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ANA MARÍA RUIZ PEREA
@anaruizpe
El Cauca es mi río. Nace en mi región, en el potente manantial del Macizo Colombiano, y se escurre cantando entre las piedras, seduciendo poetas a son de bambucos montaña arriba y cantores de bullerengue en las tierras anfibias de La Mojana. Porque lo siento mío, el infarto producido a su cauce en Hidroituango me duele con dolor de patria.
No soy de quienes piensan que las hidroeléctricas deben proscribirse. La demanda de energía eléctrica crece conforme aumentan la población y las industrias; aunque las energías solar y eólica son ciertamente más limpias y menos riesgosas que las termoeléctricas (alimentadas con material fósil o con energía nuclear) o las hidroeléctricas (que represan ríos), hasta el momento no se ha logrado suplir la demanda entera de un país con estos métodos. Dadas las condiciones geográficas de Colombia, las hidroeléctricas son aun la opción más viable y la ‘menos peor’ para que todos podamos prender los bombillos en la casa.
Pero una obra de ingeniería de la magnitud de una represa, y más la mole de proyecto que es Hidroituango, solo podía hacerse de una manera: bien hecha. Concertando con las comunidades afectadas, respetando los diseños originales a pie juntillas, evaluando los suelos como toca, sin escatimar en rectitud y transparencia. Pero eso no sucedió. La empresa prestadora de servicios públicos EPM se metió de firma constructora, movió todas las fichas para violar protocolos y normas ambientales y sociales con el único fin de hacerse al gran billete que generaría con el megaproyecto de generación eléctrica. No valieron propuestas de otros avezados constructores de represas exitosas en el mundo entero. El Estado colombiano le entregó a la joya de la corona paisa el megaproyecto más grande de infraestructura energética. Y ya vemos el desastre ocasionado.
Desde que en abril del año pasado se presentó la primera emergencia, que evidenció las fallas estructurales de la obra, EPM está tratando de controlar la fuerza de la naturaleza que amenaza con convertir en inservible al monstruo, que debería haberse inaugurado en diciembre pasado y hoy ya nadie se atreve a especular cuándo podría entrar en funcionamiento. Geólogos e ingenieros que han analizado lo que ocurre coinciden en que no se atendió debidamente el carácter de esas montañas, sus rocas y sus arenas, y de forma incomprensible se cambió el diseño original de la represa. Para alguien ignorante en cálculos de ingeniería como yo, resulta obvio que no es lo mismo tener 5 que 4 compuertas de salida para un agua represada, por ejemplo.
Lo que ha hecho EPM con el río Cauca en Hidroituango, con las comunidades afectadas, y con toda Colombia, es un rosario de arrogancia, avaricia, negligencia y, esperemos que pronto se destape, corrupción. Para que el megaproyecto de una empresa que pertenece a Medellín y a Antioquia no se venga abajo, pidieron que les manden agua de Salvajina, que regula las inundaciones del rico Valle del Cauca, y le provee energía; y de Porce I, II y III, que son centrales del sistema eléctrico nacional. EPM sabe que el Estado colombiano nunca la desampara en sus apuros, y que le tapará todo para que pueda sostener el mastodonte, para que no se quiebre más, para que no se rompa del todo y que, al final, en unos años entre en funcionamiento.
Pero si ese día llega, EPM no puede aspirar a tener en las manos un gran negocio. Los daños que ya produjo le obligan no solo a mitigar el incalculable desastre social y ecológico del que es reponsable, sino a responder penalmente ante la justicia. Nada de que “hay que preservar la reputación de una gran empresa”, aquí en esta catástrofe hay culpables, y no podemos dejar pasar de agache semejante atrocidad; ni más faltaba que el día de mañana salga del bolsillo de todos el costo de resarcir el daño que ellos hicieron.
El viernes abrieron las compuertas y comenzó a bajar agua hacia esos playones desoladores, llenos de peces muertos, que van desde Valdivia hasta la Depresión Momposina. Pero el agua no es el río, así como los peces no son la única especie que le da vida. Los sedimentos, los musgos, las plantas acuáticas, todo está muerto.
¿Cuánto tiempo tarda en amoldarse la naturaleza para revivir después de ese infarto? ¿Cómo se va a paliar la pobreza y a calmar el sufrimiento de las poblaciones ribereñas, barequeras y pesqueras, a las que además les tienen prohibido protestar en contra de tanta ignominia?
Retomo con dolor este poema de la cubana Dulce María Loynas a su río Almendares:
Yo no diré que mano me lo arranca,
Ni de qué piedra de mi pecho nace:
Yo no diré que él sea el más hermoso…
¡Pero es mi río, mi país, mi sangre!
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