POR EDUARDO GÓMEZ
Quienes llegamos a la Facultad de Derecho de la Universidad del Cauca en los años 70 del siglo XX, nos encontramos, entre otros, a un profesor paradigmático: el Dr. Ernesto Saa Velasco.
De hecho, era el único al que llamaban “maestro” –otros también merecían ese apelativo, por ejemplo el Dr. Álvaro Pío Valencia, profesor de Sociología jurídica y a su vez hijo del primer maestro Valencia (Guillermo), quien fuera rector en el primer tercio del siglo XX; y hay más apellidos de los que enseguida pudiera hacerse relación, pero el temor a olvidos, omisiones involuntarias que en últimas son injustas, inhibe a quien escribe-.
Las clases del Dr. Saa eran frecuentadas por más estudiantes que los matriculados en sus cursos, y asistir a ellas era “la prueba de fuego” para quienes, se sabía, saldrían de allí escaldados por razones políticas: recuerdo la presencia, en una de sus conferencias, de la hija de un cacique liberal, ocasión en la que el Dr. Saa casualmente habló de que los partidos tradicionales colombianos son organizaciones poco democráticas o igualitarias porque tienen jefes “natos”. La hereda del jefe nato salió del aula con una sonrisa -al fin y al cabo, no era cuestión de dar lugar a improperios personales; creo que el Dr. Saa no los hubiera permitido-; salió exhibiendo una sonrisa nerviosa pero también todos los colores del rostro.
Las conferencias del maestro eran llenas de animación, sarcasmo y humor, pero se cumplía rigurosamente el programa.
Ernesto Saa Velasco, por fuera de ser el profesor que tenía a cargo los cursos de Derecho Constitucional general y colombiano, era el responsable de una actividad llamada “Preseminario” mediante la cual buscaban estimularnos el hábito de la consulta bibliográfica con lectura crítica, algo de apreciación, percepción del entorno y expresión escrita; una especie de aprestamiento para la investigación (lo que luego se conocería como cursos elementales de investigación formativa). Estas reuniones eran por las tardes y había que llegar con constancias escritas de que se había leído el texto asignado para la ocasión.
Como siempre el Dr. Saa estimuló la lectura histórica, política y crítica del derecho, una de las primeras obras que nos asignó fue la “Introducción a la historia económica de Colombia” de Álvaro Tirado Mejía.
Enseñaba, además, con el ejemplo: silenciosamente fue componiendo sus obras, las que luego publicaría, el Derecho Constitucional general, el Colombiano y obras dedicadas a fases de la historia socioeconómica y política de Colombia, con su correspondiente reflejo jurídico, constitucional.
La escritura del Dr. Saa es conceptual, de frases cortas y ejemplos concisos, con muchos puntos aparte; nada que ver con el estilo frondoso de otros autores jurídico-políticos colombianos, contemporáneos suyos o anteriores.
Como ya se ha dicho, las fuentes que citaba no eran exclusivamente jurídicas; recuerdo la aparición, en uno de sus libros, de una cita de ‘Cien años de soledad’, relativamente poco después de 1968, fecha de la llegada a Colombia de la edición argentina de la famosa novela. Es la cita referida a la masacre de las bananeras de 1928.
Los estudiantes que con el tiempo se hicieron amigos del Dr. Saa y fueron invitados a su casa, conocieron la espléndida biblioteca en la que se hacían las juiciosas lecturas de la que salían esas citas.
Otro rasgo de su generosidad era que no se mezquinaba a la hora de escribir, así fuera para una incipiente revista de estudiantes, de ocasional aparición y escasa circulación.
Los impresores ponían a disposición del Dr. Saa los ejemplares de sus obras que le correspondían -supongo que le pagaban en especie- y más se demoraba en recibir los tomos que en entregárselos, dedicados, a sus alumnos. Es probable que apenas se quedó con una ejemplar de cada obra y acaso alguna faltará en su biblioteca. Tal era su generosidad.
Jamás pretendió con su producción intelectual sumar puntos para engrosar el salario mensual: opinaba que los oficios de escribir y publicar hacían parte de los deberes más elementales del profesor universitario. Precisamente porque su pensión de vejez acabó siendo muy exigua, debió obligarse con clases como profesor de cátedra, hasta más allá de sus posibilidades físicas. En el último tiempo se hizo frecuente que hubieran de llevarlo de urgencia a los consultorios médicos.
La dadivosidad del Dr. Ernesto Saa Velasco no solo era intelectual: varios estudiantes -que por cierto se decían de sus correligionarios-, en circunstancias de apremiante necesidad, recibieron de él dinero. Refería que algunos no le reembolsaron cuando les cambiaron las condiciones… ¡y también las preferencias políticas!
En general, su relación con alumnos y exalumnos fue de camaradería, de cordialidad. Acompañó excursiones estudiantiles a todo tipo de destinos colombianos, hasta a lugares que pudieran considerarse vedados para una persona con sus limitaciones de movilidad.
En el patio principal de Derecho siempre hubo un conjunto alegre. Si el mosaico instalado en el exterior del auditorio de Medicina pretende recoger los íconos principales de la Universidad del Cauca, en la parte de la entrada al claustro fundacional que aparece a la derecha del mural, deberían verse, al fondo, el carcajeante corrillo que se formaba en torno de la silla de ruedas del Dr. Ernesto Saa.
Hacia su madurez el padre intelectual decidió también ser padre físico y adoptó un niño. Una de sus formas de presencia en los corredores del patio principal de Santo Domingo, por fuera del recuerdo agradecido de quienes fuimos sus discípulos, es que por allí pasa el joven Alejandro Saa, estudiante aventajado del programa de Derecho.
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