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    Luis Carlos Galán

    GUILLERMO ALBERTO GONZÁLEZ MOSQUERA

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    Todas las encuestas hasta el día de su muerte, coincidían en que podía ser el próximo Jefe de Estado de Colombia. Sus atributos mentales, su firmeza ideológica y su carrera política así lo presagiaban. Hablaba y conmovía a las masas. Su oratoria era firme y clara, pertenecía a esa clase de personas que le llegaba hasta al más humilde de sus compatriotas. En fin, perdió Colombia a uno de sus líderes más importantes, porque eso era Luis Carlos Galán: un líder. Alguien que sabía dirigir a sus subordinados hacia un fin específico que no era otro diferente al bienestar de sus conciudadanos. Pero le tocó vivir en una época en que esto no tenía significación. Era más fácil detenerlo para dejar paso a otras personas que tenían menos méritos, pero seguramente mayores ambiciones, sin que obstaculizara su deseo primitivo nada que estuviera al frente. Por eso lo asesinaron, por firme y decoroso. Porque hablaba claro y porque las gentes lo aplaudían sin cesar, de la Guajira al Amazonas.



    Recuerdo que me invitó a que lo acompañara a una serie de bautizos en el Cesar. Por razones de seguridad entró al final del abordaje y le habían asignado la última silla, que compartía conmigo. Apenas asomó su cabeza por el corredor del avión, estalló un aplauso unánime de los pasajeros que tenían diferentes orígenes e intereses. Se lo comenté cuando llegó a la silla del avión y le dije que no había nada tan heterogéneo como un vuelo a Valledupar, y que lo que acababa de suceder era un signo de lo que sería su triunfal marcha hacia el poder. Me contestó que César Gaviria sería el jefe de debate y que le había aceptado tal posición la noche anterior en una cena. Lo demás era ponerse en manos del destino. En Valledupar el pueblo lo aplaudía a su paso hacia la catedral, donde estaba abarrotada la iglesia de gentes a las que le interesaba más la presencia de Galán que el bautizo de los niños que cargaría. Después fuimos a Barranquilla, en donde la familia Char lo apoyó en su proyecto político. Estaba radiante y me expresó que le preparara el tema algodonero, al que se referiría en el Cesar algunos días después. Es lo que expreso en mi libro, los que se asomaron al poder presidencial, cuando tuve la oportunidad de acompañarlo una hora antes de su muerte, tanto en Teusaquillo como en el automóvil que lo conduciría al sacrificio supremo. Lo recuerdo con su terno azul y su corbata roja subiéndose al carro, que por primera vez le asignaban a prueba de balas. Me lo comentó al mismo tiempo que le daba un espaldarazo y notaba que tenía puesto el chaleco antibalas. De nada le serviría, porque los balazos entraron por el vientre, cuando alzaba los brazos respondiendo a los vítores de la multitud en la plaza de Soacha. Luego, cuando supimos por el portero del edificio Bavaria en las Residencias Tequendama, que lo habían abaleado durante aquella manifestación, no le dimos crédito a la noticia que al principio no tenía los visos de fatalidad que iban presentando minuto a minuto en la radio. Hasta que vino el final, con sus terribles consecuencias para el país.



    Galán le hizo falta a Colombia. En la presidencia hubiera sido el líder que necesitábamos para corregir la violencia que nos agobia y para mejorar las distancias enormes que separan a la sociedad colombiana entre ricos y pobres. Esa era su meta y esa su satisfacción si el destino no le hubiera truncado la vida en la forma macabra en que lo hizo. Sus presentimientos y augurios denotaban un espíritu inquieto por lo que pasaba a su alrededor. Cuántos sacrificios nos hubiéramos evitado con la presidencia de este hombre que pasaba por rígido, pero que en el fondo era un ser humano bondadoso. 16 días antes de su muerte estuvo en el Cauca. En Mercaderes esbozó su programa para las mujeres campesinas, que decía que se acostaban de últimas y se levantaban de primeras, porque así lo exigía su triste misión. Sin amparo médico, sin seguridad social y sin el derecho a tener un mejor nivel de vida. Sus palabras se las llevó el viento y la furia del vendaval que vino después de la mano de Escobar y sus secuaces.

    Qué hubiera sido de Colombia con su vigorosa presencia, que no retaba, sino que se comprometía con tesis firmes, sin arrogancia y sin vanidades ocultas. Hoy nos duele a todos su desaparición y nos duele más que sus banderas no estén izadas para perseguir sus ideales y sueños. Lo recordamos así en el trigésimo aniversario de su desaparición.