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MATEO MALAHORA
“Pelear por un mundo que sea la casa de todos y no la casa de poquitos y el infierno de la mayoría”: Eduardo Galeno
¿Usted alguna vez ha sido seducido?
No intente negarlo. En cualquier etapa de la vida todos hemos sido víctimas del embeleso y el arrobamiento. Ser seducido subjetivamente por la religión, la belleza, el lenguaje, la estética, la literatura, la política o la economía, es ser sobornado simbólicamente.
La persona seducida conduce como descarrilada, es transferida, va por una vía engañosa, perdida, se encuentra errada, sufre los efectos de haber extraviado los filtros que permitían ver objetivamente la realidad y no puede percibir el proceso de arrobamiento que soporta.
Sin darse cuenta resulta que se encuentra “patas arriba” y no percibe que está condenada a vivir en espacios donde su forma de pensar es mediada por espejismos, como los que se observan en la Alta Guajira, que desaparecen cuando el viajero se acerca.
Las relaciones de trabajo, las relaciones sociales, las relaciones con la naturaleza, le resultan opacas y, en ocasiones, no siente los rigores de la coerción, como solía ocurrir con el esclavo que aceptada la comida y el descanso otorgados por el amo, al que agradecía su generosidad sin entender los esquemas del sistema de producción esclavista.
“La falsa conciencia” ha existido en todos los tiempos, se fortalece con la presencia histórica de la mercancía y en tiempos de la cultura neoliberal el individuo obra como idiotizado frente a los bienes digitales que produce el mercado.
No se trata de un individuo libre y autónomo, como lo definió el racionalismo; en nuestra época el modelo que fascina pasa por las aristas del vendedor, observador, consumidor y comprador, que ha prescindido de las relaciones humanas y de la ciudadanía, que pregonaban los protocolos de la ilustración, quedando el “cliente” transformado en un instrumento dócil y disciplinado al servicio de los supermercados y corporaciones que dominan el mundo. Pronto afirmarán que el capitalismo funciona sin obreros.
El disenso, esencial en la cultura democrática, ha desaparecido, no es un punto de tensión en la vida pública y es tal el desencanto posmoderno que se ha impuesto un escepticismo respecto de casi todo y un manto de sospecha bloquea las salidas transformadoras que deben darse en el terreno del pensamiento colectivo para formular iniciativas.
Asistimos como testigos legitimadores de la explotación descontrolada del planeta, donde operan el lucrativo negocio de las patentes de medicamentos, el avasallamiento de las empresas farmacéuticas, el menosprecio por los conocimientos tradicionales, el saqueo de las materias primas y recursos no renovables, la destrucción arrasadora de las selvas del mundo, entre otros crímenes perpetrados por empresas que anuncian con insana perfidia la protección del planeta.
En tránsito hacia una dominación sistémica, el ‘Gran hermano’ expresará: si quiere protestar contra lo que queda del Estado, marque uno; contra el imperialismo, marque dos; si es un robot, marque tres; y si es un terrícola enajenado, marque cero.
La geopolítica, donde se oferta la producción de drogas ilícitas en el mundo, que han sido relocalizadas en zonas aptas para mantener mercados sostenibles, involucra a millones de personas pobres que extraen cocaína en Suramérica, opio en el sureste asiático, y venden anfetaminas y drogas sintéticas en las metrópolis globales.
Enormes empresas vendedoras de armamentos fomentan guerras, sin importar que sus perversos intereses sean calificados como un atentado contra la paz mundial. Las cañoneras le otorgarán equilibrio al universo.
En algún momento histórico supimos que los reyes, embajadores de Dios en la Tierra, utilizaban armas para mantener mercados esclavizadores, controlar los mares y proteger dominios.
Si un pueblo hoy soporta una crisis económica, ésta es imputable a países que no pertenecen a la órbita de su metrópolis, al tiempo que ya se dado un “clic” para que colapse su relativa tranquilidad, un “clic” para injertar un clima de inflación, un “clic” para sumirlos en dificultades alimentarias y un “clic” para corromper su estabilidad social.
Empero, si el país es “amigo”, acuden pronto a salvarlo, salvación que incluye el despojo de sus más rentables empresas de servicios públicos.
Es tal el poder que conservan en sus manos los traficantes de miseria, que un recalentamiento del mercado, en cualquiera de los países que controlan la economía mundial, puede paralizar a un país y sumirlo en la desgracia.
Mientras tanto, el neoliberalismo dispara misiles de hambre que matan países y continentes; y el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, fundados para mejorar los niveles de vida de la humanidad, trafican con el hambre y la pobreza globales.
Y los menesterosos del orbe, cuando escuchan “¡Arriba los pobres del mundo!”, deducen que es una invitación paradisíaca para cambiar de lugar y la aceptan religiosamente ilusionados, porque en la Tierra sólo existen pobreza, enfermedades y guerra.
Salan Aleikum
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