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Por: María Alexandra Méndez Valencia
Especial para EL NUEVO LIBERAL
El Viernes Santo es una de las principales celebraciones del cristianismo en se conmemora la muerte de Jesús de Nazareth, clavado en una cruz pero, ¿Qué cuentan en realidad los evangelios? ¿Murió Cristo tal como nos han enseñado?
La cruz es uno de los símbolos claves del cristianismo, no en vano es uno de los aspectos de la vida de Jesús en la que coinciden los evangelios. Aunque Mateo, Marcos, Lucas y Juan narran su propia versión de los hechos, todos señalan que Jesús murió tal como nos explicaron en clase de religión, Pero apenas aportan detalles sobre la forma como se ejecutó la pena.
Los evangelios refieren el mismo hecho de la siguiente forma: “Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno”. (Marcos 15:20)
“Cuando llegaron al lugar llamado “del cráneo”, lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha, y el otro a su izquierda”. (Lucas 23:33)
“Allí lo crucificaron, y con él a otros dos, y Jesús en el medio”. (Juan 19:18)
“Al llegar a un lugar llamado Gólgota (que significa calavera) dieron de beber a Jesús vino mezclado con hiel; pero él lo probó y no lo quiso beber. Los que lo crucificaron se repartieron sus vestidos a suertes (Mateo 27: 35). Y se sentaron allí para custodiarlo. Sobre su cabeza pusieron la causa de su condena: ‘Inri’ (que significa: éste es Jesús, rey de los judíos). Con él crucificaron a dos ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda. En aquel momento uno de ellos fue corriendo a buscar una esponja, la empapó en vinagre, la puso en una caña y le dio de beber”.
Estos versículos del evangelio de San Mateo constituyen el testimonio más famoso que conservamos sobre la crucifixión de un reo hace dos milenios, una forma de ejecución brutal que, pese a lo que se suele creer, no inventaron los romanos, sino que se encuentra en toda la antigüedad y en muchos sitios del mundo desde Asiria hasta Grecia, pasando por Persia, Fenicia, Cartago y a lo largo de los siglos hasta nuestros tiempos, aunque es cierto que Roma le confirió su característico toque (aprendido de los cartagineses, por cierto), pero si bien hay referencias al castigo infligido en la cruz en tantas civilizaciones, las pruebas materiales ya son otra cosa y, de hecho, solo se dispone de un único caso: casualmente las de la muerte de otro judío llamado Yehohanan, cuyo osario fue hallado en 1968.
Como nos podemos dar cuenta, a diferencia de lo que solemos dar por hecho, ninguno de estos textos menciona que Jesús fuera clavado en la cruz, aunque otros si lo refieren.
¿Por qué entonces, hablamos siempre de los clavos de Cristo? Como de costumbre, es el Evangelio de Juan, el más tardío y el que más diferencias esconde, el que genera esta discusión que llega hasta nuestros días. Aunque, al igual que el resto de evangelistas, Juan no explica en ningún momento que Jesús fuera clavado en la cruz, sí hace referencia a este hecho en la famosa escena de la incredulidad de Santo Tomás, cuando éste asegura: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado no lo creeré”. Ocho días más tarde aparece Jesucristo y le pide a Tomás que vea sus heridas y deje de ser incrédulo”. (Juan 20:24-29)
Esta es la única referencia de los evangelios canónicos que alude al modo en que Cristo fue crucificado, y se realiza “a posteriori”, a través de un apóstol, Tomás, del que más allá del nombre no cuentan absolutamente nada el resto de evangelistas.
Busqueda
Como explica en ‘The Conversation’, Meredith J. C. Warren, profesora de estudios religiosos y bíblicos de la Universidad de Sheffield, para encontrar más información sobre los clavos de Cristo hay que recurrir a los evangelios apócrifos.
En el evangelio de San Pedro, un texto hallado en Egipto en el siglo XIX y que, según la mayor parte de los investigadores, data de la primera mitad del siglo II (y es posterior, por tanto, a los evangelios canónicos), sí cuenta que los clavos fueron retirados de las manos de Cristo después de su muerte.
Vamos por partes. Lo que le da un carácter especialmente cruel a morir en la cruz es el hecho que se hace de una forma tan lenta como dolorosa. Decapitar mata más o menos instantáneamente y un ahorcamiento que no se base en la rotura de los cervicales sino en la asfixia, colgado de la soga, como se hacía tradicionalmente hasta bien entrado el siglo XIX, puede tardar más de un minuto o un poco más. La hoguera era aún peor, aunque la inhalación del humo solía acabar con el sufrimiento antes que las llamas, y el empalamiento requería tal pericia técnica que rara vez se conseguía que el reo agonizara en el tiempo previsto.
En realidad, el catálogo de horrores en ese sentido es tan amplio que hay libros enteros dedicados a ello, pero en este artículo queremos centrarnos en la crucifixión, sistema en el que el condenado podía pasar varios días sufriendo en medio de terribles dolores provocados por los calambres, la asfixia, y el agotamiento antes de fallecer, al margen de la parte humillante (el reo, fuera hombre o mujer, era crucificado desnudo y si estaba tiempo suficiente en la cruz se hacía encima sus necesidades a la vista pública. Por eso en la antigua Roma era solo para humillar públicamente a criminales, esclavos, libertos, piratas y rebeldes, quedando los ciudadanos exentos salvo casos excepcionales como la traición.
El reo podía ser clavado -los clavos no directamente sobre los miembros sino a través de unas tablillas de madera para evitar que se rasgaran piel y músculos o simplemente atado-. A efectos prácticos el resultado era parecido porque en ambos casos se presentaban los mismos problemas para el infortunado: graves calambres musculares por falta de sodio, la posición del cuerpo colgante hacia adelante que le ahogaba, obligándolo a incorporarse para tomar bocanadas de aire, el cansancio de repetir eso una y otra vez, el debilitamiento por la pérdida de sangre causado por la flagelación.
Los verdugos sabían cómo prolongar el martirio (poner un suppedaneum o reposapiés, de manera que el reo pudiera levantarse ligeramente y tomar aire; a veces incluso un sedile o asiento) o acortarlo si era necesario (el crurifragium que consistía en fracturarle las piernas de forma que sin poder incorporarse para respirar terminara ahogándose, como se hizo con los ladrones que acompañaban a Jesús.
En cualquier caso, cada ejecución de este tipo presentaba características propias y las fuentes históricas documentan numerosas diferencias de una a otra en el tipo de cruz (conmissa, inmissa, simplex, en aspa), forma de colocar al reo (atado o clavado, con los brazos abiertos o sobre la cabeza, los pies a cada lado del poste o juntos), causales de la muerte (hipoxia, shock hipovolvémico, paro cardíaco. septicemia, o todo combinado).
Varias formas
Gracias a los documentos históricos existentes sabemos que la crucifixión se podía llevar a cabo de muchas formas.
La tradición cristiana asume que los criminales eran clavados en un madero con forma de cruz, el debate se centra únicamente, en si los clavos se situaban en la palma de la mano o no.
Para reconstruir la crucifixión en tiempos de Cristo y en años posteriores a su muerte, período en el que vivió Yehohanan (siglo I), hemos usado las evidencias de restos óseos disponibles, en conjunto con observaciones de Haas, Barbet y las fuentes históricas antiguas.
En concordancia con esas fuentes, el condenado nunca llevó la cruz completa, como se cree comúnmente, en lugar de esto llevó solo el travesaño, mientras que los rectos se encontraban en un lugar permanente donde eran utilizados para las ejecuciones posteriores.
Por otra parte, sabemos por Josefo que durante el primer siglo, la madera era tan escasa en Jerusalén que los romanos se vieron obligados a viajar a diez millas de esta ciudad para proteger la madera para sus máquinas de asedio. Por lo tanto, se puede suponer razonablemente que la escasez de madera puede haber sido expresada en la economía de la crucifixión cuando el travesaño, así como el montante serían utilizados en varias ocasiones.
En consecuencia, la falta de una lesión traumática en el antebrazo y metacarpianos de las manos parece sugerir que los brazos de los condenados fueron atados en lugar de clavarlos en la cruz. En el osario de Yehohanan los arqueólogos encontraron un hueso del talón con un clavo de hierro que lo atravesaba.
Esta forma de clavar, no concuerda con la imagen de la crucifixión que siempre se representa en la iconografía cristiana, donde aparece Jesús con los pies clavados en la parte frontal del madero vertical de la cruz. Los pies de Yehohanan en cambio, habían sido colocados a los lados del madero y les habían insertado clavos por separado a través de cada talón. Sus manos no presentan ningún tipo de heridas, lo que indica que fueron atadas en lugar de clavadas. Como Jesús y este personaje fueron casi contemporáneos, de acuerdo con esto, ¿podría quizá pensarse que Jesús pudo ser crucificado de igual forma?
Lamentablemente, no hay muchos restos óseos de crucificados para analizar y hacer comparaciones, debido a que las tumbas y osarios eran profanados para sacar los huesos que eran conservados como reliquias que conferían “poderes especiales” a quienes los poseían.
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