Salam Aleikum
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